Monday, August 16, 2004

PANCHA EN LA CIUDAD

¿Han visto ustedes un dibujo animado de Cartoon Network que muestra a una simpática oveja de ojos saltones perdida en Nueva York? Se llama Sheep en la ciudad, y aunque nunca he visto el programa entero, solo la sinopsis, además de matarme de la risa, me identifica plenamente. La pobre oveja en el metro, perdida por las calles, empujada por la gente, sin cambiar su mirada de ¿qué demonios estoy haciendo aquí?
Entiéndanme. No es que tenga complejo de oveja ni ojos saltones (aunque a algunos les parezca que sí), sino que sólo me recuerda a mí misma, cinco años atrás, cuando me vine con camas y petacas a vivir a Santiago. No completamente sola, pero con cuatro amigas tan perdidas como yo, provenientes de un lugar tan campesino y provinciano como L. Perdidas. Entusiasmadas. Ansiosas por todo lo que empezábamos, que era nada más y nada menos que la vida universitaria.
Hoy, y aunque varias cosas en la vida han cambiado, a veces me siento tan perdida como ella. Vuelvo a ser la misma, y eso, aunque a veces me juega malas pasadas, también me hace recordar de dónde vengo, y quién soy.
La pregunta es: ¿Cómo fue que la inocentona niñita de colegio de monjas, esa que más que jumper tenía un hábito parecido terriblemente a una campana, con reglas morales más inamovibles que la cresta y super segura de que nunca haría ciertas cosas, se ha convertido en el atado de complicaciones que veo cuando me miro al espejo? De pronto, de ser la perfecta protagonista de Seventh Heaven (¿Han visto alguna vez en la vida real una familia tan ideal?), pasé a ser una perfecta Carrie de Sex and the City
En algún momento de mi vida, no sabría precisar cuándo, las cosas fueron variando de tono, de ser blancas o negras pasaron a tomar diversos matices de grises, y algunas se diluyeron completamente.
La otra noche, mientras bailaba con un tipo en la fiesta de cumpleaños de la Andrea, a quien pronto van a conocer, le comenté de la nada que no era originaria de Santiago. ¿Verdad?- me dijo él- No se te nota para nada.
Y yo, que pensé que lo cabrina-perdida-en-la-capital se me salía por los poros.


PRIMER ENCUENTRO

La verdad es que hay miles de momentos que podría elegir para revelar lo fuerte que fue el encuentro con Santiago. Tal vez los viajes en metro, donde se te imagina que todo el mundo va amargado y con ganas de pegarle a alguien; tal vez la amabilidad de los choferes de micro cuando uno ya tiene en sus manos el famoso pase escolar, o el conocer a personas tan diversas a ti en todo aspecto reunidos en un mismo lugar. En resumen, la confusa y permanente sensación de vivir en medio de un rebaño.
Pero sin duda, uno de los que me quedó para siempre en la memoria fue mi primera salida a reportear.
O sea, no llevas ni un mes en Santiago y te dicen: vaya y encuentre al rey de los gitanos. Quiero la nota lista a las seis de la tarde.
Horror. Que alguien me ayude, por favor. ¿Cómo se supone que yo, con 18 años cumplidos, recién llegada a la selva de cemento, me conseguiría en la friolera suma de cuatro horas, al rey de los gitanos? Imposible, imposible, imposible, me repetía, mientras encaminaba mis pasos hacia el cerro Santa Lucía, único lugar donde había visto, alguna vez, a una gitana que me perseguía para verme la suerte y echarme maldiciones. Eso, además. ¿por qué precisamente tenían que ser gitanos? ¿Por qué a TVN no se le había ocurrido hacer una teleserie con vendedores ambulantes, micreros, o algo así?, me preguntaba mientras pensaba, ya en los alrededores del cerro, dónde se supone que encontraría uno…