Wednesday, June 15, 2005

Saturday Night

No podría decir hace cuánto no salía a bailar como el sábado pasado. No me hacía ninguna gracia la multitud arrebañada, los olores y ríos de transpiración de gente que no conoces, ni mucho menos el desagradable olor y humo del cigarro, que se queda impregnado hasta la eternidad en tu ropa y tu pelo. Súmese a esto que las últimas veces que salí a bailar quedé espantada con los esperpentos de hombres que me sacaban a bailar, incluso después de un acabado proceso de maquillaje y la “polerita de fiesta”, esa con brillos que sólo sacas en esas memorables noches de baile.
Había cambiado ese escenario por el Liguria, un lugar a veces tan atestado como una disco, pero donde al menos podías sentarte con una amiga a tomarte una copa de vino y coquetear con el grupo masculino de la mesa del lado, conversando sin la necesidad de destrozarte las cuerdas vocales y disfrutando de la certeza de que, por muy mal estado que quedara, podía regresar a mi casa caminando.
El punto es que después de varias salidas al Liguria, donde pasamos por la vergüenza de que los mozos ya nos saludaban por nuestro nombre y ni siquiera nos preguntaban qué íbamos a querer para tomar, además de las ganas naturales de mover el esqueleto y ver si existía alguna posibilidad de revertir la soledad amorosa, el sábado pasado me llamó la Andrea y nos fuimos a carretear. Tan descontextualizada andaba, que en vez de decirle que fuéramos a Las Urracas (el único lugar decente que quedaba para ir a bailar, según mi gusto), le dije “Las Brujas”, con lo que mi amiga se espantó preguntándome que demonios íbamos a hacer en un lugar donde van las que tienen, por lo menos, arriba de cuarenta.
Después de un par de tragos y una divertida conversación con unas amigas de la Andrea en un pub frente a Las Urracas, nos fuimos a bailar. Yo no sé si fue esa noche en particular, o hace mucho que no iba a ese lugar, pero válgame Dios el ambiente horrible que había. Donde miraras, había puros viejos. Cuando digo viejos no digo cuarentones…¡¡¡Digo algunos que podrían ser mis abuelitos sin ningún problema!! Maal tanta producción y el estreno de los zapatos nuevos para este público, pensaba yo, mientras me esforzaba por ver a alguien más interesante en ese mar de viejos verdes… Entiéndanme, no es que haya ido a bailar con el sólo objetivo de conquistar hombres, pero sí por lo menos recrear la vista.
Finalmente, y ante la atroz escasez de hombres, nos resignamos a hacer simplemente lo que habíamos planeado desde un principio: Bailar. Así que ahí estábamos, como dos pirinolas, bailando salsa, merengue, y todo lo que pusieran. Estratégicamente, nos situamos en el peor sitio: justo al lado, una pareja de mujeres super provocativas (la licenciada Tetarelli era un moco al lado de ellas), se pusieron a bailar muy lésbicamente, con lo que evidentemente los ojos de todos los hombres iban dirigidos hacia ellas tal como los imanes de los dibujos animados, corroborando los instintos básicos de la protección materna, creo yo…
No me puedo quejar demasiado en todo caso, puesto que por un momento, la atención estuvo centrada en mí. Fue cuando mis flamantes zapatos nuevos me jugaron una mala pasada, haciéndome resbalar y caer de poto en medio de la pista de baile. Lo más divertido de la situación fue que mi super amiga bailaba mirando el techo, mientras yo figuraba en el piso, estirando mis brazos por si se daba cuenta de que necesitaba ayuda para pararme…Finalmente, los que estaban atrás se fijaron en mi incómoda situación y me ayudaron, mientras la Andrea moría de la risa, impidiéndole cualquier movimiento en mi ayuda.
Después del impasse, y una vez que la atención pasó a la licenciada Tetarelli de vuelta, Andrea me llevó a mi casa, donde caí desplomada en mi cama hasta la tarde del día siguiente, con un moretón en la pierna como herida de guerra y la sensación de que van a pasar al menos unos meses más hasta que vuelva a una pista de baile.

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