Sunday, December 19, 2004

Fin de año

Un amigo me acaba de enviar su nuevo post, con el siguiente comentario...

Estamos en plena época pre navideña y cuando se inicia la patética e infaltable mala costumbre de intentar hacer un balance de fin de año. Es el momento en el que, a medida que se acerca del día en el que la consigna es festejar sin límites e intentar terminar la noche en una cálida mañana en un repleto mercado central, intentamos resumir un año en breves segundos. Propongo, como forma alternativa, intentar contestar preguntas difíciles que tienen algo más de importancia y trascendencia en el crecimiento personal.

Cuál fue la película que más te marcó este año? Cuál fue el día más feliz, el carrete más salvaje y la caña más infernal? Cuál fue la canción que más tarareaste? Cuántas horas perdiste viendo TV (y televisión abierta!!)? Qué fue lo que te provocó más carcajadas? Peleaste alguna vez? Si respondes no, cuántas veces estuviste a punto de perder el control y por qué no lo perdiste? Cuántos amigos perdiste, cuántos ganaste? Sumaste nuevos personajes a tu lista de deleznables? Escribiste algún guión, novela, cuento o poema? Ganó tu equipo favorito? Cuántas mujeres conquistaste? Cuántas te rompieron el corazón y a cuántas le partiste el alma? Encontraste a la mujer de tus sueños o, al menos, soñaste con encontrarla? ¿Cambiaste de trago favorito? (no vale abandonar el whisky o bourbon)


En respuesta a estos comentarios, debo decir, en primer lugar, que no estoy de acuerdo con los adjetivos “Patética e infaltable mala costumbre” de intentar hacer un balance de fin de año. Para algunas personas, puede ser una costumbre innecesaria, porque cada cierto tiempo, y sin necesidad de tener que llegar el fin de año, analizan los últimos pasos de la vida. Sin embargo, para personas arianas e hiperkinéticas como yo, quienes no nos damos ni un minuto a mitad de año para saber si lo que estamos haciendo es realmente lo correcto, y sólo vivimos el día a día, enfrentando lo que trae, sin pararnos a pensar en de qué manera misteriosa las cosas que hacemos van tejiendo nuevas enseñanzas y abriendo caminos insospechados en la vida, el fin de año es LA oportunidad de mirar hacia atrás y hacer el balance de los últimos 365 días.

Por esto mismo, ahora, después de haber terminado con todos los trabajos y exámenes de la universidad (¡¡Por fin!!), tengo el tiempo y la excusa perfecta (el blog de mi amigo) para pensar en lo que fue el 2004. Al final de cuentas, el año fue bastante mejor de lo que auguraba la triste navidad (por estar esperando a una prima no pude pasarla con mi mamá y no había ni un solo regao para mí en ese árbol de pascua...bastante deprimente), y para qué decir lo que fue la fiesta de año nuevo...Primer año que decido quedarme en Santiago para salir con mis compañeras de universidad, ir a ver en vivo a Tommy Rey, y bailar hasta el cansancio en la famosa fiesta del Clun Hípico, pero como ya se imaginarán, fue un desastre. En primer lugar, después de dar ochocientas vueltas buscando un bendito estacionamiento en las afueras del Club, escuchamos que el nunca bien ponderado Tommy Rey se está ¡despidiendo del público! Primer fiasco...Posteriormente, y luego de una eterna cola para entrar, nos dimos cuenta de la misión imposible que iba a ser conseguir una bebida, un trago o incluso, un vaso con agua. Momentos antes de nuestra llegada, hordas de gente embravecida habían atacado las barras, dejándolas reducidas a escombros en el suelo del recinto, por lo que para conseguir un vaso de coca cola había que identificar en qué manos habían quedado las botellas, así que después de analizarlo, decidimos optar por la paz y resignarnos a morir de sed e inanición hasta que nos dieran ganas de regresar. Cuento corto, después de dos horas de bailar más apretujadas que sardinas en lata, al lado de individuos de un aspecto que seguramente nos harían apretar las carteras contra el cuerpo de verlos en la calle, volvimos a nuestras respectivas casas con una sensación de desilusión difícil de describir, rezando por que el año que comenzaba no estuviera marcado por el sino fatal del Club Hípico.

Afortunadamente, las cosas durante el año no se dieron tan mal. Puedo decir, entre otras cosas, que me consolidé en mi trabajo y que egresé del magíster; en que si di un paso importante en la vida fue el irme a vivir sola, lo cual, entre paréntesis, fue una muy buena decisión, y que finalmente, he madurado bastante más que en años anteriores.

Respondiendo a las preguntas propuestas, creo que una de las películas que más me ha marcado este año fue Good Bye Lenin: me parece que es una de las pocas que han hecho que mi espíritu salga rebosante de optimismo y de buenas vibras; el día más feliz, después de pensarlo por un rato, fue el de mi cumpleaños, donde más de 40 personas metidas en el reducido espacio de mi casa, todos disfrazados y haciendo el ridículo en nombre de nuestra amistad, me hicieron comprender la valiosas personas que me rodean, además de contar con la visita y la ayuda de mis lindos papás a los que adoro con el alma; lloré de la risa, sin ningún tipo de control ni sentido del ridículo con unos estúpidos videos de gente estúpida en un viaje en bus a Rancagua; sí, me enojé con alguien y fue con Toto, después de la tercera vez que me llama a altas horas de la madrugada, ebrio y hablando cabezas de pescado; caña, aún no he tenido ninguna en mi vida, aunque nadie me lo crea; amigos, mantengo los buenos y he ganado otros iguales y mejores; en el aspecto amoroso, y como ya lo saben, pasé por las de Quico y Caco, pero cada una de esas experiencias me sirvió para conocer un poco más a los hombres y a mí misma; y si alguna vez rompí algún corazón, jamás ha sido de forma intencional, como no creo que lo haya sido en el caso de los que me lo han roto a mí en el transcurso de este año.

Finalmente, creo que me encuentro con la misma Pancha de siempre; tal vez un poco más curtida, más madura, pero en esencia, la misma mujer optimista, un poco idealista, apasionada y bastante feliz.



Tuesday, November 30, 2004

I'm posessed

Estoy poseída. Lisa y llanamente. Desde hace un tiempo mi cuerpo me estaba avisando que algo raro pasaba, pero la verdad es que no le hice mucho caso hasta que mi mamá me rogó que fuera al médico, y este fin de semana, luego de una serie de cosas que me pasaron en la piel, como una ampolla salida de la nada, rasguños inexplicables (que seguro me hago yo misma en la noche) y granitos por toda la cara, decidí tomar una hora con el doctor.
El primero que vi fue un fiasco; luego de una ineficiencia atroz por parte de las recepcionistas, quienes olvidaron avisar de mi hora, fui atendida una hora más tarde por un médico apurado y con unas ganas enormes de irse a su casa, quien me miró a la cara sin compasión, me dio una crema y me dijo que volviera a los cinco días para ver la evolución del “cuadro”. Evidentemente, huí de ese individuo y tomé otra hora, esta vez con un amable doctor que me hizo sacarme la polera (tengo esa maldita cosa provinciana de que para que un médico merezca mi plena confianza por lo menos tiene que sacarme alguna ropa y auscultarme con ese aparato de nombre complicado).
Bueno, este me rasguñó la espalda (literalmente) para ver la reacción de mi piel, lo que me dio mucha risa, imaginándome cual María Izquierdo en “Sexo con amor” en su visita al ginecólogo. Entre nos, no era algo taaan imposible, teniendo en cuenta la sequía que me consume.
Me dijo que me tranquilizara, que la verdad no estaba poseída por el demonio, sino que tenía un cuadro de alergia urticariosa, por lo cual me mandó a la farmacia a comprar un montón de cremas ultracaras y unas pastillas que tengo que tomar hasta el día del juicio final.
Mejor me hubiera dado unas buenas vacaciones, con una playa de arena blanca en medio del Caribe, porque nadie me saca de la cabeza que lo que está provocando esta extraña sucesión de acontecimientos ha sido la acumulación de tiempo sin vacaciones, mi ajetreada vida laboral y estudiantil, y la inestabilidad emocional que me costó el último episodio con Antonio.
Súmese a eso que ya tengo 24 años, y, al igual que los electrodomésticos de una casa, ya no se le puede pedir al cuerpo que funcione en forma perfecta. Menos a mí, que ya desde mi nacimiento venía con defectos de fábrica, por lo que molesto a mi mamá diciéndole que me consiguió en un outlet de segunda selección.
Bueno, a estas alturas de la vida, era obvio que esta segunda selección comenzara a mostrar sus fallitas…lo único que espero es resistir por lo menos hasta el 13 de diciembre, día que doy mi último examen en la universidad y podré tomar vacaciones como la gente. Por mientras, me encremaré, me enpastillaré, dormiré las ocho horas reglamentarias por noche y, en resumen, seré una buena niña.

Monday, November 22, 2004

Borrón y cuenta nueva

¿Alo? Tuut Tuut Tuut fue exactamente mi pensamiento al recibir ayer la visita de Antonio. Sus actos y palabras iniciales ya auguraban el desastre: un beso sin ganas y un “vengo a hablar contigo” nunca han sido signos de una relación que comienza con el pie derecho. Esta no fue la excepción, porque luego de unos cuantos rodeos sin sentido, me dice que lo mejor es que dejemos las cosas hasta aquí. Es decir, que no nos veamos más.
Mi cara de desconcierto debió de ser mayúscula, porque hace exactamente una semana atrás figurábamos como dos tortolitos en el cumpleaños de una amiga, disfrutando a concho el estar juntos. No me pregunten qué mierda pasó en esos siete días, lo único que sé, y que cada vez me sorprende más, es la siempre incierta conducta de los hombres, y nuestros siempre fallidos intentos por entenderlos.
Las razones que me dio fueron variadas, desde el trabajo no me deja tiempo para una relación hasta tú te mereces alguien que se dedique más a ti, hasta soy un pendejo y lo reconozco. La primera, no tiene justificación de ningún modo, porque hasta yo, con trabajo, magíster, clases de inglés y sin una nana que me haga aseo en mi casa, me haría el tiempo si realmente la otra persona me interesa. Ya la segunda razón la vengo hallando más razonable, o la pura y santa verdad, dado que soy una mujer suficientemente bonita, inteligente y simpática para andar mendigando un minuto de cariño o de atención; la tercera razón, obviamente es cierta, puesto que no tengo ninguna especie de autoridad para discutir la pendejez de un gallo de 25 años que se reconoce a sí mismo como tal.
Pese a estos consuelos, es obvio que me siento un poco mal, herida en el orgullo y frustrada, más que por que perder lo que había (que, en honor a la verdad no era mucho), por perder lo que nunca fue, todas esas ilusiones que uno se va armando si las cosas van tan bien como lo iban hace menos de una semana atrás. La verdad, no tengo idea de si este hombre estará conciente de que con sus actos lo único que logró es que yo desconfíe aún más de todos los especimenes del género masculino, y que, como hace un tiempo atrás, piense seriamente en el celibato o la soltería de por vida como una opción de vida.
Y es que ya es mucho lucho lo que me ha tocado este último tiempo. Al periodista psico, se suma el nunca bien ponderado Mister Miércoles y ahora el niñito rollento, porque este sí que a rollos, no lo ganan ni diez mujeres juntas. El mito popular dice que somos las mujeres las que nos enrollamos y hacemos problemas hasta por la comida que comemos, pero este individuo demuestra que existen notables excepciones. O sea, ¿Qué me dicen de alguien que se asusta por un par de besos después de cuatro largas citas? ¿O de alguien que de una semana a la otra, cambia de ser el amoroso hombre que te abraza y mira las estrellas contigo hasta darte una patada en el poto por miedo al compromiso?
Ahora, puedo decir que no quiero ver a ningún hombre ni a diez metros de distancia, que no le creeré a ninguno ni lo que reza y que, de verdad, de verdad, los encuentros de una noche o los amigos con ventaja son la mejor opción. No compromisos, no rollos. Pero sé (como muchos de ustedes), que en el fondo me estoy engañando a mí misma, y que en algún rincón de mi corazón seguirá la búsqueda, sin perder la esperanza, de alguien que realmente valga la pena.
Para no ver esta situación de niña-fea-rechazada-por-la-vida como una vía rápida hacia la autocompasión y depresión, tendré que verla como siempre he visto los reveses del destino: como una jugada divina que me avisa que en realidad no era ahí donde encontraría lo que buscaba, sino en otra parte, a la vuelta de la esquina o más lejos.
Es en estos minutos cuando levanto la cabeza, limpio mis lágrimas y sigo adelante, siguiendo al pie de la letra mi dicho favorito: “Mala cueva dijo el conejo…¡¡¡Y se cambió de hoyo!!!!” Ojalá encuentre uno más confortable…

Thursday, November 18, 2004

Quien se acuesta con niños…

Lo decidí: Nunca más me meto con hombres menores que yo. Pero de verdad, ni siquiera un mes, un día o un segundo. Ya sé lo que van a decir, y es que en el momento menos pensado puede aparecer en mi vida el hombre perfecto, ese con el que siempre he soñado y que me va a importar un pepino si es menor que yo. Lo asumo y lo acepto, pero mientras eso no ocurra, miraré hacia arriba a los siguientes prospectos de mi vida. Lo digo por mi propia experiencia, pero también por la de mis amigas y amigos, quienes se han visto a merced de pendejos y pendejas inmaduros y faltos de escrúpulos.
Lamentablemente para mí, siempre he tenido una especial debilidad por los hombres con cara de guaguas, y desafortunadamente casi siempre la cara coincide con su edad cronológica, lo que me ha hecho pasar bastantes malos ratos.
Relacionarte con una persona de menor edad que tú no es taaan terrible cuando ambos están en lo mismo, tal vez en el colegio, o la universidad, donde ambos tienen más o menos las mismas prioridades en la vida y el mismo tiempo libre, donde verse un lunes a las 11 o 12 de la noche para carretear no presenta mayores complicaciones, o los dos deben llegar a sus casas a horas decentes por el tema de los permisos.
Sin embargo, ya trabajando la cosa se complica. ¿Recuerdan a Mister Miércoles? Pues bien, él, pese a sólo tener un año menos que yo, estaba en tercer año de su carrera, y yo sabía que el tema de que yo estuviera trabajando, viviera sola y fuera medianamente independiente le complicaba más de lo que estaba dispuesto a asumir. De hecho, creo que esa fue una de las razones para huyera despavorido ante la sola mención de la palabra “relación”, tomando el camino de salida cuanto antes.
Lo más terrible de salir con niños es que uno, quiéralo o no, comienza a exigirles otro tipo de conducta, que coincida con tu propia madurez. Y eso, lógicamente, es imposible, como pedirle peras al olmo, frutillas a un alerce o melones a un aromo.
Por ejemplo, una amiga mía muy cercana, que comenzó a salir con un universitario dos años menor, iba caminando a su lado por pleno centro de Santiago, cuando a él se le ocurre invitarla a comer pizza. Ella accedió, encaminando sus pasos hacia una Telepizza cercana, mientras él tomaba el camino contrario para comprarle una en plena calle, de esas que venden en las veredas. Obviamente, mi amiga se quedó de piedra, se comió la famosa pizza con un sentimiento indescriptible de asco y después se prometió a sí misma buscar en el futuro a una persona un poco más pudiente. Sé que, nuevamente, este es un caso extremo, pero ¿No les ha pasado alguna vez que están en un lugar donde no calzan para nada?
A mí sí, una vez que acompañé a mi ex a un cumpleaños de un compañero de universidad. La imagen era la siguiente: yo, con bluejeans celeste claro, polera rosada y tierno maquillaje, en un carrete netamente universitario, donde todos amaban el heavy metal, de negro, cadenas e implementos góticos, con Rush, Sepultura y System of a Down de telón de fondo, combinado con botellas de cerveza que corrían de boca en boca en el patio de la casa del cumpleañero, y todos hablando en un idioma absolutamente desconocido para mí. De hecho, ahora que lo pienso, creo que ha sido una de las ocasiones de la vida en que me he sentido absolutamente como pollo en corral ajeno. Claro está que eso puede pasar con alguien menor o mayor que tú, pero en otra ocasión, simplemente no lo hubiese acompañado y punto.
Y como esto no puede resultar cierto sólo para un lado, también he conocido bastantes casos de amigos que han pasado las de Quico y Caco por meterse con niñitas colegialas, donde obviamente la madurez no es algo que sobre en sus dulces cabecitas. A veces, ellos mismos me han reconocido que han caído en esa situación por inseguridades propias, que los llevaron a buscar a alguien indefenso, para sentirse necesitados por alguien, pero luego se han dado cuenta de que han caído en el juego de ellas y que es muy difícil salir de sus manipulaciones y jueguitos. Obviamente, esto no pasa todo el tiempo, porque también existen colegialas centradas y maduras, que logran llevar a buen término una relación.
Lo que sí temo, es que en esta época al parecer la “pendejez” masculina se extiende como una peligrosa enfermedad, sin respetar edad cronológica, raza, estado civil o religión. Hombres de 17, 20, 25, 30 y 40 años huyendo a la sola oída de la palabra “compromiso” y para qué decir “matrimonio”, que buscan solamente tener amigas con ventaja sin consecuencia alguna, indecisos en este nuevo mundo donde las mujeres ya no los necesitan tanto como antes, y seguros de que la juventud es un estado del que jamás van a salir.
Por lo tanto, en este nuevo mundo, las afortunadas que ya han conocido a un hombre dulce, comprometido y maduro ¡¡No lo suelten por ningún motivo!!
Para las que no, sólo nos queda seguir buscando en este triste valle de lágrimas, poner a San Antonio, San Expedito, Santa Rita y todos los santos de cabeza y rezar por que aún quede alguien de esa extraña raza…¡¡Mucha suerte!!


Wednesday, November 17, 2004

Mujeres (y hombres) infieles

Hora: 20.00.
Lugar: La comodidad del hogar
Situación: Cualquiera de las miles de telecebollas de la TV
Tema de hoy: Infidelidad v/s Fidelidad

Debo confesar algo: la verdad es que soy bastante liberal para algunas cosas, pero a veces se me sale el alma cartuchona-de-colegio-de-monjas que llevo dentro y hasta los opus se asustan.
Cuando vi el primer capítulo de las teleseries que se están dando ahora, o pude cachar más o menos de qué se iban a tratar, ya comencé a pasmarme un poquito. Más adelante, cuando veo comencé a mirar un poco más las historias y los personajes, definitivamente me superó. Creo que más que nada, porque en mi cabecita aún no entra la idea de que exista alguien con instintos tan perversos como Gabriel de Tentación, o que de un día para otro, y sin previo aviso, puedas echar por la borda, sin marcha atrás, un feliz matrimonio de más de diez años porque conociste a una mujer que te dio vuelta la tortilla.
Lo peor fue cuando hice el comentario de mi pasmo en un cumpleaños familiar. La respuesta de todos los que estaban en la mesa (de una edad promedio de 40 años, por lo que debo concederle algún beneficio de credibilidad a su comentario), fue: ¡Pero si esas cosas pasan todo el tiempo!, procediendo a contar innumerables historias sobre hombre que se metían con la madre y la hija al mismo tiempo, hijos nacidos de una relación incestuosa, mujeres que descubrieron que su marido era gay después de 20 años de matrimonio y tres hijos a cuestas y otro montón de situaciones dignas de la dimensión desconocida.
Además, hace poco realicé un viaje con un amigo que, después de haber vivido algo más de 40 años, haber tenido dos hijos fuera del matrimonio y a quien nunca le faltan las mujeres, me aconsejó que nunca creyera en ningún hombre, porque todos, sin excepción, están cortados por la misma tijera, o sea, SU propia tijera, la cual consiste en conquistar, hacer ojitos y hacerse el enamorado hasta lograr el botín: o sea, sexo.
Obviamente, mi ingenuidad o mi desesperada necesidad de creer en el amor me lleva a seguir en la búsqueda del amor verdadero, pero sin embargo, creo que necesito ser más cuidadosa, después de los miles de casos que han llegado a mis oídos.
Primero que nada, explicaré mi propio pensamiento respecto a la infidelidad, aunque mi filosofía es bastante más amplia y se puede aplicar a diversos temas. Aprovecho de aclarar que no soy una especie de blanca paloma, que no tenga pito que tocar en el cuento. Una sola vez en mi vida he sido infiel, y me sentí tan, pero tan mal, que en cuanto regresé tuve que contárselo a mi pololo y terminar con él, porque pese a la improbabilidad de que supiera lo que había pasado, mi conciencia no quedaba tranquila. Después de eso, me quedaron re pocas ganas de hacerlo de nuevo, sobre todo por el daño que causé, y por cómo me habría sentido yo siendo la traicionada. Creo que todo parte por eso: Por no hacerle a otros lo que no quieres que te hagan a ti.
Si todos cumpliéramos siempre con este principio, la verdad es que el mundo sería mucho más feliz. Pero como somos humanos, y erramos el rumbo a veces, es obvio que no podemos evitar que ciertas cosas sucedan. Eso sí, hay veces en que el rumbo se desvía sólo un poquito, pero en otras ocasiones….UFFFF, se necesitaría nacer de nuevo para enmendar las cosas.
Por ejemplo, el otro día supe de un caso donde una niña descubrió que su papá tenía una familia paralela. O sea, no una amante esporádica, ni un amor de juventud, ni una prostituta de la vida, sino otra familia. De hecho, ella conoció a sus medios hermanos (uno de su misma edad) y su mamá descubrió, después de más de quince años, que su marido la engañaba desde el primer momento en que se conocieron…Bueno, en este caso específico también pienso en el pobre señor, manteniendo a dos casas, dos hileras de hijos y dos mujeres, donde después de quince años obviamente ya no era la amante complaciente, sino su señora de tomo y lomo.
Sin embargo, ¿Alguien me puede decir cómo llegas a entender que tu marido te ha estado mintiendo, a ti y a tus hijos, por más de diez años? ¿Cómo perdonas una cosa asi?
Sí, ya se que me fui al chancho con el ejemplo, pero es para que sepan que esas cosas no solo pasan en las películas…Vamos ahora a la infidelidad básica, esa que hasta se comprende y se acepta porque el “hombre es hombre” y tiene que obedecer a sus instintos. Personalmente, creo que la infidelidad siempre es mala y hace año, independiente del tipo de infidelidad, grado de incursión o lo que sea. Lo digo porque conozco el caso de un tipo que no ha tenido sexo con la mujer que sale paralelamente a su esposa sólo por no “serle infiel”. Yo considero que ya lo es bastante, y que eso no suma ni resta nada para su caso en particular, independiente de que no puede existir en el mundo una sensación más desagradable que saber que tu marido ha estado con otra mujer ¡¡¡En tu propia cama matrimonial!!!
En el fondo, creo que uno siempre sabe cuándo está en el borde mismo de la infidelidad, cuándo el paso siguiente es demasiado peligroso para conservar la integridad de tu relación, y es en ese minuto donde se toma la decisión: el entro o no de la protagonista de Infidelidad, que habría ahorrado tantos dolores de cabeza. Es en ese minuto donde hay que trazarse los propios límites, y, por qué no, considerar la posibilidad de dejar a tu
pareja y probar nuevos horizontes. Para mí, el necesito un tiempo para pensarlo, sólo fue un desliz, no sé que quiero, no valen. Al pan pan y al vino vino.
Después, ya es demasiado tarde para arrepentirse. No se puede volver atrás por ningún camino, salvo el perdón sincero y verdadero, ese que es el más difícil de otorgar. ¿Estarían dispuestos a perdonar una infidelidad?




Tuesday, November 16, 2004

Superada por la vida

Ya es fin de año. Antes parece que la vida era más lenta, o las cosas funcionaban de otro modo. Casi me fui de espaldas el otro día, cuando fui al mall a comprar miles de cosas que tenía pendientes y me encuentro nada más ni nada menos que con el viejo pascuero sentado en su sillón ¡¡¡La primera semana de noviembre!!! Para que hablar de la ropa de temporada, porque mientras uno todavía anda con botas con chiporro, gorro de lana y paraguas, ya las tiendas presentan el famoso avance de primavera verano, que si tiene alguna utilidad en la vida es para que te des cuenta de que todo lo que compraste el verano anterior ya está tan pasado de moda, que si te lo pones harás el soberano ridículo, o que ya estás un año más vieja y debes asumirlo como parte de la vida.
Yo, para variar, ando con síndrome de fin de año, o “superada por la vida”, con el cerro de cosas que me quedan por hacer antes de navidad. De verdad, si se pudiera aún escribir una carta al viejo pascuero, le pediría que por favor hiciera magia para alargar las horas de cada día, o me hiciera a mí mucho más veloz para hacer las cosas.
Y claro, junto con el síndrome (que significa despertarme a medianoche pensando en las cosas que no hice durante el día, o con el fantasma de pruebas o trabajos que me impiden respirar), viene también la consabida pregunta que me hago todos los años al llegar diciembre ¿Quién %&@# me manda a meterme en tanta cosa? Trabajo de tiempo completo, clases de magíster, clases de inglés y algunos pitutos por aquí y por allá completan mi aterrador panorama de fin de año, por lo tanto, cuando llega navidad, fecha en que por lo general ya he terminado todo lo que tengo que terminar, me hago el firme propósito de no meterme en tanta cosa, y dedicarme alguna vez en la vida a disfrutar de más tiempo libre…
Pero claro, como buena ariana inquieta e hiperkinética, ahí voy de nuevo, llenándome de cosas y haciéndome colapsar nuevamente. Obviamente, todas las cosas que hago me gustan (si no no haría nada), y creo que de algo me va a servir en la vida. Pero a veces, me dan unas ganas enormes de tirar la esponja y mandar todo a la punta del cerro por un ratito; llegar a mi casa, tirarme en la cama y sólo pensar en leerme un buen libro, conversar con una amiga, o simplemente mirar el techo de mi casa.
Entonces, siendo mediados de noviembre del 2004, digo con todas las letras: este otro año sí que dedicaré más tiempo a disfrutar de mí misma, de mi familia y de las personas que quiero. Claro que cuando no esté trabajando, ni haciendo la tesis, etc, etc…jajajaa

Tuesday, November 09, 2004

"Marcados" por los ex

Anoche, conversando por teléfono con un amigo, me confesó que hasta el día de hoy lo pena una mujer de su pasado, una “ex” definitivamente sacada de la más tenebrosa película de terror, donde “Bajos Instintos” es una alpargata vieja y deshilachada. Llamadas por teléfono a horas insólitas, apariciones inesperadas en la puerta de su casa (con golpes y pataletas incluidas en la escena) e intentos desesperados por recuperar su amor, lo dejaron marcando ocupado hasta el día de hoy.
No es el único caso que conozco. La Jose terminó con su pololo hace más de un año, después de cinco años de una relación que podría considerarse normal. Después del término de esta, el individuo cambió radicalmente. No pudiendo aceptar de buenas a primeras, ni a segundas, ni a terceras, el que simplemente la relación había terminado, comenzó una historia de llamadas escalofriantes, amenazas varias y persecuciones hasta el lugar de trabajo, de colación y la casa de la Jose. A veces, ella volvía de madrugada, y ahí estaba el susodicho, parado en la puerta, interpelándola duramente por haber salido con “otro”, y haciéndole la vida imposible. Aún hoy, más de un año después, vuelve a aparecer como un fantasma cualquiera, según él, sólo para saludarla y saber de su vida, hasta que de repente se le sale un “mi amor” o algo así, con lo que a la Jose le dan unas ganas de salir huyendo despavorida, lo más rápido que pueda, alejándose del teléfono para siempre.
Bien sé yo que el término de una relación donde uno pone todos sus proyectos y esperanzas es bien duro. Más aún cuando es el otro el que decide terminar, dejándote con un millón de preguntas y con la sensación de que “algo” pudiste hacer y no hiciste. Confieso que algunas veces he tenido la tentación de llamar nuevamente al individuo para aclarar qué fue lo que pasó, pero finalmente me doy cuenta de la inutilidad de esa acción. Gracias a Dios, hasta ahora no me ha tocado ningún ex psicopatón, que me persiga por la vida o me amenace en plena vía pública, pero me imagino que es una experiencia que no se olvida tan fácilmente. Lo que sí he vivido, además, con el primer hombre de quien me enamoré en la vida, una desilusión de proporciones, en parte causada por mi propia inexperiencia en cosas de amor y en parte porque él se portó como un cerdo conmigo, despreciando todo el cariño que le entregué, y dejándome con el corazón partido en dos de sufrimiento.
Sin embargo, a pesar de que siempre que conozco a alguien nuevo tengo un poco de miedo de lo que va a pasar en el futuro, haciéndome un montón de preguntas del tipo ¿Responderá positivamente a mi cariño? ¿Recibiré lo que merezco, es decir, en proporción a lo que doy? Finalmente siempre termino entregando una nueva oportunidad a mi propia esperanza, y si finalmente no resulta como lo pensé, miro de nuevo adelante y me digo que fue sólo porque Dios me tiene una mejor sorpresa a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, entiendo que hay cosas más difíciles de superar. Mi amigo, por ejemplo, me confesó que ahora cada vez que conoce a una nueva mujer, se mantiene por mucho tiempo a la defensiva, temiendo por su integridad psicológica si resulta ser otra de iguales características a la que conoció en el pasado. Obviamente, esto es bueno, porque va mirando cuidadosamente en qué terreno pone cada paso, pero por otro lado, comienza todas las nuevas relaciones temeroso, pensando a cada minuto que la mujer que tiene delante se va a volver un ogro psicopatón, cerrándole las puertas a la esperanza de una buena relación. Creo que a la Jose le pasa más o menos lo mismo, es decir, vive una crisis de confianza seria con el sexo masculino, y no cree ni en lo que rezan los nuevos prospectos.
Ambos tienen un miedo horrible, y a veces, inconfesado, de volver a pasar por la misma experiencia de terror, y estoy segura de que nadie los culparía por esto. Eso sí, hay que estar conscientes de que, entre todos los sentimientos que existen en este mundo, uno de los más paralizantes es precisamente el temor. Por miedo a tirarse a la piscina, uno nunca aprende a nadar; por miedo a caerse, nunca le sacas las rueditas chicas a tu bicicleta; por miedo a vivir, puedes quedarte parado por años de años en la misma parte, sin atreverte a ser feliz.
¿Será que mi naturaleza no aprende nunca de las experiencias del pasado? ¿Será que soy muy osada para enfrentar la vida? Obviamente, el vivir así me ha traído bastantes amarguras, que tal vez me habría ahorrado de pensar de un modo diferente. Pero también me ha traído los momentos más gratos de la vida, esos que nunca se recuerdan sin una enorme sonrisa en el rostro y la sensación de que finalmente, la vida es demasiado corta como para no aprovecharla al máximo.

Thursday, October 28, 2004

Esa horrible ropa

Esta vez, voy a publicar una columna que me llegó de la Xime, una amiga a la que contagié mi cariño por los blogs y las columnas...Más abjo encontrarán mi réplica

Esa horrible ropa (o quién fuera ellas)
Miro en el metro a una chica de cerca de 18 años que luce feliz su pelo verde, un aro en la nariz y una ropa que parece de los sobrantes del Pequeño Cotolengo. Pienso: no podría ir peor vestida. Y también: se ve preciosísima.

Yo no sé qué tienen las jóvenes de hoy - no me malentiendan, todavía joven, pero precisamente ese "todavía joven" me excluye de la categoría a secas- que en su opinión mientras menos se arreglen, es mejor. Esta suerte de moda de los trapos viejos, que hasta han bautizado como vintage, y con la que imponen sus faldas del año del queso sobre pantalones de la misma fecha puede llegar a ser abrumadora. La más escandaloso de todo, a mi modo de ver, es la habilidad con la que arman tenidas de la nada, y lo originales y lindas que pueden llegar a verse.

Confieso que les envidio abiertamente tanto la capacidad como la facha, y la clase con la que lucen cualquier mamarracho como si fuera la mejor creación de Versace (de Gianni, no de su hermana Donatella, por cierto). El gran punto a favor, por supuesto, es la belleza natural, que no se compra en ningún escaparate Zara, por más que soñemos las que vamos camino de la decadencia. Aunque que nos pongamos los últimos capri de la temporada, ¿cómo competir con esas cinturas bronceadas o ese pelo de sirenas?

Todo esto me ha llevado a pensar que las pendex, con su estética homeless, lo que hacen realmente es proclamar su superioridad a través de su ropa tirillenta. Me explico: se visten con cualquier hilacha colorida que encuentran, y se ven, de todas maneras, insuperables. El efecto inmediato es, además de la admiración masculina, la frustración más absoluta de las que ya no estamos para esos trotes. Díganme que no les apetecería verse así de perfectas con una falda de quinientos pesos y un aro en la ceja. Malditas. O sea que su vestimenta es un signo del aplastamiento generacional que, tempranamente, estamos empezando a intuir.

Recuerdo casi con nostalgia esos tiempos no tan lejanos en los que me paseaba por la calle con una minifalda morada escandalósamente mini y escandalósamente morada, y con polainas del mismo color sobre zapatillas negras. Alguien podría decir que me veía bizarra. Es posible, pero causaba sensaciónm y me sentía lo máximo. Ahora, que me paseo con mis pantalones listados y mis poleritas recatadas, no podría lucir tan originalmente llena de estilo.

Podría rebelarme en contra de esta situación y partir a comprar ropa usada, para ver qué tal lo haría. Pero francamente, creo que, como dice mi abuelita, el horno ya no está para bollos y lo mejor será resignarme a que esos tiempos de rebeldía estética se acabaron. Uno que otro fin de semana me permito ciertas innovaciones para consolarme, y no me ha ido mal. En una de esas hasta doy el Ximenazo, aunque no lo creo.

Esa horrible ropa (tal cual)

Xime, no pude dejar de pensar en lo absolutamente distintas que pueden ser algunas de nuestras impresiones más superfluas.
La verdad es que en mi etapa de rebeldía, ese indefinido entre el ser púber y el ser adolescente de plano (casi tan difícil como pasar de ser adolescente a adulta) también me dio eso de “imponer mi propio estilo”, y aunque no llegué a cosas tan profundas e irreversibles como hacerme un hoyo lejos del lóbulo de la oreja o un tatuaje diabólico en alguna misteriosa parte de mi cuerpo, si llegué al extremo de comprarme unas zapatillas rojas de plástico. Pero rojas furiosas, no burdeos ni cercanas al rosado. Oh Dios, me encantaban esas zapatillas, y encontraba que me veía lo más top que hay con ellas. También innové en mi pelo, pero he de decir que en esa área tuve más fracasos que éxitos (la única manera de mejorar el corte a lo Bam Bam Zamorano que me dejó una dudosa peluquera de mi pueblo fue cortármelo casi al rape, con lo que creo que comenzó mi lento pero inexorable camino de perder mi miedo al ridículo).
Lo que quiero decir es que a esa edad, donde no sabes ni lo que quieres en la vida, ni la gente sabe si te trata como una niña o como una mujer, necesitas buscar tu propia identidad de la forma que sea, y lo más probable es que, o te de por andar de última moda siempre, lo que además de agotador es carísimo, o impones tu propio y único estilo, a veces más o menos radical, y te sientes de lo mejor “siendo diferente y yendo contra el establishment”. Al mismo tiempo, decides que tu vida en el futuro también será diferente, y que no piensas estudiar para matarte trabajando después, le buscas el sentido a la vida hasta por debajo de las piedras, hasta que de un paraguazo creces y decides que tu “estilo” ya no va acorde con tu forma de pensar.
Para ser absolutamente honesta, el otro día encontré mis zapatillas en un armario de mi casa y las encontré francamente feas, e incluso pensé para qué disfraz me servirán en el futuro. Si pudiera, también haría desaparecer todas las fotos donde aparezco con el look Zamorano o con el pelo cortísimo, y por supuesto, no se me pasa por la cabeza echarme laca en el pelo para tener una chasquilla parecida a un sauce llorón. Lamentablemente, existen hasta videos de mis poco afortunados cortes de pelo, así que tendría que hacer una exhaustiva investigación para descubrir dónde están.
Por eso es que cuando veo a estas chiquillas (oh Dios, eso sí que sonó mamá) con las puntas del pelo moradas, o las faldas de 500 pesos sobre unos pantalones con hoyos o amasados, en cierta forma me veo a mí misma con esa edad, en la búsqueda de mi propia identidad. Y las entiendo.
Pero no encuentro que se vean lo que se llama “lindas” con esa facha. De hecho, me ha pasado más de una vez que entre tanto aro por todos lados, colores oscuros e intentos desesperados por borrar la silueta, he dudado si me encuentro frente a un hombre o una mujer. Si en mis manos estuviera, tomaría a cada una de ellas, las llevaría a la peluquería a hacerse un buen desflecado y después de un ala a Zara. Sin embargo, entiendo que el proceso es parte de la vida.
Y también entiendo que cuando uno se hace adulta, ya no es la ropa lo que marca tu identidad, sino otras cosas. Ya no es necesario teñirte fuscias las puntas del pelo para decir lo osada que eres: lo saben los que deben saberlo y punto. Y me encanta. Tendrías que buscar ropa "enfática", jajjaja.

Wednesday, October 27, 2004

Pancha On Line

¿Se han puesto a pensar ustedes cómo nos ha cambiado la comunicación en tan poco tiempo? Y si es así con nosotros, ¿Cómo será para nuestros papás o abuelos, quienes miran maravillados cómo diablos puedo escribir, conversar y hasta ver a mi amiga Vero, que vive nada más ni nada menos que en Francia?
No se preocupen, no me voy a poner a filosofar o recordar la fascinante historia de los medios de comunicación (aunque podría, para darle utilidad a toda la información que aprendí estudiando para el nunca bien ponderado examen de grado), sino que sólo me puse a pensar en las ventajas y desventajas de msn, a mi modo de ver una herramienta computacional de comunicación muy útil, pero también lo menos romántica que se haya inventado jamás.
Ventajas:
Salvar distancias. Creo que una de las indiscutibles ventajas de msn es poder hablar con tu pololo italiano (ya quisiera uno, jajaja), tu amigo coreano o tu mejor amiga mientras está en intercambio estudiantil en Nueva Zelanda. O sea, frente a la alternativa de pagar millonarias cuentas telefónicas, o comprar pasajes simultáneos a todos esos destinos, les aseguro que es una excelente opción. Además, si a eso le suman una cámara web y un micrófono, la cosa ya no puede ser más top. Lo acepto.
La posibilidad de conocer gente nueva. Reconozco que freaky no fue la mejor de las experiencias, pero después de mi segunda cita a ciegas no puedo decir que no se pueden conocer a grandes personas por msn.
Creo que no puedo pensar en otra ventaja. Vamos con las desventajas.
Desventajas:
Impersonalidad: Está bien, existen caritas sonrientes, llorosas, muy llorosas, tristes, enojadas, muy enojadas, furiosas, caras de water, mojoncitos de caca (quien no tenga ese ícono se lo paso con amor), caras de poto con un beso en un cachete (idem), waters con ojos y caritas de perdóname, pero jamás, nunca jamás, podrán encontrar la cara que te identifique cuando te enteres por msn que tu pololo está engañándote con tu mejor amiga o que fuiste el ganador de una tele de pantalla de plasma por un concurso de tu empresa...¿a que no?
El otro día, conversando de esto con un amigo, me dijo que habían hecho un experimento con niños asiáticos que acostumbraban conversar por msn y se descubrió que sus sentimientos y sus gestos no concordaban: es decir podían estar riéndose de un chiste por dentro, pero mantenían la cara rígida, sin ninguna expresión. De verdad, me dieron ganas de llorar ¿Cómo se lloraba? jajajaja.
Mentiras: pónganse una mano en el corazón y cuéntenme cuál de todas las fotos de ustedes tienen puestas en su “imagen para mostrar”. ¿Acaso es esa que te sacó tu mamá de sorpresa mientras ibas con pijama a la ducha, después de haber dormido tres horas? ¿o la que tomaron tus queridas amigas del colegio, cuando tuviste la mala idea de cortarte el pelo a lo Zamorano? Nooo. Tienes la foto más linda, esa que le gustó a todo el mundo y que obviamente a ti también te gusta. Eso está bien, pero también puedes poner cualquier foto, y contarle a algún desconocido que eres tú. Total, entre Pamela Anderson y yo no hay mucha diferencia, sólo nos separan unas cuarenta cirugías plásticas, sacos de tintura de pelo y un par de kilos de silicona...
Malos modales: ¿alguna vez, frente a la cara de tu mejor amigo o de ese amoroso compañero de universidad, lo dejaste hablando solo? Pero solo solo, así que te vuelves de espaldas y no lo pescas nunca jamás. La respuesta es no. Pero en msn ¿Cuántas veces te ha pasado eso, o te han dejado en la mitad de una entretenida conversación? Miles de veces. Otra cosa respecto de esto: en la vida real, de carne y hueso, si alguien te aburre, te cae mal o no quieres verlo más, o se lo dices o simplemente no contestas sus llamadas. Sin embargo, el sacar a alguien de msn es un acto, que implica “hacer” algo para erradicar a alguien de tu vida. Además, el maldito programa te pregunta ¿Está usted seguro de querer eliminar a esta persona? Con lo que de una de puede dar el remordimiento de conciencia y no borrarlo de tu lista. La última cosa de este ítem: ¿han sufrido algo más humillante que ser eliminada, sin compasión alguna? Pasa, y duele.
Amigos virtuales: Tengo amigos normales, a los que veo de vez en cuando, o que me vienen a ver a mi casa, con los que compartimos una pizza o una torta de cumpleaños. Pero también tengo amigos casi virtuales, que si no fuera porque los he visto alguna vez en la vida, pensaría que sólo existen en msn. Lo más divertido es que conversan ene contigo, te cuentan toda la vida, te dan consejos y hasta saben cuánto calzas y la talla de tu ropa interior. Hasta te quieren. Pero por msn.
Sufrimientos amorosos: antes, el mayor sufrimiento amoroso era estar a la espera de una carta o una llamada que nunca llegaba, justificando el atraso de una carta por lo lento del correo, y de la llamada porque justo la mamá, la tía, la hermana y la vecina tenían que ocupar el teléfono por un caso de vida o muerte. En msn sabes que está ahí. Puede estar ausente, no disponible, salió a comer, va y vuelve, pero en el fondo sabes que aún estando a un clic de saludarte, no quiere hacerlo. ¿Alguna justificación? Sí. Pobre, el trabajo lo absorbe, en realidad no está él en el computador, sino su hermana chica o mejor aún su papá o su abuelita, a quien se le abrió el msn y no sabe cerrarlo. Por Dios las mujeres, siempre buscando excusas para lo injustificable.
Ahora, siendo las 23.26 de la mañana, en el computador de mi casa que no tiene internet aún y por lo tanto tampoco msn para quedarme conversando con alguien, me declaro “no disponible”, hasta mañana.

Tuesday, October 26, 2004

El amigo perdido

Díganme si no es bueno tener un buen amigo. Pero un amigo de verdad, ese que está ahí cuando te equivocas (y pese a haberte dicho hasta el cansancio que la estabas cagando, sigue ahí cuando te das cuenta de que sí lo estabas haciendo), y también está ahí para tu graduación del colegio, para tu título de la universidad y para todos tus cumpleaños. La verdad es que con Andrés he compartido los más dolorosos momentos de mi vida, pero también los más alegres. Claro, sin contar la graduación del colegio (donde en primera instancia iba a ir con él, pero luego apareció un desconocido que trastocó mis planes completamente y estaba destinado a ser mi amor platónico de fiesta de graduación. Fiesta, que, entre paréntesis, fue un fiasco que duró hasta las dos de la mañana gracias a los miedos y lamentos de madres que pensaban que en vez de mujeres de cuarto medio estaban frente a una horda de mujeres vírgenes deseosas de dejar de serlo); además, para mi último cumpleaños, que fue una fiesta de disfraces (esta vez ya nadie alardeaba de ser pura e inocente), Andrés llegó disfrazado de un raro híbrido que pretendía ser un comando de guerra o algo así, pero que finalmente sólo unos pocos privilegiados pudieron captar.
Dejándonos de bromas, es verdad que ha sido la persona que siempre ha estado ahí cuando más sola, triste y abandonada me he sentido, y también yo he sido testigo de momentos importantes de su vida. Le presenté a la polola con la que lleva más de 8 años, estuve ahí cuando terminó con ella y durante todo el proceso de arrebato, mujeres y locuras que vivió en su etapa de soltero, antes de darse cuenta de que ella era la mujer con la que debía estar. En honor a la verdad, durante ese tiempo evaluamos la posibilidad de acompañarnos en nuestra mutua soledad, pero finalmente lo descartamos casi antes de pensarlo, más que nada porque estamos destinados a ser amigos y solo amigos.
Pero desde hace más de dos meses, Andrés desapareció estrepitosamente de mi vida, por una mejor oportunidad de trabajo, y se olvidó de mi existencia. Ya antes había ocurrido, porque es lo más volado que hay, así que no me preocupé. Comencé a preocuparme cuando escuché ciertos rumores sobre su vida, entre los que se contaba que había renunciado a su trabajo y que estaba pronto a emprender rumbo a Estados Unidos a probar suerte o a vivir allá por el resto de su vida. En ese punto ya me empezó a doler, porque ¿cómo era posible que este individuo hubiese tomado tan importantes decisiones sin yo haber tenido la más mínima idea? Una semana lo llamé al celular hasta que se me gastó el dedo, hasta que se me ocurrió la genial idea de llamarlo a su casa este fin de semana, a ver si lo encontraba. Él me contestó, sintiéndose mal y culpable por no haberme pescado durante todo este tiempo, pero fue perdonado inmediatamente, por la alegría de escuchar su voz. Se alegró mucho por mi nueva cita, deseándome lo mejor de lo mejor, y también me corroboró que efectivamente renunció a su trabajo y se va por ocho meses a Estados Unidos a aprender inglés y probar suerte en lo que salga.
Yo estoy feliz por él, porque siento que estas cosas sólo se pueden hacer cuando uno es joven, soltero y sin compromiso, así que espero que le vaya super. Obviamente lo voy a extrañar, pero no sé si tanto como su polola (quien ya debe haber empezado a tejer una bufanda tipo Penélope), y esperaré a que vuelva para que me haga reír con sus historias. Por lo pronto, se va el 11 de noviembre en un avión marca chancho (que describió como una “galgo con alas” por lo carretonero). Lo único que le pido a Dios es que no sea un avión suficientemente importante para Al Qaeda, y que lo acompañe en toda su travesía por los United States. ¡¡¡Feliz viaje!!!

Thursday, October 21, 2004

BLIND DATE VERSION 2.0

Si a mí me pagaran por cada vez que me traiciono a mí misma y hago las cosas que prometí no volver a repetir en la vida (con amenazas de penas de calvario, autoflagelación y otras yerbas) ya sería millonaria. ¿Cuántas veces habré dicho, por ejemplo “a este susodicho no lo llamo más”, “nunca me enamoraré”, “a la otra empiezo a estudiar antes”, etc, etc.
Bueno, aquí me tienen nuevamente. ¿Es cierto que, alguna vez, luego de una tenebrosa cita a ciegas, dije que nunca más iba a salir con alguien que no conociera de antemano? Bueno, ya me tuve que comer una a una mis palabras, porque ayer tuve una nueva cita. Eso sí, con otro hombre.
Una compañera de colegio, luego de leer mis lamentaciones respecto de mi vida amorosa, encontró a un amigo que había pasado por situaciones parecidas y decidió presentármelo a través del prodigio comunicacional llamado msn. Ni corta ni perezosa, accedí a conocer al muchacho. Total, no perdía nada.
En un minuto de la conversación, él me dijo que encontraba que msn era top, pero muy impersonal, así que me invitó a salir en la noche del miércoles. La verdad, yo también considero que msn es impersonal, y que finalmente la mejor manera de conocer a alguien es en vivo y en directo, en technicolor y para empezar, un poco de luz artificial. Pero, por otro lado, mi experiencia fatídica con mi última cita a ciegas había sido un perfecto desastre, aparejada con la decisión de no tener más este tipo de experiencias. Sin embargo, la curiosidad pudo más que yo y acepté la invitación.
Yo no sé si los hombres se pasan tantos rollos como uno antes de una cita a ciegas. Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza mientras pensaba cómo sería él, qué ropa me ponía, dónde me iba a llevar, o si sería un psicopatón…bueno, nunca tanto, pero después de “mister freak” cualquier cosa era posible.
En fin, se portó un siete, me fue a buscar a la casa y hasta me abrió la puerta del auto (sé que soy feminista de corazón, pero me encantan ese tipo de detalles), y partimos a un bar desconocido a tomarnos un trago. Para ser totalmente concordante con la verdad, desde que me subí al auto (algo antes de las 10 de la noche) hasta que llegué a mi casa (2 de la mañana) no paramos de conversar. Incluso se nos enfriaron unas brochetas de carne que pedimos. De verdad, hace mucho tiempo que no conversaba tanto, y de los más variados temas. Obviamente, salió a colación alguna gente conocida (entre los que se contaba un ex, compañero de la universidad de toda su vida…horror), la vida en Santiago, y los gustos personales, pero también hablamos de nuestra mutua antipatía por el Opus Dei, y nuestros sentimientos respecto de la familia. Es decir, Open Heart total. O sea, una cita de lo más agradable.
Y si hay nerviosismo antes de una cita así, obviamente también lo hay a posteriori. Oh Dios, ¿qué impresión le he causado? ¿Pensará que tengo una especie de rara enfermedad que no me permite callar? (yo también lo he pensado, la verdad), ¿volveremos a hablar o mañana llegaré a la ofi para descubrir que me borró de su lista de contactos y huirá de mí como alma que se lleva el diablo?
Bueno, nada de eso pasó. Hablamos, le agradecí la hermosa velada (que siútico que sonó eso) y él me dijo que ojalá se volviera a repetir. Bakán.
Muchos me dirán que tenga cuidado, y que sólo me haga una opinión después de la segunda cita (recordamos con cariño a Mister Freaky, quien sólo reveló su oculta naturaleza en el segundo encuentro), pero creo que no me equivoco si digo que tengo una buena corazonada con esto. Veremos.

Monday, October 18, 2004

Y nos vamos poniendo viejas

El fin de semana pasado (largo), me fui con dos amigas a Viña del Mar, bailé hasta el cansancio con Tommy Rey y me pasé casi seis horas arriba de un bus para terminar acampando en un lugar recóndito de este país, en un Parque Nacional.
La experiencia fue muy rica, sobre todo porque cuando chica con suerte alcancé a tener el honorable título de “alita” en la organización scout de mi colegio. Claro que el apodo sólo fue un título honorífico, porque que me acuerde nunca en mi vida me dieron permiso para ir a un campamento y quedarme a dormir, con lo que parece que terminé odiando los scouts y todo lo que tuviera que ver con ellos para el resto de mi vida. La idea de dormir con la espalda en contacto directo con las piedras del suelo, en una carpa donde apenas puedes ponerte de pie, y comiendo sólo que puedas calentar a la luz de una dudosa fogata (la verdad es que me considero incompetente hasta para prender los platos de la cocina: siempre quiebro dos de los tres fósforos que ocupo), no me agradó en mi adolescencia, y ya universitaria lo más parecido fueron las idas a misiones, donde, aunque igual a veces debíamos dormir en el suelo, por lo menos era el suelo plano de una sala de clases, con baño de verdad y cocina a gas para preparar la comida.
En fin, el punto es que ese fue mi rico fin de semana. Obviamente, también hubo algunos accidentes (lo reconozco, me caí en el famoso campamento, dejando mis piernas con las tiernas marcas de un alambre de púas que no quería dejarme ir. Una adquisición más), pero en resumidas cuentas fue bacán. Tuvo su fiesta desenfrenada, algunas subiditas de ego por ahí, y finalmente el encuentro con la tranquilidad del campo. Todo antes de volver a Santiasco, como le dice un amigo.
También fue un serio enfrentamiento con mi carné, porque para empezar, la fiesta era en su mayoría de universitarios, de esos que no te preguntan ni el nombre pero sí lo que estudias, y al finalizar el evento, cuando íbamos a tomar el auto para devolvernos, tres universitarias nos preguntan si las podemos acercar al centro. Sus amigos (bastardos) las habían abandonado, seguramente para irse con minas que habían conocido la misma noche…Lo que hay que ver. En fin, accedimos a ello y las subimos arriba del auto. En el viaje, a la Andrea se le escapó su naturaleza de mamá: ¿y andan solitas? Lo único que faltaba es que las niñas contestaran Sí, mamá…¡¡¡Qué fue precisamente lo que hicieron!!! Más adelante, cuando ya iban a bajar, nos hacen el comentario que sería algo así como la guinda para el pastel: “nosotras, cuando seamos grandes queremos ser como ustedes”. ¿Qué habrán querido decir con eso? ¿Sería verdad, que pese a todos nuestros esfuerzos por parecer unas más de las inocentes universitarias de la fiesta, ya era evidente que no lo éramos?
Un poco depre, pero nunca tanto, me fui al campamento, donde ya estaban mis tíos con algunos de sus amigos, de los que me “habían conocido de chiquitita”, quienes no podían creer que ya hubiese terminado la universidad y ya llevara más de un año trabajando. Sé que eso actúa al revés, y que finalmente, son ellos los que se sientes viejos al ver cómo la “niñita” ya es una mujer, pero es un factor más que me recuerda que antes de lo que yo misma pienso, voy a cumplir lo que se llama un “cuarto de siglo”.
Para empeorar las cosas, conversando con mi mamá y con una prima, descubrí que mi propia madre cree que ya se me fueron bastantes micros para conocer al padre de mis hijos, porque debí hacerlo en los años universitarios. Su teoría (que por desgracia he vivido en carne propia) es que mientras más uno espera, se hace más difícil, porque los que quedan o tienen hijos, o están casados, o están separados, o son gay, o son solterones con más rollos que moño de vieja, con lo que se reduce el número de posibilidades de encontrar a alguien “decente”. (Nótese mi penosa evolución, que de pedir hombres minos, respetuosos, talentosos e inteligentes, pasó a pedir sólo alguien “decente”).
Ya es bastante terrible ser llamada vieja en tu cara por una universitaria de 19 años, pero lo verdaderamente pavoroso es que tu propia madre piense que estás condenada a la soledad amorosa a menos que tengas muuuucha suerte. Frente a eso, hay dos caminos: o lo tomo a lo Bridget Jones, tomando una botella de vodka, mandando a la cresta el gimnasio y dando chipe libre a mis ansias diarias de comer toneladas de chocolate (el mejor de los sustitutos de un hombre), o me lo tomo con humor, aceptando que por lo menos, todos las aventuras de soltera que pase las voy a poder poner por escrito y hacer reír a mis amigos. Creo que voy a optar por la segunda opción, pero para mis días de depre, voy a tener una botellita de algo en el refrigerador.


Thursday, October 14, 2004

Pancha Repelex

Luego de tantos meses sin un perro que me ladre en serio, he comenzado a preguntarme qué diablos pasa conmigo. Porque lo sé, es muy fácil echarles toda la culpa de mi sequía amorosa a los hombres, quienes no ven la tremenda mujer que se están perdiendo. Sin embargo, he reflexionado sobre el tema y he llegado a la conclusión de que simplemente no pueden existir en este planeta tantos hombres ciegos, porque de ser así, la solución más justa es renunciar a mi búsqueda y meterme de monja en algún convento (ya, es verdad, le puse mucho, pero la verdad es que ha he comenzado a pensar en comprarme más de un gato e introducirlo secretamente a mi departamento, comenzando mi ascética vida de solterona).
En vez de apresurarme con eso, pues aunque no llueve gotea, como dice el dicho, me pondré las pilas y analizaré los problemas con los que me he encontrado para encontrar alguien como la gente.
Punto 1.- El lugar.
¿Alguien me puede decir dónde, en esta enorme ciudad, hay algún lugar donde se pueda conocer a gente adulta, tomar y bailar y no pagar un ojo de la cara por ello? O sea, yo gano un modesto sueldo, que me permite pagar las cuentas, el arriendo y algunas otras cosas, pero definitivamente no me entra en la cabeza gastar el 10% de él en ir a lugares top. La alternativa, sin embargo, es ir a fiestas masivas o universitarias, donde tomas, sí, bailas, sí, pero en el minuto en que alguien que no esté curado como zapato (cosa ya muy difícil de encontrar), te saca a bailar, la primera pregunta que te hace es ¿Qué estudias?. Es bien deprimente, pues uno de los requisitos casi básicos para salir con alguien es que ese alguien sea profesional o trabaje, y que ya no viva con sus papás. La verdad es que no me voy a hacer la cucha: efectivamente he salido con hombres menores que yo (incluso mi ex lo era) y tengo cierta debilidad por los que tienen cara de niñitos, con lo que mis amigos me molestan toda la vida, pero ahora, si estamos pensando en algo serio, tiene que estar en otra parada en la vida, y no pensando en si le alcanza la mesada para pagar la micro de vuelta a la casa.
Por otro lado, las veces en las que he ido a otras partes, donde se supone que va la gente como yo, además de pagar mucho por un trago, aburrirme como ostra observando cómo los hombres que me parecen interesantes se toman de la mano o se besan con sus mujeres, he sido lastimosamente acosada por unos viejos pelados, casados la mayoría de las veces, que se las dan de lolos sacando a bailar a mujeres que podrían ser sus hijas y hasta sus nietas. Frente a las alternativas, me quedo con fiestas universitarias.
De todas formas, aún hay una tenue esperanza: esas juntadas en la casa del amigo de tu amigo, donde llegan personas de los más variados lugares. Yo encuentro que es la mejor alternativa, pero si contamos con que mis amigos no van variando mucho con el tiempo, se supone que técnicamente ya conocí todas las alternativas, y ninguna me ha parecido realmente interesante.
Punto 2: La parada en la vida
Ya adelanté un poco de qué se trata. La verdad es que casi todos mis fracasos amorosos de este último tiempo se han debido, más que nada, a que ambos dos estábamos absolutamente en paradas distintas de la vida. Obvio. Mister Miércoles, por ejemplo, aunque tenía mi misma edad, todavía estaba en la universidad, luego de haber pasado por una carrera anterior que no le gustó. Como la mayoría de los universitarios, huyó despavorido en cuanto tuvo algún indicio de estabilidad en la relación, y fue bastante honesto antes de huir, de decirme que él cachaba que yo andaba buscando otra cosa. Por otro lado, hace algunos meses comencé a salir con un compañero del magíster, treintón y con un hijo, quien pensé que por fin se ajustaba a los parámetros de una vida más estable, aunque algo debió de alarmarme el que tuviese un hijo en otra región y él estuviera en Santiago. Me engañé completamente. La verdad es que él buscaba sólo pasarlo bien, al igual que el universitario Mister Miércoles. Parece que la cosa no va por la edad, sino por la madurez. He de confesar que también a veces yo he buscado sólo pasarlo bien, sin pensar más que en disfrutar el momento, e incluso ahora estoy disfrutando a concho mi soltería. Sin embargo, a veces también me dan ganas de enamorarme hasta las patas, de sentir esas mariposas en la guata al acercarse él, de que alguien se la juegue por mí hasta que me gane, de, en fin, sentir que hay alguien que no es mi familia, que me adora por lo que yo soy…¿Seré muy idealista?
Punto 3. Mi propia forma de ser
Ya. Dejaré de quejarme de los hombres que me han tocado y me centraré en mí misma. Creo que he descubierto en parte el problema que me aqueja, y más grave aún es que me niego a cambiar.
La madre del cordero, como diría mi propia madre, es que soy una persona demasiado trasparente. Cuando digo esto, no es para nada que me esté echando flores, porque varios malos ratos me ha traído. Lo que quiero decir con esto es que, por ejemplo, si alguien me gusta, se me nota hasta en la punta del pelo, por lo que es imposible mantener mis sentimientos en secreto. Más allá, me carga todo lo que huela a manipulación, a juegos estúpidos y al eterno asuntito de “hacer como que no te pesco, porque si sabes que te quiero me vas a dejar de tomar en cuenta”.
La verdad es que a mí eso siempre me ha parecido una tontera, pero a lo largo de mi vida he visto como amigos míos caen como moscas, enamorados hasta decir basta de mujeres que sólo han jugado al gato y al ratón con ellos, con la típica “te quiero, pero no te quiero”, “dame tiempo para pensar” y "es que no estoy segura”. Como cuales abejas embrujadas por la miel, todos han caído rendidos a sus pies, mientras yo, con mi sinceridad brutal, pierdo uno a uno a mis galanes por fome.
Y es que para mí las cosas son fáciles. O quieres estar con alguien o no, y punto. Si alguien te gusta de verdad, como para comenzar una relación, no le puedo hallar sentido a esas manipulaciones y juegos estúpidos del tira y afloja, los cuales, sin embargo, parecen dar excelentes resultados.
Tal vez me tenga que convertir en una mujer fría y manipuladora para conseguir un hombre. ¿Estará el mundo preparado para la nueva Pancha?

BAD DAY

Ya hace casi dos años que estoy soltera sin compromiso. Durante este tiempo, ha habido grandes cambios en mi vida: salí de la universidad, hice la práctica justo donde quería y comencé a trabajar.
Sin embargo, lo más importante que me ha pasado es irme a vivir sola. Hasta ese minuto, siempre había tenido amigas “convivientes”, las cuales, aunque a veces no las veía en todo el día, sabía que estaban ahí, lo que ahora no pasa. Sin embargo, me he ido enamorando poco a poco de la tranquilidad que entrega la soledad. Eso de poder llegar a tu casa, apagar el celular y desconectarte con un buen libro en las manos, o si no, poner algo en la tele, en la radio, o simplemente no hacer absolutamente nada, y sentarme en mi sillón a observar el letrero publicitario que hay afuera de mi ventana (no tengo exactamente lo que se llama buena vista). Claro que también uno comienza a hacer cosas raras, como cantarle a las plantas (en todo caso los únicos seres vivientes que aguantarían mis alaridos: una pena, porque me encanta cantar), y no sólo hablar sola, sino que discutir con uno misma y desarrollar unos tremendos argumentos en pro y en contra del tema de discusión. Cualquiera que no viva solo creerá que estoy rallando la papa, y que necesito urgente unas cuantas sesiones de terapia.
Sin pareja y con la familia cercana a más de cien kilómetros de distancia, hay ciertas personas que pasan a ser muy importantes en tu vida, y que son los amigos. La verdad es que yo soy una persona de lo más amistosa, pero amigos, amigos, de esos de verdad, me sobran dedos para contar. Obviamente, que no se me malinterprete, porque siguen habiendo cosas que sólo las parejas pueden hacer…
De hecho, hoy me siento igual que cuando discutía con mi ex, porque anoche tuvimos una pelea con la Jose. No fue una de mechoneo ni mucho menos, sino un encuentro valórico que, por lo menos ahora, veo difícil de solucionar. Lo peor es que en estos minutos, más que nunca, necesito a un verdadero “amigo”, puesto que a la discusión que tuve con la Jose, se suma lo de Andrés (mi amigo del alma, ese del dudoso piropo, que después de meses de no hablar ni media palabra por teléfono, me entero de que renunció a su trabajo y que está a punto de viajar rumbo a Estados Unidos a comenzar una nueva vida. La verdad es que estoy feliz por él, y le deseo lo mejor, pero también estoy dolida de haber sido la última en enterarme, además, por medios indirectos), a eso hay que agregar que Toto, otro amigo que siempre estaba dispuesto a escuchar mis reclamos y cosas a través de MSN, comenzó a salir con una mujer que le absorbe todo el tiempo del mundo, por lo que, creánlo o no, lo hecho de menos.
Es terrible esto de que los amigos desaparezcan o se pongan a pololear. Después de hablar con ellos casi todos los días, o por lo menos, que te llamen para salir a carretear los fines de semana, pasan a ser los pololos o pololas de, con lo que por lo menos el primer tiempo, se vuelven invisibles. Lo peor del asunto es que me conozco tan bien, que sé que en el minuto en que yo conozca alguien que me tome realmente en serio, voy a hacer exactamente lo mismo.
Sé que esta vez, mi columna no ha sido de lo más divertida, pero prometo resarcirme en el futuro. A veces uno anda como el día, y este no es de los mejores. Creo que es uno de esos en los que el trabajo no me motiva, que me compadezco por mí misma por no tener a nadie que me quiera como lo merezco. En fin, el típico feo y pobre gusano. En todo caso, nada que un buen churrasco con papas fritas no pueda solucionar.

Tuesday, October 12, 2004

La fuerza de gravedad y yo

Todos los que leen mis historias ya se habrán dado cuenta de que tengo serios problemas con la fuerza de gravedad. Yo creo que la tierra tiene una especie de fascinación conmigo, pues me quiere lo más cerquita posible.
Mi relación con el suelo se remonta a muchos años atrás, cuando ya contaba con casi tres años y todavía no aprendía a caminar. Según todos, la razón por la cual no podía hacerlo eran las secuelas que había dejado en mí un atarantado nacimiento (nací a los seis meses y medio de gestación), pero en realidad presiento que desde ese minuto la tierra decidió adoptarme.
Mi abuela dice que llegaba a llorar cuando veía que yo caminaba dos pasos, me caía de rodillas, me levantaba, caminaba dos pasos más y volvía a levantarme. Creo que ahí nació mi incomparable tozudez, además de todas las “hermosas” cicatrices que adornan mis rodillas y piernas.
Lo incómodo de la situación es que la fuerza de gravedad decide recordarme que existe cuando las circunstancias no son las adecuadas. De hecho, mis caídas traspasan los límites de la normalidad hasta convertirse en verdaderos mitos urbanos, que después llegan hasta mis propios oídos. Por ejemplo, ese día nefasto de mi adolescencia, cuando el destino quiso que, por primera vez en mi vida pudiese acercarme a él. Él era, obviamente, uno de los amores que tuve en esos años, que no me pescaba ni en bajada y con vuelo y con quien, por fin, había logrado entablar conversación. Coqueta y confiada, iba afirmada en la puerta del baño de un bus intercomunal, hasta que la famosa fuerza de gravedad decidió recordarme cuánto me amaba. Me fui para atrás de un modo absolutamente indigno, y para más mala suerte, era el primer día de calor del año, por lo que andaba de jumper y calcetas. Oh, Dios. Ni siquiera habíamos conversado lo suficiente para tomarnos de la mano y ya el susodicho había tenido una vista panorámica de mi ropa interior. Por supuesto, el romance se frustró, en medio de las risas y carcajadas de todos los pasajeros.
Otra memorable ocasión fue para el matrimonio de una de mis hermanas. Era primera vez que oficiaba como parte de la familia oficial de la novia, por lo que me esmeré en verme preciosa. Me puse un lindo vestido, un peinado top y un par de zapaos que fueron mi perdición. Ya avanzada la noche, mis famosos zapatos resbalaron, haciéndome caer estrepitosamente en medio de la pista de baile. Gracias a Dios, no me pasó nada grave, salvo que todo el mundo pensó que estaba completamente ebria. No todos comprenden la relación entre el suelo y yo.
Y ese es sólo un ejemplo de mis múltiples vergüenzas. De hecho, mis compañeras de colegio aún se preguntan cómo demonios lo hacía para lanzarme en el salto largo y caer como un saco de papas en el banco de arena, aterrizando como si fuera un piquero olímpico (Ahora que lo pienso, tal vez en eso me iría bien).
Lo bueno es que a mí, en propiedades adquiridas, no me la gana nadie. Hasta el momento, tengo acciones en el gimnasio, en la universidad (donde una vez llegue en dos segundos al pie de una enorme escalera de piedra, aterrizando en pleno patio central de Campus Oriente. Obviamente, andaba con mini), en la oficina donde trabajo y hasta en un pub de Valparaíso, donde todos corearon mi caída con grandes AHHH.
Insisto en que la fuerza de gravedad me ama porque pese a todas estas caídas, jamás me he quebrado nada, nunca he tenido un yeso en mi vida, en cuanto a salud física se trata. En cuanto a salud mental, creo que si en algo me han servido las caídas literales, es en aprender a superar las caídas emocionales. Total, más allá del suelo es difícil pasar, y después, no queda más que reírse de uno mismo y seguir adelante.
Eso sí, no me puedo aguantar la risa cuando alguien se cae al lado mío. Siempre me dan esas risas histéricas que no puedo controlar, y lo que menos hacen es ayudar al otro. ¡¡¡No soy buena compañía para alguien que sufra el mismo síndrome que yo!!!

Monday, October 04, 2004

La chica del gym

Aunque muchos no lo crean, me metí al gimnasio. No fue una decisión fácil, sobre todo porque la gente que me conoce sabe que una de las cosas que más odio en la vida es hacer ejercicio. De hecho, me resistí a hacerlo todo el primer semestre del año, aduciendo que no tenía tiempo ni plata disponible para ir. Obviamente, eran excusas insuficientes hasta para mí, así que después de medio año de escuchar los sabios consejos de mi mamá sobre lo bien que me haría hacer un poco de ejercicio y la incredulidad de mis compañeras de oficina en cuanto a cómo podía estar bien conmigo misma sin dietas ni gimnasio incluidas en mi vida, que hasta yo me comencé a preocupar de mi evidente indiferencia por mi físico. Claro que la gota que rebasó el vaso fue el insensible comentario de una despiadada depiladora anónima a la que acudí un día de emergencia, quien me preguntó cuántos meses de embarazo tenía. ¿Quéeee? Le dije yo ¡No estoy embarazada! Lejos de disculparse por tamaña ofensa, la muy vaca me dice: Es que no puede ser que una lolita como tú tenga esa guata, ¡Tienes que hacer algo!
Ni corta ni perezosa, me inscribí nada más ni nada menos que en un plan semestral (la última vez que me metí por un mes simplemente no pude pagar el segundo: se trataba de elegir entre otro mes de tortura o una terapia de ida al shopping a comprarme zapatos. No me resistí a la tentación).
En fin, con que ahí estaba, enfundada en un buzo del año de la pera, una polera que bien podría pasar por túnica y unas zapatillas compradas de emergencia en la tarde anterior, luego de recordar que el único par que tenía lo había regalado hace más de un año. La verdad es que estaba bastante lejos de ser la mujer prototipo de ese gimnasio, cuyas prendas consisten en unos ajustados pantalones elasticados y un mínimo top de lycra que permite ver su apretado cuerpo. Dios libre a cualquiera de verme en esa pinta.
Si alguien ha ido alguna vez a una evaluación en un gimnasio, sabrá lo que se siente; si alguien no ha ido nunca baste con decir que es como si alguien te revelara de un sopetón todas las cosas que no quieres saber, y si te las dijera un amiga o tu pololo lo odiarías por el resto de tu vida; peso exacto, hasta el último gramo, porcentaje de grasa de tus brazos, tus muslos, tu espalda y si tú quieres, hasta de los dedos de los pies. Luego, el comentario de tu famoso profesor evaluador, quien te revela que lejos de lo que tú pensabas (hasta el momento te considerabas una persona perfectamente normal), necesitas urgentemente una rutina de ejercicios por lo menos tres veces a la semana y reducir groseramente tu ingesta de calorías, porque si no, la grasa comenzará a acumularse hasta los temerarios límites de la obesidad.
A esas alturas, lo único que quería era echarme a llorar, o en su defecto, tomar toda esa grasa, acumularla de alguna manera misteriosa en mi mano y pegarle al amable profesor una cachetada de esas de las películas, a ver si se da cuenta del efecto que sus palabras pueden provocar en alguien que, minutos antes, era una muy normal y equilibrada persona.
En vez de eso, le acepté todos sus comentarios, y además, me dejé arrastrar hacia una rutinas de ejercicios donde predominaban mis tan odiados abdominales. Además, el gimnasio tiene unas máquinas que lucían tal cual como yo las imaginé: perfectos, relucientes y cuidados aparatos de tortura. Saqué entusiasmo de la nada, puesto que si ya estaba ahí y había pagado lo equivalente a un mes de arriendo, comida y unas cuantas prendas de ropa, no era precisamente para no hacer nada.
Las primeras semanas me porté como un relojito, y fui al gimnasio independiente de que hicieran dos grados bajo cero, o que lloviera a truenos. Con el tiempo, la cosa ha ido decayendo, y aunque sigo yendo, cada vez me cuesta más dejar de lado otras cosas por ir al gimnasio. Aún estoy lejos de ser una alumna modelo: debo ser la única a la que el profesor ha puesto ¡¡¡ÁNIMO!!! en la rutina de ejercicios, con grandes letras rojas. El otro día se me ocurrió ir a una clase de spinning, con la que comprobaría hasta qué punto dos meses de gimnasio habían aumentado mi resistencia. A los quince minutos, de clase, no sólo odiaba con el corazón al profesor y a mis compañeros de clase, quienes parecieran estar dando un tranquilo paseo en bicicleta por el campo, sino también me odié a mí misma, preguntándome quién me había mandado a estar en ese lugar, a esa hora. Otra vez, una de las máquinas en las que estaba trabajando reveló su profunda naturaleza torturadora: mis piernas quedaron atrapadas, quedando imposibilitada de salir hasta que un amable profesor acudió en mi ayuda y me desatoró. Sin embargo, la mayor vergüenza la pasé la semana pasada, cuando estaba entusiasmadísima en la cinta trotadora, viendo una serie en TV cable. Sólo se me ocurrió anudarme la zapatilla para que la catástrofe ocurriera. Me desequilibré, enredándome en la estera, la cual literalmente me arrastró hasta el suelo. Sólo escuche los OHHHH y AHHHH de los que estaban alrededor, porque el dolor y la vergüenza no me permitieron ni siquiera levantar la cabeza. ¿Estás bien?, me preguntó un profesor. Sí, estupendo, no pasa nada, fue mi respuesta, volviendo a levantarme y, como la mujer digna que soy, volví a subirme a la máquina a terminar mi caminata.
De todas maneras, creo que cuando acaben estos seis meses de gimnasio, buscaré otra alternativa para mejorar mi figura. Recibo propuestas.

Thursday, September 30, 2004

El "acompañante"

Sí, estaba en una situación desesperada. Se casaba la última de mis colegas solteras de la oficina, incluso más joven que yo. La verdad es que no es un tema que me preocupe, sobre todo tomando en cuenta de que casarse a los 23 años nunca ha sido un plan válido para mi vida, y menos con un novio de 24. En fin, es su vida y las circunstancias eran especiales: llevaban 7 años de pololeo, ya salieron de la universidad y el próximo paso lógico era el matrimonio. Ojalá que sean felices y coman perdices “hasta que la muerte los separe”, como dijo el cura. Qué susto.
Bueno. Algunas semanas antes del evento, llegó a mi escritorio el nunca bien ponderado sobre color crema, donde estaba escrito mi bello nombre con la cuidada letra de la novia. Sumamente atinada, antes me preguntó qué demonios ponía al lado, para sondear si existía algún nombre específico que quisiera ver puesto junto al mío. Yo creo que sólo con mi cara comprendió y utilizó la elegante palabra “y acompañante”.
Y acompañante.
Pensé seriamente en dármela de mujer liberal del Siglo XXI e ir sola, estupenda y regia y proclamando a los cuatro vientos que no necesitaba ningún hombre al lado para pasarlo bien, pero después recordé que la última vez que hice eso me aburrí como una ostra sentada en la mesa de los primos chicos de la novia y algunos loosers que no habían conseguido a nadie que los acompañara por razones evidentes. Finalmente, bailé mucho menos de lo que pretendía, y me fui de la fiesta tipo 2 de la mañana, bastante arrepentida de, por último, haber llevado yo a mi propio looser.
Esta vez sería diferente. Comencé a pensar en todos los amigos de la vida que podrían ser potenciales parejas. Claro que es una elección importante, porque cuando invitas a alguien a un matrimonio donde predominan parejas de ídem y tortolitos que quisieran estar en el altar, es bastante probable que al susodicho se le ocurran un par de cosas contigo. Por lo tanto, tenía que elegir a alguien tan pero tan amigo que no existiese ninguna posibilidad de romance, o alguien con quien no fuera tan malo imaginarse llevar a cabo ese par de cosas.
Alternativa número 1: Andrés, mi amigo del alma. Favor: Me conoce incluso más de lo que me conozco yo y que en sus propias palabras “aunque me viera en pelota no sentiría nada”. Bastante dudoso el piropo, pero así es él. Contra: trabaja en otra región y estaba media sentida con él por su larga ausencia de llamados telefónicos. Descartado.
Alternativa número 2: Toto, un amigo que tengo por ahí, con el que alguna vez congeniamos un poco más allá que la pura y simple amistad. Podría ser. Contra: Es más tieso que un palo de escoba, por lo que mi condena iba a ser estar sentada toda la noche (incluso cuando sonara Rafaela Carrá) o salir a bailar sola. Descartado.
Alternativa número 3: Mister miércoles. A favor: era mi última conquista en el tiempo, a menos que cuenten al freaky de mi cita a ciegas. En contra: sería darle demasiada importancia, sobre todo tomando en cuenta que desapareció en acción días después de haberme jurado que de verdad le interesaba. Descartado.
Alternativa número 4: Ya al borde de la desesperación (es sólo una expresión figurativa) y como por arte de magia, apareció Ricardo en msn. Él es un amigo al que conozco hace más o menos 3 años. Cuando lo conocí me encantó, e incluso pensé que estaba enamorada de él; con los años y la madurez, me fui dando cuenta de que lo que predominaba entre nosotros, lejos de ser el amor verdadero, era sólo una fuerte atracción física. Además, el baila estupendo, y lo pasamos muy bien cuando salimos juntos. Claramente, esa era la mejor alternativa. A favor: es un muy buen amigo, y un excelente bailarín. En contra: era una alternativa bastante cercana el terminar en mi departamento a altas horas de la madrugada. Sin embargo, la última vez que nos habíamos visto (en mi cumpleaños), no había pasado nada entre los dos, por lo que pretendía tener controlada la situación.
Se portó como un caballero. Llegó en su auto, bien estupendoso, con un terno a lo Gabriel de Tentación, que realmente le sentaba bien. Ni que decir que bailamos sin parar, como hasta las tres de la mañana. Por pudor, les ahorro el resto, y sólo baste con decir que se fue de mi casa a las siete de la mañana.
¿Y qué tanto, me pregunto, si de todas las solteras que hay en este mundo yo debo ser una de las más representativas? Sé que he dicho que odio a los hombres y que no quiero que se me acerque ninguno ni a medio metro de distancia, pero nunca es malo algo de compañía
¿Hay alguien que esté planeando invitarme a su matrimonio?

Monday, September 13, 2004

El ex

Sabía que tarde o temprano tenía que suceder, pero había evitado con todas mis ganas que lo que temía sucediera. La verdad es que era bastante difícil aplazarlo más, por las variadas circunstancias de la vida.
Encontrarme con mi ex. Hasta ahora, el hombre con el que he mantenido la relación más larga de mi historia sentimental. El mismo que terminó esa misma relación, dejándome como un estropajo humano y odiando a la raza de los hombres.
Por mí, nunca más lo hubiese visto en mi vida, y hasta ayer lo había logrado, incluso siendo la mejor amiga de su hermana. Y es que después de que terminamos, seguimos conversando y siendo amigas como si nada hubiese pasado. Claro que era (y sigue siendo) una amistad bastante extraña, ya que el tema de su hermano está vedado y yo jamás iba a verla a su casa.
Pero ayer, dentro de todo lo cabecita de pollo que he andado -creo que porque mi cuerpo me está pidiendo a gritos unas vacaciones- llegué a mi departamento dispuesta a tirarme cuán larga soy en mi cama y no despertar hasta el otro día. Sin embargo, llegando a la puerta, me di cuenta de que la muy tonta había dejado las llaves adentro, y que la única capaz de salvarme era nada más y nada menos que mi amiga, quien tenía las llaves de repuesto.
OH Dios, qué no me encuentre con él, repetía yo mientras marcaba el número de su casa de un teléfono público (Murphy me acompañó en pleno, al celular se le había acabado la batería), así que me tranquilicé un poco al saber que sólo estaba mi amiga, con su mamá y la hermana.
Claro que, como se imaginarán las cosas no fueron tan simples. Iba a menos de una cuadra de la casa (en el camino me habían surgido algunos recuerdos que quería desterrar de mi mente) cuando veo entrar a mi ex con su polola tomados de la mano.
Pensé en darme la vuelta y salir corriendo, pero como eso significaría no poder entrar a mi casa o pagar muy caro por un cerrajero que me fuera a auxiliar a las nueve de la noche de un día domingo, dije una pequeña oración de ayuda y golpeé la puerta.
Una vez dentro, se podía cortar el aire con un cuchillo. Mi corazón latía a mil por hora mientras conversaba con los ex suegros y la tía me invitaba a tomar una taza de te (como si hubiese podido tragar algo en esas circunstancias). Sabía que no era cómodo, ni para él -que ni siquiera atinó a saludarme hasta quince minutos después de mi llegada-, ni para mí, que decidí en ese minuto sacar las copias de llaves que fueran necesarias para no volver a pasar por esa experiencia otra vez.
De vuelta a la casa, pensé que por lo menos era algo que tenía que pasar tarde o temprano. Sin embargo, las circunstancias en que lo había planeado eran bastante diferentes a aparecer como la perna más perna en la puerta de su casa, chascona y cansada después de un viaje de tres horas y con cara de angustia porque no podía entrar a mi casa.
Yo me imaginaba volver a esa casa por lo menos con la compañía de un nuevo hombre, evidentemente feliz de la vida y totalmente producida, cosa que él llegara a pensar por un momento en la mujer que se perdió. Obviamente, después de casi dos años de que terminamos, se encontró con la misma mujer que dejó, e incluso un poco más chascona y pálida, tal vez agradeciendo haberse librado de mí.
Pero bueno, ¿qué se le va a hacer?
Así que llegué a mi casa, hice las cosas que tenía que hacer y me tiré en la cama. Pensando, hasta lloré un poco, pero después tomé Harry Potter 5 y me fui de este mundo por un par de horas.

Friday, August 27, 2004

BLIND DATE

Un poco chata de "Mister Miércoles", decidí explorar nuevos horizontes. Por pura casualidad, un conocido del trabajo, de esos que sólo conoces a través del teléfono y del mail, me invitó a salir.
Estaba bastante nerviosa, la verdad, porque creo que una o dos veces había tenido experiencias parecidas (salir con alguien que no conocía de antemano), pero todo salió
bien. Nos juntamos cerca de mi casa y nos fuimos a tomar un par de tragos a un bar.
Nada me hizo sospechar de que algo pudiese andar mal. Conversamos de nuestros respectivos trabajos y de lo que era vivir solos. Los dos somos periodistas, así que la conversación se dio de forma natural. Lo suficientemente bien para planear un segundo encuentro.
Claro que la segunda cita ya iba un poquito más allá, o eso creí yo al ver la cantidad de mensajes subliminales del sujeto en cuestión. Llegado el famoso día "D", me di uno de mis relajantes baños de espuma, me puse bien bonita y por supuesto, tenía mi mesa llena de cosas ricas para picotear.
Media hora más tarde de lo prometido, comenzó una de las citas más cómicas que he tenido en mi vida. Sí, una de esas para contarles a tu hijos y nietos.
Este tipo era de los más freaks que he conocido en toda mi vida. Y eso que no me han faltado unos cuantos gallos raros ...Otro día les contaré de ellos.
Primera parte: confieso que he vivido
No sé exactamente cuál fue el camino para llegar al tema, pero en un minuto, llegamos a conversar de las drogas. Su confesión al respecto la voy a resumir sólo en dos frases: "Descubrí mi vida gracias al ácido" "NOOO (mientras abría los ojos como platos y me miraba sorprendido de la vida) ¿Nunca has probado ni siquiera un huiro?????
Evidentemente, las cosas no empezaron nada de bien.
Segunda parte: los hombres son una mierda
Como era de esperarse, prontamente la conversa derivó en nuestras experiencias sentimentales del pasado, y cómo las habíamos tomado... Su conclusión, bastante acertada según mi opinión, pero bastante extraño en boca de un hombre, me dice: "lo que pasa es que todos los hombres son una mierda, unos concha de su madre". Plop.
Tercera parte: Yo soy una mierda
Siguiendo la extraña conversación, pasamos a hablar de él. Su respuesta: "No vale la pena hablar de mí. La verdad es que yo debo ser una de las personas menos valiosas en este planeta. No valgo nada. Soy una mierda de hombre" Hello...Ahora sí me sentía justo entre la "Dimensión Dsconocida" y "Ripley, auque usted no lo crea"... Lo peor es que ni siquiera lo decía con un tono de depresión, sino como convencido absolutamente de sus palabras. Pero, le dije yo al punto de la exasperación, ¿no te quieres ni un poquito? No. Nada de nada.
Cuarta parte y final: ¿No te dije que estaba pololeando?
Para ponerle la guinda a la torta, y terminar con broche de oro la "romántica" noche que estábamos teniendo, me dice: ¿No te conté que estaba pololeando? ¿QUÉEEE? Le dije. Sí, en estos minutos estoy pololeando, pero estar contigo aquí no me hace sentirme ni siquiera un poquito culpable.
Oh, my god.
Ni siquiera tuve lástima por esa pobre mujer, porque como reza el sabio dicho "cada quien tiene lo que merece". Sólo tuve un poco de lástima por mí misma, porque ¿Cuando será el momento en que conozca un hombre que sea como la gente? Ni siquiera pido un tremendo mino, ni que tenga algunas características "especiales". Sólo un hombre normal, que se digne a verme más allá de los días miércoles, y que sea decente...¿será mucho muy difícil? Hasta ahora, pareciera que tuviera un radar "detector de hombres freaks"...
Por ahora, mi decisión es estar sola por muucho tiempo, disfrutar mi soltería y no tener más citas a ciegas, sino tener citas "con los ojos bien abiertos".
He dicho.

Friday, August 20, 2004

Mister "Miércoles"

Les tengo que contar algo. Tengo un hombre. Sí, por fin la rueda del destino me favoreció y me mandó a alguien para hacerme compañía. Él es muy simpático, muy amoroso y me río muchísimo con sus historias. Físicamente, me encanta, pues es el ser más alejado de un metrosexual que he visto en mi vida. 1.82, moreno, con cara de hombre bien hombre y orgulloso de su poncherita cervecera. Amigo de sus amigos, le gustan los asados y todo lo que tenga que ver con piernas corriendo tras una pelota. Hay un sólo problema con él, y es que sólo aparece los días miércoles.
Tal cual. Cómo si fuera una especie de encantamiento, o sino fatal, parecido a las míticas doce de la Cenicienta. Cuando llega el misterioso día de mitad de semana, el teléfono suena y yo tengo la certeza absoluta de que es él, para preguntarme si me puede ir a ver. Obviamente, como la soledad es fuerte y la carne débil, acepto sin hacerme muchas preguntas, disfrutando ya por adelantado la dulce compañía que tendré en unas horas más. Luego, cuando se va, me quedo pensando si la otra semana lo volveré a ver.
Y así han pasado varias semanas. Y aunque es una situación bastante incierta, no deja de tener su encanto, haciendo que la semana pase un poquito menos monótona. Llegando del gimnasio, los miércoles me meto en un rico y perfumado baño de espuma, donde me quedo por lo menos por media hora, para después ponerme lo mejor de mi clóset y esperar que suene la puerta.
Sin embargo, y analizando su conducta con la Pame, ayer en la tarde (mientras las chanchitas comíamos pizza y helado de chocolate) nos comenzamos a hacer preguntas...¿Por qué, de todos los días de la semana, tiene que elegir los miércoles? ¿Por que no varía un poquito su rutina y pasa un jueves, un lunes o un domingo?
Pueden existir varias explicaciones para no llegar los fines de semana (desde que exista otra mujer, hasta que se junta con su club de Toby a embriagarse, y hasta le acepto que el domingo le den unas ganas enormes de quedarse en su cama viendo fútbol todo el santo día), pero sigue siendo un misterio para mí qué puede hacer los lunes, martes y jueves.
Tal vez es una especie de ritual para él, y he pasado a ser parte de la esencia de su día miércoles. Tal vez, si un día toca a mi puerta un lunes, viernes o domingo, tendré la certeza de que esa será su última visita, o me de tal impresión que quede helada y le cierre la puerta en la nariz.
Sea como sea, él también se ha convertido en parte de mi propia rutina, y esta noche me iré a la cama esperando que sea miércoles.

Tuesday, August 17, 2004

Las citas y el dinero

Hablando con un muy buen amigo por MSN acerca de la desilusionante vida amorosa que me ha tocado vivir este último tiempo, me empezó a contar las aventuras de su última cita. Para empezar, me contó que había conocido a una niña, que le había interesado lo bastante para invitarla a salir un par de veces, pero que algo en ella lo había desilusionado.
¿Qué?, se preguntarán ustedes. No es que sea muy gritona, ni haya hecho algún tipo de escándalo en medio de un lugar concurrido. Lo que le molestó a mi amigo fue la evidente indolencia de ella en el momento de pagar una cuenta después de una cita. Me explico. Ningún amage de meter la mano en la cartera, ni de ofrecerse a pagar lo suyo. O sea, silencio total, mientras mi amigo pagaba la cuenta sin decir ni pío.
Recuerdo haber leído un cuento parecido hace poco. Se trataba de un tipo que invitaba a salir a una nueva conquista, dejándola a ella elegir el lugar. Al llegar, se daba cuenta de que era el restorán más lujoso de la ciudad, y tal parecía que la mina no había comido nada todo el día, reservándose para ese momento. Pidió los vinos más caros, las especialidades de la casa y los más selectos postres, dejando a la imaginación de su compañero en qué parte de su delgado cuerpo le cabía tanta comida. Al mismo tiempo, el pobre hombre sudaba frío, y se encogía en su silla para ver si algún milagro lo sacara por arte de magia de allí. ¿Cuántos platos tendría que lavar para pagar tamaña cuenta?
Claro que a mi amigo no le pasó eso, (eso creo). El punto es que en los tiempos que corren ahora, ninguna mujer joven debería dar por sentado que su compañero siempre asumirá el gasto. Sin embargo, le pregunté qué era exactamente lo que le había dicho. Por ejemplo, le había dicho ¿te invito al cine o vamos al cine?
Y es que existen ciertos códigos, donde a veces el feminismo (o intentar pagarlo absolutamente todo) no cabe, porque echa a perder el momento. Si un amigo me dice, te invito al cine, yo asumo que es él el que pagará, independientemente de que, llegado el momento, intente sacar mi billetera de la cartera y él me detenga. En cambio, si me dice vamos al cine, obviamente asumo que yo pago mi parte.
Hay otro tema respecto de los hombres y el dinero que complica a las mujeres, y es el de los regalos. Con esto, hay problemas de toda índole, que a veces son más fáciles de solucionar. Por ejemplo, si estoy saliendo con alguién hace una semana y él está de cumpleaños. ¿Qué demonios le regalo? Si es un oso de peluche tamaño XL, con un enorme corazón de peluche que dice I love you, ¿no será mucho? Por otro lado, si le llevo el típico chocolate con almendras que le van a regalar todas las amigas y tías, ¿no será muy desinteresado? Es terrible, más de lo que ya es encontrar un regalo decente para un hombre, sobre todo por que el valor del regalo generalmente marca un compromiso más allá del regalo en sí.
Una amiga mía salía hace un par de meses con el que ahora es su marido. Ya antes de su cumpleaños, le había regalado regalos costosos, como accesorios de marca y otras ostentaciones, así que para el día de su cumpleaños, le dijo que no iba a aceptar nada más que una blusa, que incluso le mostró, haciéndole ver lo incómoda que se sentía con esos regalos que nunca podría pagar si terminaban.
El día del cumpleañ0s, el pololo venía detrás de una torre de bolsas...¡¡¡¡Le regalo seis camisas de cada color!!!!!!!!!
Así que dos consejos a mis amigos y amigas. Uno, cuiden el lenguaje al invitar a salir a alguien. Puede ser la clave para evitar posteriores confusiones y malos ratos. Dos, siempre hay que hacer el intento de pagar, aunque seamos detenidas por nuestra nueva cita. Tres, piensen bien antes de regalar algo a alguien. Y por último, siempre lleven algo de plata en sus citas, por si todo sale mal y tienen que tomar un taxi de vuelta.

Monday, August 16, 2004

Encuentro gitano (o impossible is nothing)

Y heme ahí, buscando hasta por debajo de las piedras alguna pista de vida gitana. Ya era más de mediodía, y en vista de mi angustia y desesperación, había logrado saber que generalmente se les encontraba en las profundidades de la calle Independencia. Ahí estaba yo, dispuesta a tocar todas las puertas que fueran necesarias hasta que diera con alguien que me ayudara.
Finalmente, el milagro.
Detrás de una casa antigua, de esas con techos eternos, escuché el sonido de unos pies descalzos, que indudablemente bailaban lo que parecía una danza gitana. ¿Podría tener tanta suerte? Bueno, así era, porque minutos después figuraba conversando con Mirko, quien resultó ser nada más y nada menos que el cuñado del Rey de los Gitanos, es decir, el esposo de su hermana. La verdad es que lo pasé muy bien, tomando por primera vez en mi vida café en vaso y aprendiendo algunos pasos de la danza que los niños estaban aprendiendo. Eran unos niños preciosos, algo hiperactivos, para quienes yo era la que no calzaba en su casa. Claro, una mujer de jeans y chaleco de lana no era precisamente la persona que combinaba con una casa así, llena de telas brillantes que caían desde el cielo y rodeada de dos mujeres que nunca en la vida usaron pantalones.
También conocí las razones por las cuales ellos no querían salir en la televisión. Y las entendí. Necesitaban respeto por sus costumbres, y ojalá sacar el estigma que cargan durante años. Evidentemente, no estaban seguros de lograr esto a través de una teleserie.
Pero por lo menos, a una persona (a mí) me cambió la perspectiva.
Junto con llegar a una ciudad impersonal, donde el rebaño me llevaba a la indiferencia, había conocido una hospitalidad y humanidad que jamás hubiese sido posible en mi pueblo.
Tenía muchas cosas que aprender de Santiago.

PANCHA EN LA CIUDAD

¿Han visto ustedes un dibujo animado de Cartoon Network que muestra a una simpática oveja de ojos saltones perdida en Nueva York? Se llama Sheep en la ciudad, y aunque nunca he visto el programa entero, solo la sinopsis, además de matarme de la risa, me identifica plenamente. La pobre oveja en el metro, perdida por las calles, empujada por la gente, sin cambiar su mirada de ¿qué demonios estoy haciendo aquí?
Entiéndanme. No es que tenga complejo de oveja ni ojos saltones (aunque a algunos les parezca que sí), sino que sólo me recuerda a mí misma, cinco años atrás, cuando me vine con camas y petacas a vivir a Santiago. No completamente sola, pero con cuatro amigas tan perdidas como yo, provenientes de un lugar tan campesino y provinciano como L. Perdidas. Entusiasmadas. Ansiosas por todo lo que empezábamos, que era nada más y nada menos que la vida universitaria.
Hoy, y aunque varias cosas en la vida han cambiado, a veces me siento tan perdida como ella. Vuelvo a ser la misma, y eso, aunque a veces me juega malas pasadas, también me hace recordar de dónde vengo, y quién soy.
La pregunta es: ¿Cómo fue que la inocentona niñita de colegio de monjas, esa que más que jumper tenía un hábito parecido terriblemente a una campana, con reglas morales más inamovibles que la cresta y super segura de que nunca haría ciertas cosas, se ha convertido en el atado de complicaciones que veo cuando me miro al espejo? De pronto, de ser la perfecta protagonista de Seventh Heaven (¿Han visto alguna vez en la vida real una familia tan ideal?), pasé a ser una perfecta Carrie de Sex and the City
En algún momento de mi vida, no sabría precisar cuándo, las cosas fueron variando de tono, de ser blancas o negras pasaron a tomar diversos matices de grises, y algunas se diluyeron completamente.
La otra noche, mientras bailaba con un tipo en la fiesta de cumpleaños de la Andrea, a quien pronto van a conocer, le comenté de la nada que no era originaria de Santiago. ¿Verdad?- me dijo él- No se te nota para nada.
Y yo, que pensé que lo cabrina-perdida-en-la-capital se me salía por los poros.


PRIMER ENCUENTRO

La verdad es que hay miles de momentos que podría elegir para revelar lo fuerte que fue el encuentro con Santiago. Tal vez los viajes en metro, donde se te imagina que todo el mundo va amargado y con ganas de pegarle a alguien; tal vez la amabilidad de los choferes de micro cuando uno ya tiene en sus manos el famoso pase escolar, o el conocer a personas tan diversas a ti en todo aspecto reunidos en un mismo lugar. En resumen, la confusa y permanente sensación de vivir en medio de un rebaño.
Pero sin duda, uno de los que me quedó para siempre en la memoria fue mi primera salida a reportear.
O sea, no llevas ni un mes en Santiago y te dicen: vaya y encuentre al rey de los gitanos. Quiero la nota lista a las seis de la tarde.
Horror. Que alguien me ayude, por favor. ¿Cómo se supone que yo, con 18 años cumplidos, recién llegada a la selva de cemento, me conseguiría en la friolera suma de cuatro horas, al rey de los gitanos? Imposible, imposible, imposible, me repetía, mientras encaminaba mis pasos hacia el cerro Santa Lucía, único lugar donde había visto, alguna vez, a una gitana que me perseguía para verme la suerte y echarme maldiciones. Eso, además. ¿por qué precisamente tenían que ser gitanos? ¿Por qué a TVN no se le había ocurrido hacer una teleserie con vendedores ambulantes, micreros, o algo así?, me preguntaba mientras pensaba, ya en los alrededores del cerro, dónde se supone que encontraría uno…