Ya hace casi dos años que estoy soltera sin compromiso. Durante este tiempo, ha habido grandes cambios en mi vida: salí de la universidad, hice la práctica justo donde quería y comencé a trabajar.
Sin embargo, lo más importante que me ha pasado es irme a vivir sola. Hasta ese minuto, siempre había tenido amigas “convivientes”, las cuales, aunque a veces no las veía en todo el día, sabía que estaban ahí, lo que ahora no pasa. Sin embargo, me he ido enamorando poco a poco de la tranquilidad que entrega la soledad. Eso de poder llegar a tu casa, apagar el celular y desconectarte con un buen libro en las manos, o si no, poner algo en la tele, en la radio, o simplemente no hacer absolutamente nada, y sentarme en mi sillón a observar el letrero publicitario que hay afuera de mi ventana (no tengo exactamente lo que se llama buena vista). Claro que también uno comienza a hacer cosas raras, como cantarle a las plantas (en todo caso los únicos seres vivientes que aguantarían mis alaridos: una pena, porque me encanta cantar), y no sólo hablar sola, sino que discutir con uno misma y desarrollar unos tremendos argumentos en pro y en contra del tema de discusión. Cualquiera que no viva solo creerá que estoy rallando la papa, y que necesito urgente unas cuantas sesiones de terapia.
Sin pareja y con la familia cercana a más de cien kilómetros de distancia, hay ciertas personas que pasan a ser muy importantes en tu vida, y que son los amigos. La verdad es que yo soy una persona de lo más amistosa, pero amigos, amigos, de esos de verdad, me sobran dedos para contar. Obviamente, que no se me malinterprete, porque siguen habiendo cosas que sólo las parejas pueden hacer…
De hecho, hoy me siento igual que cuando discutía con mi ex, porque anoche tuvimos una pelea con la Jose. No fue una de mechoneo ni mucho menos, sino un encuentro valórico que, por lo menos ahora, veo difícil de solucionar. Lo peor es que en estos minutos, más que nunca, necesito a un verdadero “amigo”, puesto que a la discusión que tuve con la Jose, se suma lo de Andrés (mi amigo del alma, ese del dudoso piropo, que después de meses de no hablar ni media palabra por teléfono, me entero de que renunció a su trabajo y que está a punto de viajar rumbo a Estados Unidos a comenzar una nueva vida. La verdad es que estoy feliz por él, y le deseo lo mejor, pero también estoy dolida de haber sido la última en enterarme, además, por medios indirectos), a eso hay que agregar que Toto, otro amigo que siempre estaba dispuesto a escuchar mis reclamos y cosas a través de MSN, comenzó a salir con una mujer que le absorbe todo el tiempo del mundo, por lo que, creánlo o no, lo hecho de menos.
Es terrible esto de que los amigos desaparezcan o se pongan a pololear. Después de hablar con ellos casi todos los días, o por lo menos, que te llamen para salir a carretear los fines de semana, pasan a ser los pololos o pololas de, con lo que por lo menos el primer tiempo, se vuelven invisibles. Lo peor del asunto es que me conozco tan bien, que sé que en el minuto en que yo conozca alguien que me tome realmente en serio, voy a hacer exactamente lo mismo.
Sé que esta vez, mi columna no ha sido de lo más divertida, pero prometo resarcirme en el futuro. A veces uno anda como el día, y este no es de los mejores. Creo que es uno de esos en los que el trabajo no me motiva, que me compadezco por mí misma por no tener a nadie que me quiera como lo merezco. En fin, el típico feo y pobre gusano. En todo caso, nada que un buen churrasco con papas fritas no pueda solucionar.
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