Thursday, September 08, 2005

Aventuras Europeas

Me odiarán a muerte por tenerlos tanto tiempo en la oscuridad de las tinieblas, sin contarles nada de las aventuras de mi acontecida vida. Y es que hasta yo misma me veo en problemas ahora, pensando cómo diablos puedo meter los últimos dos meses en un espacio que cualquier mortal pueda leer en el transcurso de un día. En fin, en honor a ustedes, los que cada tanto se meten en mi página buscando cosas nuevas de qué reírse, lo intentaré.
Primero, debo decir que en un arranque de seguridad laboral y la certeza de que era algo que sólo podía hacer a estas alturas de la vida, decidí lanzarme a la piscina como toda una aventurera, y sin tener un piticlín en el bolsillo, me tomé un avión y me fui rumbo a Europa. Lejos, la mejor decisión que he tomado en la vida, porque por Dios que vi cosas maravillosas…además, me hice un cocktail con algunas de las ciudades más bellas de ese continente, porque la perla se anduvo paseando por París, Praga, Venecia, Atenas, algunas islas griegas, Roma y Florencia… De verdad, de verdad, fue un viaje como para no creérselo, y si no fuera por la cantidad astronómica de fotos que saqué, pensaría que todo fue parte de un sueño.
Por lo menos en este primer adelanto, he decidido no contar con detalles cada momento del viaje, porque temo latearlos y también temo que mi jefa no me permita ocupar todo el horario de oficina escribiendo mis aventuras europeas. Sólo adelantaré que, para mi mala cueva, sólo bastó poner una pata en suelo parisino para caer con una amigdalitis feroz, que casi me hizo morir por esos lares, y que en circunstancias normales me habría tirado a la cama cual estropajo humano. Pero como no estaba en Chile, y no tenía quién me regaloneara y me hiciera miel con limón, aperré como nunca, subí la torre Eiffel, me pasée por toda Praga, soporté la maldición de la catedral de San Vito (una escalera de caracol que ayúdame a decir alta, del verbo claustrofóbica y por donde subían y bajaban turbas de gente: llegué hiperventilada a la cima, en parte por el resfriado y en parte por mi deplorable estado físico), y cuando llegué a Grecia ya no podía más. Gracias a Dios, los griegos son más despelotados que los chilenos y el nombre universal de los remedios es el latín, lo que me permitió comprar una amoxicilina de 1400 gramos que por fin, me llevó a sentirme mucho mejor.
Una de las cosas seguras de este viaje, tanto para mí como para la Vania (compañera de danza árabe y de andanzas por allá, con la que llegamos a ser muy buenas amigas), era que íbamos a adelgazar. Claro, seguro que con los más de cuarenta grados de calor y la sed que nos consumirá, lo más probable es que tomemos pura agua y que caminemos más que nunca en la vida, eran nuestras suposiciones.
Nada más lejos de la realidad. Y es que cuándo yo, díganme ustedes, he aplacado la sed con agua? Los helados en todas las formas y colores, el ice tea y los jugos de frutas fueron nuestros mejores aliados, sumados a la enorme cantidad de ensaladas griegas, papas fritas, pastas y sándwiches. Obviamente, en vez de llegar más flaca, llegué como una bolita, y los mayores culpables de este descalabro alimenticio fueron, sin ninguna duda, los helados italianos… ¡Nunca había probado helados tan ricos en la vida! Además, si sumamos lo rico de sus helados con lo rico que son los italianos, creo que podría decir que fue uno de los países favoritos. Donde miraras, había un mino, ¡¡Si hasta los choferes de micro eran ricos!!
Bueno, la verdad es que la autoestima en Europa se te puede ir a la cresta, porque hay lugares donde las mujeres llamaban la atención por lo bonitas. En Praga, por ejemplo, todas las mujeres eran como muñecas, con piernas que le llegaban hasta el cuello, narices perfectas y un cutis de porcelana envidiable…nada que decir de nosotras, que llegamos a Praga chasconas, desordenadas, con unas mochilas en donde cabía perfectamente un cadáver a la espalda y una cara de cansancio atroz.
Pero incluso en estas circunstancias, con italianas y griegas por todos lados, tuve un romance de verano, comprobando que a nadie le falta Dios.
Es un holandés, que andaba, al igual que yo, de vacaciones en Creta. De hecho, y para mi suerte (digna de Murphy) nos conocimos justo la noche anterior a que tomara el vuelo de vuelta a Ámsterdam, cosa que finalmente, no nos impidió pasar una noche increíble juntos. Era como en esa película “Antes del Amanecer”, donde sabes que al otro día te tendrás que despedir, lo más probable es que para siempre. Pero esa es parte de otra historia, y merece, de todas maneras, otra columna… Así, los dejo con las ganas…

1 comment:

El Claudio Felipe said...

Que chistoso ver ahora en qué consistían tus "aventuras" europeas.
Suerte