Thursday, August 16, 2007

Caso de Estudio

Me han dicho muchas cosas en mi vida, desde “patas de lana”, “pata de cumbia” (un apodo que me tiró un niñito flaite en Las Cabras, y que hizo que mi mamá casi se hiciera pipí en plena calle de la risa que le dió), “Patuleca”, y otros, pero jamás alguien me había dicho que soy un CASO DE ESTUDIO.
Siguiendo las recomendaciones de mi profesor de clases de manejo, quien al ver mi desastrosa coordinación se figuró que ni con pituto iba a poder salir bien en el examen psicomotriz de la municipalidad para la licencia, partí a un neurólogo para que me diera un certificado que asegure que mi condición no me impide manejar con normalidad.
Para quienes no me conocen, desde que tengo uso de razón he tenido una pésima coordinación, tengo algunos movimientos involuntarios sobre todo con la parte izquierda de mi cuerpo, y aprendí a caminar como a los tres años. Hasta ahora, cuando he caminado mucho y estoy cansada se me enredan los pies y me caigo (me pasó el martes, azotando mi pobre rodilla en la entrada del edificio; nadie puede decir que no soy la dueña legítima después de eso), pero para mí todas estas cosas son parte de mi vida.
Estoy acostumbrada a que, de repente, las personas que recién conozco me queden mirando como bicho raro cada vez que escribo o que tengo que hacer algo con precisión milimétrica; sin embargo, eso nunca me ha afectado en lo que realmente importa, pues la gente que me rodea me quiere así como soy, y lo más importante, yo también. Cuando yo era chica, los doctores le dijeron a mi mamá que esto era producto de mi nacimiento prematuro, y con eso se quedó.
Llegué a la consulta de este doctor, un viejito de lo más simpático, a quién le expuse mi situación, explicándole que esta era la primera vez en mi vida que esto me podría provocar un problema. Me dejó hablar, me miró con cara de preocupación, y me dijo “Esto para ti es algo normal. Déjame decirte que en todos estos años de mi carrera, jamás había visto un caso como el tuyo”. Me hizo una serie de pruebas, tales como hacer fuerza con las piernas y brazos, seguir un objeto con la mirada, pasar con mi dedo índice de mi nariz a su nariz ( obvio que casi le saco un ojo) y otras cosas por el estilo, mientras me preguntaba si alguna vez me había dado un ataque o había perdido el conocimiento.
Finalmente, me dijo que yo era un caso de estudio, que le encantaría pedirme una resonancia de mi cerebro para ver qué había de malo en mi cerebelo, pero que como a mí no me afectaba mayormente, y no había ningún medicamento que valiera la pena tomar (porque la alternativa era tomar medicamentos contra la epilepsia, un sinsentido), me iba a dar el certificado. Un certificado de lo más divertido, porque empieza diciendo que tengo movimientos involuntarios, que tiro cosas, pero que pese a todo esto, estaría en condiciones de manejar…No sé si me darán licencia con eso!
Bueno, y como adivinarán, también me muero de ganas de saber qué hay en mi cabeza, así que cuando me sobren 240 lucas (que es lo que vale el examen), me lo haré y se lo mostraré al doctor…tal vez me arregle y después pueda hasta trabajar de mesera con patines!!!!

Wednesday, August 01, 2007

Clases de manejo

Me compré un auto. No me atrevía por el gasto que implicaba, y porque según mi presupuesto, el Citroen C3 era completamente imposible. Por eso, no me pude resistir a una interesante oferta que conciliaba el auto de mis sueños con mi presupuesto. Lo fui a conocer, y me enamoré a primera vista. Después, lo amé cada vez más porque lo llevé al taller y me confirmaron que estaba en perfectas condiciones.
El único detalle es que pese a ser mío, de mi entera propiedad, no lo siento así, porque todavía no puedo manejarlo. No puedo porque nunca aprendí a manejar cuando era chica, y las únicas veces en que mis papás se atrevieron a intentar enseñarme, mi mamá quedó con lumbago como por una semana (con la tensión no se podía ni mover), choqué un árbol, me sacaron un parte por andar sin licencia y reprobé el examen de conducir más fácil de Chile, en mi pueblo natal. Todo eso se explica por mi pésima motricidad y un nivel de nerviosismo exagerado.
Con esta experiencia sobre mis hombros, obvio que no quise saber de manejar por al menos 10 años. Y resulta que por las cosas de la vida (más que nada, los apretujones del Transantiago y los viajes largos en bus a la casa de mis papás), aquí estoy de nuevo, con un autito mío y todas las ganas de empezar de nuevo. Mi pololino se había ofrecido a enseñarme, sacándome a pasear por las noches en calles de poco tráfico, pero como me conozco, sé que nos habría costado al menos un par de discusiones o tal vez el término de la relación, y consideré que no valía la pena perder tanto por tan poco, así que me puse a buscar una escuela de conductores, y llegué a la más top de todas.
Es un profesor particular, que va a hacer las clases a domicilio y que además, hace todos los trámites para conseguir la licencia. Yo pensé que iba a llegar a mi casa a sentarse en la mesa y a hacerme clases “a la antigua”, pero llegó con un tremendo equipo, con notebook y datashow, con una presentación que proyectamos en la pared, de lo más entretenida, con videos, powerpoint y toda la tecnología.
Sin embargo, la parte más terrible es la práctica. Cada vez que me subo al auto, me pongo tensa como una estatua, pienso que todos los autos vienen encima mío y que demás que me echo a algún peatón en los cruces. Después de que pasa la hora, llego a la casa todavía tensa, adolorida, pero con ganas de volver a intentarlo. Además, el profesor tiene una paciencia de santo, me repite ocho mil veces lo mismo y no pierde la calma, y en esos momentos agradezco haber tomado la decisión de tomar clases, porque Jose me mandaría a la punta del cerro, totalmente comprensible.
El otro día le comentaba a las niñas de mis clases de manejo, contándoles que para el profe me había convertido en un verdadero desafío, porque quiere que saque la licencia a toda costa: imagínense que me dejó por todo el fin de semana las máquinas del examen, esas tijeras donde hay que seguir un caminito sin salirse (misión imposible para mí, obvio), otra maquinita que da vueltas y los pedales de reacción, para que ensayara.
Creo que me convertiré en la “niña símbolo” del manejo si es que saco la licencia, porque el comentario de todas mis amigas fue “si tú sacas la licencia, yo también puedo hacerlo”. Y cuando les comenté de mi sensación de que no había avanzado casi nada, la Rebe me subió el ánimo contándome que la primera vez que tomó el auto de un amigo para aprender a manejar, el jeep se dio dos vueltas completas en el cerro, quedando prácticamente inutilizado, como para que yo me diera cuenta de que hay cosas peores que doblar con mucha velocidad en las esquinas.
La otra duda que me queda es si alguien se subirá conmigo el día que saque licencia, o si estoy condenada a andar sola por la vida. El único que me ha dicho que sí es mi pololino (sólo porque me quiere mucho), pero casi todos me tienen miedo.
Yo, como siempre, confío en mí. Me falta todavía una semana y media de clases, así que ya les contaré si me dieron la licencia, para pasarlos a buscar y demostrarles que pueden andar tranquilos conmigo al volante.