Monday, August 16, 2004

Encuentro gitano (o impossible is nothing)

Y heme ahí, buscando hasta por debajo de las piedras alguna pista de vida gitana. Ya era más de mediodía, y en vista de mi angustia y desesperación, había logrado saber que generalmente se les encontraba en las profundidades de la calle Independencia. Ahí estaba yo, dispuesta a tocar todas las puertas que fueran necesarias hasta que diera con alguien que me ayudara.
Finalmente, el milagro.
Detrás de una casa antigua, de esas con techos eternos, escuché el sonido de unos pies descalzos, que indudablemente bailaban lo que parecía una danza gitana. ¿Podría tener tanta suerte? Bueno, así era, porque minutos después figuraba conversando con Mirko, quien resultó ser nada más y nada menos que el cuñado del Rey de los Gitanos, es decir, el esposo de su hermana. La verdad es que lo pasé muy bien, tomando por primera vez en mi vida café en vaso y aprendiendo algunos pasos de la danza que los niños estaban aprendiendo. Eran unos niños preciosos, algo hiperactivos, para quienes yo era la que no calzaba en su casa. Claro, una mujer de jeans y chaleco de lana no era precisamente la persona que combinaba con una casa así, llena de telas brillantes que caían desde el cielo y rodeada de dos mujeres que nunca en la vida usaron pantalones.
También conocí las razones por las cuales ellos no querían salir en la televisión. Y las entendí. Necesitaban respeto por sus costumbres, y ojalá sacar el estigma que cargan durante años. Evidentemente, no estaban seguros de lograr esto a través de una teleserie.
Pero por lo menos, a una persona (a mí) me cambió la perspectiva.
Junto con llegar a una ciudad impersonal, donde el rebaño me llevaba a la indiferencia, había conocido una hospitalidad y humanidad que jamás hubiese sido posible en mi pueblo.
Tenía muchas cosas que aprender de Santiago.

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