Friday, November 11, 2005

Malditos Zapatos

Cada vez que una mujer tiene una cita, se lleva horas del día pensando qué se va a poner, cómo se va a peinar, y hasta qué temas sacar a colación si se produce uno de esos incómodos momentos de silencio en medio de la mesa. La de ayer no era una cita a ciegas (he seguido fielmente mis promesas y no he vuelto a caer en la tentación de ir a una cita sin conocer antes al susodicho), sino que era algo incluso más complicado. Era una re-cita, un encuentro con el que, en algún minuto de la vida tuvimos algo.
Aún peor, porque estas citas tienen bastantes juicios detrás, empezando porque nunca tienes la certeza absoluta de que en realidad valga la pena darse una vueltecita por el pasado.
Hasta ayer, mi convicción era que cualquier vuelta atrás era una pérdida de tiempo, puesto que si las cosas habían terminado, era por alguna razón misteriosa del destino. Sin embargo, distintos reencuentros de amigos y amigas muy cercanos fueron echando por tierra mi teoría, y me hicieron preguntarme qué pasaría si volviera a ver a ciertas personas que alguna vez fueron importantes en mi vida amorosa. Obviamente, no todos los fantasmas tienen la misma oportunidad. A algunos muertos es mejor dejarlos exactamente donde están.
Pero aquí estaba, ad portas de una cita con un fantasma. Propiamente, no era una “cita” lo que se había acordado, sino un reencuentro entre viejos amigos, con conversación relajada y un par de tragos de por medio. Por lo mismo, no podía vestirme como quien va dispuesta a la conquista, y tampoco tan relajada para el susodicho no llegue a pensar “Menos mal que me saqué de encima a esta mina, qué esta cada día más fea”, o cualquier cosa por el estilo. Finalmente, un par de bluejeans y mi adorada chaqueta Zara fueron la indumentaria elegida. ¿Zapatos de cuero café, puntudos, de señorita, o las carreteadas zapatillas celestes, esas con las que dejé las patas en Europa? Me ganó el estilo y me decidí por los puntudos. Total, no iba a caminar tanto, pensé para mis adentros.
Sólo puedo decirles que fue una pésima decisión, un saludo a la bandera de los calzones de abuelita de Bridget Jones.
Cuando llegué al lugar de nuestro encuentro –recordemos que no era cita y por lo tanto no me pasó a buscar a mi casa-, el lugar estaba tan atestado de gente, que decidimos ir a comer sushi a otra parte. El problema era que para ir al nuevo destino, debíamos ir a buscar el auto a su casa…¿Tienes problemas para caminar 10 cuadras? No, por supuesto que no, le dije yo….
Y la verdad es que hubiese sido una muy agradable caminata, paseando por una de las calles más bonitas de Santiago, en la noche y con una temperatura agradable, de no haber sido por los malditos zapatos. Nada que decir del comportamiento de Antonio, puesto que del primer momento en que nos vimos, todo fluyó con tal naturalidad como si nos hubiésemos dejado de hablar la semana pasada. Conversamos de un montón de cosas, de mi viaje, de su pega, de una amiga que se casa, en fin, de muchas cosas, pero a esas alturas, yo soñaba con llegar a su casa y subirme al bendito auto.
Una vez que llegamos y nos fuimos, seguimos batiendo la lengua hasta el local de sushi, hasta que por supuesto llegamos al momentum de silencio incómodo que precede a hablar de “nosotros”. Más incómodo es cuando en realidad el “nosotros” ya no existe. Luego de hacer los mea culpa respectivos, en torno a que no nos habíamos dado el tiempo para conocernos bien y la cacha de la espada, yo creo que nos sentimos más relajados, más libres para estar a nuestras anchas y comenzar el nuevo capítulo de pura y sana amistad.
Una amiga ya tiene más libertades que una pretendiente, pensé. Y una vez afuera del restaurant, me saqué los zapatos torturadores, los tomé con la mano junto con la cartera y nos fuimos de vuelta a mi casa. No hubo promesas de llamados, ni de citas, ni invitaciones a eventos. Todo queda en manos del destino. Y esta vez, si desaparece una vez más de mi vida, prometo no volver a buscarlo.

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