Monday, October 18, 2004

Y nos vamos poniendo viejas

El fin de semana pasado (largo), me fui con dos amigas a Viña del Mar, bailé hasta el cansancio con Tommy Rey y me pasé casi seis horas arriba de un bus para terminar acampando en un lugar recóndito de este país, en un Parque Nacional.
La experiencia fue muy rica, sobre todo porque cuando chica con suerte alcancé a tener el honorable título de “alita” en la organización scout de mi colegio. Claro que el apodo sólo fue un título honorífico, porque que me acuerde nunca en mi vida me dieron permiso para ir a un campamento y quedarme a dormir, con lo que parece que terminé odiando los scouts y todo lo que tuviera que ver con ellos para el resto de mi vida. La idea de dormir con la espalda en contacto directo con las piedras del suelo, en una carpa donde apenas puedes ponerte de pie, y comiendo sólo que puedas calentar a la luz de una dudosa fogata (la verdad es que me considero incompetente hasta para prender los platos de la cocina: siempre quiebro dos de los tres fósforos que ocupo), no me agradó en mi adolescencia, y ya universitaria lo más parecido fueron las idas a misiones, donde, aunque igual a veces debíamos dormir en el suelo, por lo menos era el suelo plano de una sala de clases, con baño de verdad y cocina a gas para preparar la comida.
En fin, el punto es que ese fue mi rico fin de semana. Obviamente, también hubo algunos accidentes (lo reconozco, me caí en el famoso campamento, dejando mis piernas con las tiernas marcas de un alambre de púas que no quería dejarme ir. Una adquisición más), pero en resumidas cuentas fue bacán. Tuvo su fiesta desenfrenada, algunas subiditas de ego por ahí, y finalmente el encuentro con la tranquilidad del campo. Todo antes de volver a Santiasco, como le dice un amigo.
También fue un serio enfrentamiento con mi carné, porque para empezar, la fiesta era en su mayoría de universitarios, de esos que no te preguntan ni el nombre pero sí lo que estudias, y al finalizar el evento, cuando íbamos a tomar el auto para devolvernos, tres universitarias nos preguntan si las podemos acercar al centro. Sus amigos (bastardos) las habían abandonado, seguramente para irse con minas que habían conocido la misma noche…Lo que hay que ver. En fin, accedimos a ello y las subimos arriba del auto. En el viaje, a la Andrea se le escapó su naturaleza de mamá: ¿y andan solitas? Lo único que faltaba es que las niñas contestaran Sí, mamá…¡¡¡Qué fue precisamente lo que hicieron!!! Más adelante, cuando ya iban a bajar, nos hacen el comentario que sería algo así como la guinda para el pastel: “nosotras, cuando seamos grandes queremos ser como ustedes”. ¿Qué habrán querido decir con eso? ¿Sería verdad, que pese a todos nuestros esfuerzos por parecer unas más de las inocentes universitarias de la fiesta, ya era evidente que no lo éramos?
Un poco depre, pero nunca tanto, me fui al campamento, donde ya estaban mis tíos con algunos de sus amigos, de los que me “habían conocido de chiquitita”, quienes no podían creer que ya hubiese terminado la universidad y ya llevara más de un año trabajando. Sé que eso actúa al revés, y que finalmente, son ellos los que se sientes viejos al ver cómo la “niñita” ya es una mujer, pero es un factor más que me recuerda que antes de lo que yo misma pienso, voy a cumplir lo que se llama un “cuarto de siglo”.
Para empeorar las cosas, conversando con mi mamá y con una prima, descubrí que mi propia madre cree que ya se me fueron bastantes micros para conocer al padre de mis hijos, porque debí hacerlo en los años universitarios. Su teoría (que por desgracia he vivido en carne propia) es que mientras más uno espera, se hace más difícil, porque los que quedan o tienen hijos, o están casados, o están separados, o son gay, o son solterones con más rollos que moño de vieja, con lo que se reduce el número de posibilidades de encontrar a alguien “decente”. (Nótese mi penosa evolución, que de pedir hombres minos, respetuosos, talentosos e inteligentes, pasó a pedir sólo alguien “decente”).
Ya es bastante terrible ser llamada vieja en tu cara por una universitaria de 19 años, pero lo verdaderamente pavoroso es que tu propia madre piense que estás condenada a la soledad amorosa a menos que tengas muuuucha suerte. Frente a eso, hay dos caminos: o lo tomo a lo Bridget Jones, tomando una botella de vodka, mandando a la cresta el gimnasio y dando chipe libre a mis ansias diarias de comer toneladas de chocolate (el mejor de los sustitutos de un hombre), o me lo tomo con humor, aceptando que por lo menos, todos las aventuras de soltera que pase las voy a poder poner por escrito y hacer reír a mis amigos. Creo que voy a optar por la segunda opción, pero para mis días de depre, voy a tener una botellita de algo en el refrigerador.


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