Tuesday, March 22, 2005

Hay momentos en la vida...

En los que te sientes gloriosa

· Sacar una chaqueta o un par de pantalones del clóset después de mucho tiempo y encontrar plata en uno de los bolsillos. ¿Conocen una sensación mejor?
· Después de una semana de dieta rigurosa, subir a la pesa y darte cuenta de que has bajado un par de kilos.
· Encontrarte con tu ex en una situación ideal: es decir, con tu mejor look y del brazo de un medio mino a quien le puedas presentar.
· Salir con tu hija mayor y que te pregunten si es tu hermana.
· Probarte ropa de una talla menos…¡¡¡Y que te quede bien!!!
· Que te regalen un masaje…sólo porque sí.
· Que te llegue un ramo de rosas a la puerta de tu casa…¡Y sea del hombre que te tiene loca!

En los que quisieras que la tierra te tragara

· Pegarse en el dedo chico del pie en el canto de un mueble.
· Ir a la peluquería a probar un nuevo corte de pelo…y quedar como el espantapájaros del mago de Oz.
· Quebrarte una uña justo en la mitad…Si te la tiras, te queda el dedo ensangrentado, y si te la dejas, se te engancha en todas partes.
· Cualquier situación que implique pantalones blancos y la llegada intempestiva de la “visita mensual”.
· El típico pedazo de mora, perejil o aceituna adherido a tus dientes…que no notas hasta que te miras al espejo al volver a la casa (y además, te sentías glamorosa porque todo el mundo te miraba).
· Qué te pregunten cuándo va a nacer tu bebé…¡¡¡Cuándo no estás embarazada!!!
· Salir creyéndote la muerte después de ser atacada por una ola…sin la parte de arriba de tu bikini.
· Que, después de una hora en la sesión de maquillaje y vestuario, tu pololo te pregunte: ¿Y ya estás lista?

Wednesday, March 09, 2005

Hidrogimnasia o el nuevo arte de la tortura moderna

No les había contado de mis últimas aventuras de fitness. Consciente de que con mis hábitos alimenticios, mi adicción por la televisión (eso que aún no tengo cable; sería mi perdición), y mi absoluta falta de actividad física iba a llevarme al borde de la obesidad mórbida, decidí comenzar a probar diferentes cosas, a ver si alguna disciplina me conquistaba más que el bendito gimnasio.
Así fue como llegué a la hidrogimnasia. Una disciplina top, según lo que decía la página web que visité. Un ejercicio fuerte, pero de bajo impacto gracias a estar dentro del agua, mágico para endurecer y relajarse al mismo tiempo, apto para todo tipo de personas. ¿Incluso flojas? Pensé para mis adentros.
El asunto fue que después de concertar una clase de prueba en un centro cercano a mi casa (me conozco tan bien que sé que debo ir a algún lugar caminable, porque si no simplemente no voy a ir), me fui de shopping a comprar todos los artilugios necesarios para convertirme en toda una sirena. Nada más alejado de la realidad, puesto que el famoso traje de baño deportivo es casi una túnica, ideal para no depilarse ciertas partes que suelen ser dolorosas, pero fatal si el objetivo es conquistar a un guapo compañero de andanzas. A esto, súmenle un gorrito con el que la cabeza parece un condón. Menos mal que esta disciplina no exige los famosos anteojos antiagua, porque ahí si que renuncio de plano sólo por la indumentaria.
En fin. Llegado el día D, me fui con mi bolso de gimnasia, subí por ascensor los 7 pisos hacia la piscina (mucho entusiasmo tenía, pero no para subir escaleras aún), y me metí en el agua un poco antes de que empezara la clase para ambientarme en este nuevo lugar. De haber sabido lo que vendría, me quedo tranquilita en la piscina, haciéndome la loca hasta que la bendita clase terminara. Pero en vez de eso, me hice la winner, mientras llegaban mis compañeros de clase. (o de tortura, más bien).
Para empezar, la promoción en la página web decía clarito que no había que saber nadar como delfín para hacer hidrogimnasia; sólo saber flotar en el agua por si las moscas (me imagino que nadie quiere hacerse responsable por el ahogo de un alumno), y en eso yo, nacida y criada en las cercanías de un lago, no tenía problema.
Pues bien, luego de quince minutos de calentamiento, muy parecido a como empieza una clase de aeróbica o lo que sea, la orden fue nadar dos veces de ida y vuelta a lo largo de la piscina. Fue una verdadera vergüenza, porque mientras mis compañeros pasaban de largo cuál tritones por mi lado, yo no había nadado ni siquiera para llegar a la mitad de la piscina. A los cinco minutos de nado, comenzaron a pesarme más que nunca mis meses de sedentarismo, sumado a unas apestosas pesas de plástico que habíamos adosado a nuestras pantorrillas.
Pero eso no fue el fin de mi humillación; fue el comienzo. Luego de la indignidad de mi natación, debíamos sumar unos pesados aros de espuma en nuestros brazos, y hacer ejercicio con las cuatro extremidades sin tocar el piso. O sea, ustedes conocen el nivel de mi coordinación, por lo que tenía que elegir de a uno qué mover, mientras mis compañeros me miraban con cara de que yo era algo así como Jackass de MTV o estaba cumpliendo una apuesta con mis amigos. La profesora, observando mi cara de desesperación y cuasi ahogo, me entregó lo que ya sería el punto cúlmine de la indignidad: uno de esos firulos de goma, largos y flacos, que usan los cabros chicos para aprender a nadar, para flotar más fácilmente en la piscina. Justamente en ese minuto, decidí que prefiero la obesidad mórbida a arriesgar mi vida en una piscina de hidrogimnasia, siendo humillada hasta la muerte por mis compañeros y además, pagando casi un 10% de mi sueldo por eso.

Tuesday, March 08, 2005

El regreso de Mister Miércoles: Segunda parte y final

Hay momentos en la vida en donde da la sensación de que estamos volviendo a vivir parte del pasado, como si a Dios se le antojara apretar “stop” y comenzara a rebobinar tu historia.
Algo así me pasó el otro día, al volver a encontrarme con Mister Miércoles. El escenario era un carrete en la casa de una amiga, donde fui con la idea de que era casi un pijama party femenino, con piscina y caipiriña, algo bien tropical, pero sólo mujeres al fin. A última hora, llega nada más ni nada menos que Mister Miércoles con un amigo.
Verlo significó un retorcijón de guata instantáneo, sumado al hecho de que no era miércoles ni por asomo. Pero, digna como soy, me hice la que no pasaba absolutamente nada en mi corazoncito.
En detrimento de mi dignidad, he de confesar que la parada me duró lo que dura un vaso de pisco sour y uno de caipiriña (menos mal que no acepté tomar golpeado porque no sé adónde hubiese llegado), porque al rato figurábamos cual pareja, abrazados y tomados de la mano, diciendo frases tales como “Te extrañé” y cosas parecidas.
Después del reencuentro, me hice el firme propósito de no buscarlo, me amarré las manos con cinta adhesiva para no llamarlo por teléfono, y me resigné a que no lo volvería a ver jamás. Claro que ese jamás fue bastante corto, porque el lunes siguiente recibo una llamada de él diciéndome que quería ir a verme.
¿Qué habría dicho una mujer orgullosa y totalmente digna? Obviamente, se hace de rogar un poco, atrasando el día del encuentro con cualquier motivo mentiroso. ¿Qué hizo la Pancha? Obviamente, se me atragantaron las palabras para decirle que lo esperaba en 10 minutos...y eso que era lunes. Y así fue como Mister Miércoles pasó a ser Mister Lunes.
Yo creo que una de las principales razones para haber recaído con este individuo es que nunca hubo un punto final para nuestra pseudo relación de día miércoles. No sé si se acuerdan, pero él desapareció después de decirme que podríamos intentar ser una relación normal (es decir, vernos fuera de las cuatro paredes de mi casa y en los demás días de la semana), por lo que nunca hubo una conversación que pusiera un fin oficial a ese “algo” que había entre nosotros.
Esa vez, fui yo la que exigía un poco de consideración. Esta vez, fue él quien comenzó a complicarse por mí. Y después de dos lunes de pasión y locura, tuvimos “la conversación”. En resumen, él no quiere nada serio, yo le gusto pero nunca tanto como para jugársela por mí, y se siente culpable cada vez que se va de mi casa sabiendo que tarde o temprano yo le iba a exigir lo que no podía darme, o sea, una relación como la gente. Por mi parte, en estos minutos no tengo idea de lo que quiero, sobre todo después del fin de mi última relación, pero si de algo estoy segura es de que más temprano que tarde me voy a terminar enganchando con él si sigue en sus esporádicas visitas de día lunes. El acuerdo fue no vernos más, o hasta que él decida tomarse en serio su vida. Si me lo preguntan, una sabia solución, puesto que simplemente amigos no podemos ser con esa fuerte atracción de por medio.
Ese fue el fin del capítulo Mister Miércoles, Lunes, o lo que sea. Eso sí, y debo contarles, no sin una apasionante despedida.