Tuesday, May 31, 2005

Tiempos de crisis


Hace unos ocho meses atrás, comenzó la ola de romances entre mis amigas. La Sole comenzó a pololear con mi amigo Javier, la Cata con el Jose y la Feña con Benjamín, tal como si el mismo Cupido hubiese decidido darse una vuelta por estos lados. Sin siquiera darse cuenta, mi grupo de amigas solteras anti-hombres, fueron cayendo como moscas ante los encantos de diversos individuos, sacrificando sus locas vidas de libertad, por la austera pero estable vida del pololeo.
Sin querer, fui yo misma la que hizo el papel de celestina entre Sole y Javier, cuando mi amigo quedó prendado de sus ojos profundos y de sus largas pestañas en el mismo día de mi cumpleaños. Por otro lado, todas quedamos espantadas cuando la Cata (esa amiga a la que tú le das al menos unos años para tranquilizarse con un solo hombre en su vida), se enamoró hasta las patas del Jose, hizo todo lo que estuvo en sus manos para conquistarlo y finalmente empezaron una relación super seria, la cual coincidió con su decisión de tomar las cosas de su casa, e irse a vivir sola en un departamento. Durante todo este duro proceso, el Jose la acompañó, le ayudó con todos los menesteres y casi nos fuimos de poto cuando, en la primera reunión femenina en su nuevo hogar, descubrimos que la misma Cata que conocimos en tiempos de locura, estaba dispuesta a contraer matrimonio. Uffff.
Alrededor de ocho a diez meses después, y justo después de la ola de romance, ha llegado una nueva tendencia: la ola de terminaciones. En un par de semanas, me entero que la Sole ya no sigue más con Javier y que la Cata acaba de terminar con el Jose. Es decir, la única que queda en pie es la Feña con Benja, quienes por lo demás comenzaron a pololear unos meses después.
Si la ola de romances está llena de alegrías, de buenas vibras y de unas ganas enormes de que Cupido también te fleche a ti para poder organizar carretes parejeros y disfrutar de la dulzura de aniversarios y reconciliaciones, la ola de términos viene acompañada por lágrimas, frustraciones y un sentimiento interior de impotencia amiguil, puesto que por más que uno trate de hacer sentir mejor a los involucrados, uno sabe que el dolor va por dentro y que por muchas reuniones anti-hombres de por medio, maleficios en contra del terminador y carretes duros hasta las siete de la mañana, sólo el tiempo (la mayoría de las veces laaargo) va curando las heridas.
Se me viene a la cabeza una conversación que tuvimos con la Cata sólo días antes de la hecatombe, donde fuimos a ver “La venganza del Sith”. En el camino de vuelta, me contó un poquito angustiada que las cosas no iban muy bien con el Jose, que le dedicaba mucho menos tiempo, y que había ciertas cosas que la molestaban de él. Así, llegamos a hablar del tiempo de “Luna de miel”, temporada que se da generalmente al inicio de una relación y es donde todo es color de rosa. El sexo es buenísimo y todo se perdona; si el individuo en cuestión deja la ropa tirada por toda la casa “es un niño” “es un poco descuidado”, si sale con los amigos y no llega hasta las cuatro de la mañana y con un fuerte perfume a cerveza “cada uno tiene su espacio”, si te enfermas y no aparece sino hasta el cuarto día “está muy ocupado”. Todo queda supeditado al amor, ese sentimiento que todo lo puede.
Hasta que llega la temporada de crisis, el otoño-invierno de toda relación, donde no es que se agote el sentimiento de amor entre ambos, sino que se entra en otro estadio, donde la vida sigue el curso normal. Y lo normal es que, si somos maniáticas del aseo, nos moleste que la ropa esté tirada por toda la casa; es normal que nos enojemos si él llega a las cuatro de la mañana, curado como zapato y que se acueste a nuestro lado; y obviamente, es normal que sintiéndonos morir de fiebre en la cama, esperemos que haga acto de presencia al menos una vez al día. Si en esta normalidad, la relación aguanta y sigue su curso, todo bien. Si no, llega el desastre.
Obviamente, existen otras razones para entender la ola de terminaciones, que no sólo van por el lado de esta crisis; puede haber aparecido otra persona en el camino, o es que uno de los dos comenzó a complicarse la vida por razones misteriosas. Lamentablemente, en la situación del otro, no queda más que tragarse el dolor, la pena y la rabia, y sentarse a esperar el paso del Padre Tiempo.

Monday, May 02, 2005

MALA SUERTE

Leyendo la columna de mi gran amiga Ximena, y sufriendo también por ese pobre individuo al cual le llueve la mala suerte, me puse a pensar en los casos que me ha tocado ver a mí. Digo los casos porque afortunadamente no soy de las personas de esas que la mala suerte las persigue, aún cuando me queje de eso en las lides amorosas. La verdad, no tuve que pensarlo mucho para caer en mi propio referente de la mala suerte, y casi pienso que todos tenemos uno.
Para mal de males, se trata del “Hombre casi perfecto”, cuyas características personales hacen que sea la vara con la que mido a cuanto hombre se me cruza por delante. Si no tuviera tanta mala suerte, no viviera tan lejos y no le pasaran cosas terribles cada cinco minutos, hasta pensaría que me farrié al hombre de mi vida.
Nos conocimos en Brasil, hace ya cuatro años (por Dios que pasa luego el tiempo). Era el escenario perfecto: playa con aguas tibias, vegetación verdísima por todos lados, tres amigas muy buena onda y mulatos a la vista hacia donde dieras vuelta tu cara. Fue el típico viaje universitario, puro carrete, casi sin conocer más que la playa y los antros nocturnos del sector, además de comprobar que no saber portugués no era ningún impedimento para entablar relaciones interpersonales.
Pero con Alberto, el idioma no era un problema. Él es argentino, y estaba de vacaciones igual que nosotras. Un dato importante, que por puro pudor casi oculto, es que al tomar el avión en Santiago, yo estaba pololeando, en una reciente relación que nunca tuvo mucho futuro. Y claro, yo arriba del avión, conversando con mis amigas, juraba de guata que iba a ser de lo más fiel, que me iban a dejar cuidando las cosas en la playa mientras ellas, libres y solteras como unas palomas, hacían y deshacían con los estupendos mulatos de las costas brasileñas.
En honor a la verdad, y vergüenza para contar esto no me falta, la fidelidad no duró más que la primera noche, cuando conocí a Alberto. Lisa y llanamente, luego de cuatro horas de conversación, me enamoré. Me enamoré como uno se enamora lejos de su casa, sin ninguna convención social. Estaba en Brasil, a miles de kilómetros de mi pololo (o ex a esas alturas), y me había encontrado de sopetón con el hombre ideal.
Sin embargo, ya en ese minuto debí sospechar que una fatídica nube negra lo perseguía, tal como los dibujos animados. Luego de ahorrar no sé por cuanto tiempo para poder viajar a Brasil, el pobre se había intoxicado, y estuvo tres de los siete días internado en un hospital brasileño, solo y sintiéndose pésimo hasta que le permitieron salir. Después nos conocimos, justamente dos días antes de que él debía tomar el avión de vuelta a Argentina.
Ahí comenzamos una pseudo relación por carta (a la romántica, con cartas de papel, cosa no muy práctica porque con la mala suerte se perdían dos de tres en el correo) y a veces por teléfono. Dos o tres veces estuvo a punto de venir a Chile a verme, pero la primera coincidió con la crisis argentina (con lo que su sueldo quedó reducido dramáticamente a un tercio con el cambio de moneda), a la segunda se quebró la pierna jugando fútbol y estuvo más de un mes en cama, y a la tercera le robaron el auto y no pudo encontrarlo más, además de que operaron a la mamá. Finalmente, cuando por fin podía venirse, yo había empezado a pololear con Gonzalo, así que fui yo misma quien abortó el viaje.
Oro ejemplo: Él tiene una voz super privilegiada, así que como no tenía mucho que perder, postuló al reality “Operación Triunfo” en Argentina. Efectivamente quedó en la preselección, pero al mismo tiempo cumplió los 30, quedando automáticamente fuera por la edad.
La última vez que hablé con él por msn, hace algunos días, me contó que lo habían echado de la pega por que lo pillaron fumándose un cigarro en horario de trabajo, que había trabajado como radiotaxi hasta que su auto se le echó a perder, y que finalmente decidió irse a probar suerte a Canadá, a ver si por lejanía su nube de la mala suerte no lo alcanza en esas latitudes.
Es de esperar que así sea, porque es una de las personas en esta vida que se merece una nueva oportunidad.