Friday, August 27, 2004

BLIND DATE

Un poco chata de "Mister Miércoles", decidí explorar nuevos horizontes. Por pura casualidad, un conocido del trabajo, de esos que sólo conoces a través del teléfono y del mail, me invitó a salir.
Estaba bastante nerviosa, la verdad, porque creo que una o dos veces había tenido experiencias parecidas (salir con alguien que no conocía de antemano), pero todo salió
bien. Nos juntamos cerca de mi casa y nos fuimos a tomar un par de tragos a un bar.
Nada me hizo sospechar de que algo pudiese andar mal. Conversamos de nuestros respectivos trabajos y de lo que era vivir solos. Los dos somos periodistas, así que la conversación se dio de forma natural. Lo suficientemente bien para planear un segundo encuentro.
Claro que la segunda cita ya iba un poquito más allá, o eso creí yo al ver la cantidad de mensajes subliminales del sujeto en cuestión. Llegado el famoso día "D", me di uno de mis relajantes baños de espuma, me puse bien bonita y por supuesto, tenía mi mesa llena de cosas ricas para picotear.
Media hora más tarde de lo prometido, comenzó una de las citas más cómicas que he tenido en mi vida. Sí, una de esas para contarles a tu hijos y nietos.
Este tipo era de los más freaks que he conocido en toda mi vida. Y eso que no me han faltado unos cuantos gallos raros ...Otro día les contaré de ellos.
Primera parte: confieso que he vivido
No sé exactamente cuál fue el camino para llegar al tema, pero en un minuto, llegamos a conversar de las drogas. Su confesión al respecto la voy a resumir sólo en dos frases: "Descubrí mi vida gracias al ácido" "NOOO (mientras abría los ojos como platos y me miraba sorprendido de la vida) ¿Nunca has probado ni siquiera un huiro?????
Evidentemente, las cosas no empezaron nada de bien.
Segunda parte: los hombres son una mierda
Como era de esperarse, prontamente la conversa derivó en nuestras experiencias sentimentales del pasado, y cómo las habíamos tomado... Su conclusión, bastante acertada según mi opinión, pero bastante extraño en boca de un hombre, me dice: "lo que pasa es que todos los hombres son una mierda, unos concha de su madre". Plop.
Tercera parte: Yo soy una mierda
Siguiendo la extraña conversación, pasamos a hablar de él. Su respuesta: "No vale la pena hablar de mí. La verdad es que yo debo ser una de las personas menos valiosas en este planeta. No valgo nada. Soy una mierda de hombre" Hello...Ahora sí me sentía justo entre la "Dimensión Dsconocida" y "Ripley, auque usted no lo crea"... Lo peor es que ni siquiera lo decía con un tono de depresión, sino como convencido absolutamente de sus palabras. Pero, le dije yo al punto de la exasperación, ¿no te quieres ni un poquito? No. Nada de nada.
Cuarta parte y final: ¿No te dije que estaba pololeando?
Para ponerle la guinda a la torta, y terminar con broche de oro la "romántica" noche que estábamos teniendo, me dice: ¿No te conté que estaba pololeando? ¿QUÉEEE? Le dije. Sí, en estos minutos estoy pololeando, pero estar contigo aquí no me hace sentirme ni siquiera un poquito culpable.
Oh, my god.
Ni siquiera tuve lástima por esa pobre mujer, porque como reza el sabio dicho "cada quien tiene lo que merece". Sólo tuve un poco de lástima por mí misma, porque ¿Cuando será el momento en que conozca un hombre que sea como la gente? Ni siquiera pido un tremendo mino, ni que tenga algunas características "especiales". Sólo un hombre normal, que se digne a verme más allá de los días miércoles, y que sea decente...¿será mucho muy difícil? Hasta ahora, pareciera que tuviera un radar "detector de hombres freaks"...
Por ahora, mi decisión es estar sola por muucho tiempo, disfrutar mi soltería y no tener más citas a ciegas, sino tener citas "con los ojos bien abiertos".
He dicho.

Friday, August 20, 2004

Mister "Miércoles"

Les tengo que contar algo. Tengo un hombre. Sí, por fin la rueda del destino me favoreció y me mandó a alguien para hacerme compañía. Él es muy simpático, muy amoroso y me río muchísimo con sus historias. Físicamente, me encanta, pues es el ser más alejado de un metrosexual que he visto en mi vida. 1.82, moreno, con cara de hombre bien hombre y orgulloso de su poncherita cervecera. Amigo de sus amigos, le gustan los asados y todo lo que tenga que ver con piernas corriendo tras una pelota. Hay un sólo problema con él, y es que sólo aparece los días miércoles.
Tal cual. Cómo si fuera una especie de encantamiento, o sino fatal, parecido a las míticas doce de la Cenicienta. Cuando llega el misterioso día de mitad de semana, el teléfono suena y yo tengo la certeza absoluta de que es él, para preguntarme si me puede ir a ver. Obviamente, como la soledad es fuerte y la carne débil, acepto sin hacerme muchas preguntas, disfrutando ya por adelantado la dulce compañía que tendré en unas horas más. Luego, cuando se va, me quedo pensando si la otra semana lo volveré a ver.
Y así han pasado varias semanas. Y aunque es una situación bastante incierta, no deja de tener su encanto, haciendo que la semana pase un poquito menos monótona. Llegando del gimnasio, los miércoles me meto en un rico y perfumado baño de espuma, donde me quedo por lo menos por media hora, para después ponerme lo mejor de mi clóset y esperar que suene la puerta.
Sin embargo, y analizando su conducta con la Pame, ayer en la tarde (mientras las chanchitas comíamos pizza y helado de chocolate) nos comenzamos a hacer preguntas...¿Por qué, de todos los días de la semana, tiene que elegir los miércoles? ¿Por que no varía un poquito su rutina y pasa un jueves, un lunes o un domingo?
Pueden existir varias explicaciones para no llegar los fines de semana (desde que exista otra mujer, hasta que se junta con su club de Toby a embriagarse, y hasta le acepto que el domingo le den unas ganas enormes de quedarse en su cama viendo fútbol todo el santo día), pero sigue siendo un misterio para mí qué puede hacer los lunes, martes y jueves.
Tal vez es una especie de ritual para él, y he pasado a ser parte de la esencia de su día miércoles. Tal vez, si un día toca a mi puerta un lunes, viernes o domingo, tendré la certeza de que esa será su última visita, o me de tal impresión que quede helada y le cierre la puerta en la nariz.
Sea como sea, él también se ha convertido en parte de mi propia rutina, y esta noche me iré a la cama esperando que sea miércoles.

Tuesday, August 17, 2004

Las citas y el dinero

Hablando con un muy buen amigo por MSN acerca de la desilusionante vida amorosa que me ha tocado vivir este último tiempo, me empezó a contar las aventuras de su última cita. Para empezar, me contó que había conocido a una niña, que le había interesado lo bastante para invitarla a salir un par de veces, pero que algo en ella lo había desilusionado.
¿Qué?, se preguntarán ustedes. No es que sea muy gritona, ni haya hecho algún tipo de escándalo en medio de un lugar concurrido. Lo que le molestó a mi amigo fue la evidente indolencia de ella en el momento de pagar una cuenta después de una cita. Me explico. Ningún amage de meter la mano en la cartera, ni de ofrecerse a pagar lo suyo. O sea, silencio total, mientras mi amigo pagaba la cuenta sin decir ni pío.
Recuerdo haber leído un cuento parecido hace poco. Se trataba de un tipo que invitaba a salir a una nueva conquista, dejándola a ella elegir el lugar. Al llegar, se daba cuenta de que era el restorán más lujoso de la ciudad, y tal parecía que la mina no había comido nada todo el día, reservándose para ese momento. Pidió los vinos más caros, las especialidades de la casa y los más selectos postres, dejando a la imaginación de su compañero en qué parte de su delgado cuerpo le cabía tanta comida. Al mismo tiempo, el pobre hombre sudaba frío, y se encogía en su silla para ver si algún milagro lo sacara por arte de magia de allí. ¿Cuántos platos tendría que lavar para pagar tamaña cuenta?
Claro que a mi amigo no le pasó eso, (eso creo). El punto es que en los tiempos que corren ahora, ninguna mujer joven debería dar por sentado que su compañero siempre asumirá el gasto. Sin embargo, le pregunté qué era exactamente lo que le había dicho. Por ejemplo, le había dicho ¿te invito al cine o vamos al cine?
Y es que existen ciertos códigos, donde a veces el feminismo (o intentar pagarlo absolutamente todo) no cabe, porque echa a perder el momento. Si un amigo me dice, te invito al cine, yo asumo que es él el que pagará, independientemente de que, llegado el momento, intente sacar mi billetera de la cartera y él me detenga. En cambio, si me dice vamos al cine, obviamente asumo que yo pago mi parte.
Hay otro tema respecto de los hombres y el dinero que complica a las mujeres, y es el de los regalos. Con esto, hay problemas de toda índole, que a veces son más fáciles de solucionar. Por ejemplo, si estoy saliendo con alguién hace una semana y él está de cumpleaños. ¿Qué demonios le regalo? Si es un oso de peluche tamaño XL, con un enorme corazón de peluche que dice I love you, ¿no será mucho? Por otro lado, si le llevo el típico chocolate con almendras que le van a regalar todas las amigas y tías, ¿no será muy desinteresado? Es terrible, más de lo que ya es encontrar un regalo decente para un hombre, sobre todo por que el valor del regalo generalmente marca un compromiso más allá del regalo en sí.
Una amiga mía salía hace un par de meses con el que ahora es su marido. Ya antes de su cumpleaños, le había regalado regalos costosos, como accesorios de marca y otras ostentaciones, así que para el día de su cumpleaños, le dijo que no iba a aceptar nada más que una blusa, que incluso le mostró, haciéndole ver lo incómoda que se sentía con esos regalos que nunca podría pagar si terminaban.
El día del cumpleañ0s, el pololo venía detrás de una torre de bolsas...¡¡¡¡Le regalo seis camisas de cada color!!!!!!!!!
Así que dos consejos a mis amigos y amigas. Uno, cuiden el lenguaje al invitar a salir a alguien. Puede ser la clave para evitar posteriores confusiones y malos ratos. Dos, siempre hay que hacer el intento de pagar, aunque seamos detenidas por nuestra nueva cita. Tres, piensen bien antes de regalar algo a alguien. Y por último, siempre lleven algo de plata en sus citas, por si todo sale mal y tienen que tomar un taxi de vuelta.

Monday, August 16, 2004

Encuentro gitano (o impossible is nothing)

Y heme ahí, buscando hasta por debajo de las piedras alguna pista de vida gitana. Ya era más de mediodía, y en vista de mi angustia y desesperación, había logrado saber que generalmente se les encontraba en las profundidades de la calle Independencia. Ahí estaba yo, dispuesta a tocar todas las puertas que fueran necesarias hasta que diera con alguien que me ayudara.
Finalmente, el milagro.
Detrás de una casa antigua, de esas con techos eternos, escuché el sonido de unos pies descalzos, que indudablemente bailaban lo que parecía una danza gitana. ¿Podría tener tanta suerte? Bueno, así era, porque minutos después figuraba conversando con Mirko, quien resultó ser nada más y nada menos que el cuñado del Rey de los Gitanos, es decir, el esposo de su hermana. La verdad es que lo pasé muy bien, tomando por primera vez en mi vida café en vaso y aprendiendo algunos pasos de la danza que los niños estaban aprendiendo. Eran unos niños preciosos, algo hiperactivos, para quienes yo era la que no calzaba en su casa. Claro, una mujer de jeans y chaleco de lana no era precisamente la persona que combinaba con una casa así, llena de telas brillantes que caían desde el cielo y rodeada de dos mujeres que nunca en la vida usaron pantalones.
También conocí las razones por las cuales ellos no querían salir en la televisión. Y las entendí. Necesitaban respeto por sus costumbres, y ojalá sacar el estigma que cargan durante años. Evidentemente, no estaban seguros de lograr esto a través de una teleserie.
Pero por lo menos, a una persona (a mí) me cambió la perspectiva.
Junto con llegar a una ciudad impersonal, donde el rebaño me llevaba a la indiferencia, había conocido una hospitalidad y humanidad que jamás hubiese sido posible en mi pueblo.
Tenía muchas cosas que aprender de Santiago.

PANCHA EN LA CIUDAD

¿Han visto ustedes un dibujo animado de Cartoon Network que muestra a una simpática oveja de ojos saltones perdida en Nueva York? Se llama Sheep en la ciudad, y aunque nunca he visto el programa entero, solo la sinopsis, además de matarme de la risa, me identifica plenamente. La pobre oveja en el metro, perdida por las calles, empujada por la gente, sin cambiar su mirada de ¿qué demonios estoy haciendo aquí?
Entiéndanme. No es que tenga complejo de oveja ni ojos saltones (aunque a algunos les parezca que sí), sino que sólo me recuerda a mí misma, cinco años atrás, cuando me vine con camas y petacas a vivir a Santiago. No completamente sola, pero con cuatro amigas tan perdidas como yo, provenientes de un lugar tan campesino y provinciano como L. Perdidas. Entusiasmadas. Ansiosas por todo lo que empezábamos, que era nada más y nada menos que la vida universitaria.
Hoy, y aunque varias cosas en la vida han cambiado, a veces me siento tan perdida como ella. Vuelvo a ser la misma, y eso, aunque a veces me juega malas pasadas, también me hace recordar de dónde vengo, y quién soy.
La pregunta es: ¿Cómo fue que la inocentona niñita de colegio de monjas, esa que más que jumper tenía un hábito parecido terriblemente a una campana, con reglas morales más inamovibles que la cresta y super segura de que nunca haría ciertas cosas, se ha convertido en el atado de complicaciones que veo cuando me miro al espejo? De pronto, de ser la perfecta protagonista de Seventh Heaven (¿Han visto alguna vez en la vida real una familia tan ideal?), pasé a ser una perfecta Carrie de Sex and the City
En algún momento de mi vida, no sabría precisar cuándo, las cosas fueron variando de tono, de ser blancas o negras pasaron a tomar diversos matices de grises, y algunas se diluyeron completamente.
La otra noche, mientras bailaba con un tipo en la fiesta de cumpleaños de la Andrea, a quien pronto van a conocer, le comenté de la nada que no era originaria de Santiago. ¿Verdad?- me dijo él- No se te nota para nada.
Y yo, que pensé que lo cabrina-perdida-en-la-capital se me salía por los poros.


PRIMER ENCUENTRO

La verdad es que hay miles de momentos que podría elegir para revelar lo fuerte que fue el encuentro con Santiago. Tal vez los viajes en metro, donde se te imagina que todo el mundo va amargado y con ganas de pegarle a alguien; tal vez la amabilidad de los choferes de micro cuando uno ya tiene en sus manos el famoso pase escolar, o el conocer a personas tan diversas a ti en todo aspecto reunidos en un mismo lugar. En resumen, la confusa y permanente sensación de vivir en medio de un rebaño.
Pero sin duda, uno de los que me quedó para siempre en la memoria fue mi primera salida a reportear.
O sea, no llevas ni un mes en Santiago y te dicen: vaya y encuentre al rey de los gitanos. Quiero la nota lista a las seis de la tarde.
Horror. Que alguien me ayude, por favor. ¿Cómo se supone que yo, con 18 años cumplidos, recién llegada a la selva de cemento, me conseguiría en la friolera suma de cuatro horas, al rey de los gitanos? Imposible, imposible, imposible, me repetía, mientras encaminaba mis pasos hacia el cerro Santa Lucía, único lugar donde había visto, alguna vez, a una gitana que me perseguía para verme la suerte y echarme maldiciones. Eso, además. ¿por qué precisamente tenían que ser gitanos? ¿Por qué a TVN no se le había ocurrido hacer una teleserie con vendedores ambulantes, micreros, o algo así?, me preguntaba mientras pensaba, ya en los alrededores del cerro, dónde se supone que encontraría uno…