Monday, February 13, 2006

Mis obsesiones

Pucha, pucha, pucha. La Xime me metió en una camisa de once varas, con una petición que es imposible de negar, sólo porque la quiero muchísimo. Hay un juego que circula por el mundo blogístico, que consiste en develar los cinco raros hábitos, o las cinco obsesiones compulsivas que uno tiene. Es bien difícil, porque de buenas a primeras uno jura de guata que es de lo más normal. Pero a medida que uno va adentrándose en uno mismo, comienzan a aflorar los más secretos comportamientos que rayan hasta en la insanidad.

El miedo al abismo: me pasa cuando estoy esperando el metro, o cuando estoy parada en la calle esperando la luz verde para cruzar. En el metro, siempre tengo miedo de que alguien me empuje, haciéndome caer por las vías justo cuando se acerca el tren. Por lo mismo, nunca me atrevo a cruzar la línea amarilla de precaución. En la calle, tengo el mismo temor, de que algo (alguien externo o un raro impulso dentro de mi) me haga atravesar la calle cuando viene un auto. Les aseguro que muy rara vez me verán atravesando una calle por la mitad. Prefiero caminar hasta la esquina y esperar la luz verde del semáforo.
Obsesiones pasajeras: Esto es muy ariano. Cuando algo se me pone entre ceja y ceja, ni con fuerza bruta me lo puedo sacar de la cabeza, hasta que lo consigo, trátese de hombres, ropa o alguna manualidad. (Por supuesto, con los hombres a veces opto por la sanidad mental y renuncio a la obsesión). El año pasado me dio por la pintura al óleo, el bordado punto cruz y el mosaico, además de mis zapatos dorados, mi cartera ídem y mis máscaras de Venecia. El resultado: dos cuadros bordados, un extraño paisaje en óleo que trato de ocultar tras mis plantas porque me da pena botarlo, tres bandejas en mosaico, dos accesorios que serán utilizados (Gracias a Dios) en el matrimonio de la Jose y dos máscaras que aún no sé dónde poner.
Mi tendencia hacia el llanto o la risa histérica: Puedo ser comedida en muchas cosas, pero en lo que se refiere al llanto y a la risa, no Señor. Caigo con facilidad en un estado de depresión extrema cuando voy al cine a ver una película dramática, leo un libro triste o voy a un funeral. Mi capacidad de ponerme en el lugar del otro y entender exactamente la pena que está sintiendo me caga. De esta manera, cada vez que iba al cine a ver un dramón, me preparaba con al menos tres paquetes de pañuelos desechables. Y como no soy señorita ni para el llanto ni para la risa, les encargo las vergüenzas que pasa mi acompañante. Recuerdo patente una primera cita donde se nos ocurrió ir a ver “La vida es bella”. Yo hipaba de llanto en el cine, esa pena que no te permite ni hablar, e incluso media hora después de la película, seguía llorando. Desde esa vez, decidí que no puedo ver más dramas, a menos que sea en mi casa, sola. Dato: también he llorado con Narnia, Monster Inc., El Rey León y El Señor de los Anillos, aún cuándo me sé de memoria el final.
Otro tema es la risa, porque una vez que me hacen reír, afirmense. Más que cualquier sesión de abdominales, me puedo estar riendo una tarde entera, con mi “risa de salón” como decía un amigo. Lo peor es que también me da por reírme en los momentos más inoportunos, como cuando alguien se cae, o en un matrimonio ceremonioso. Es que los nervios también me dan risa.
El amor por la simetría: Cuando decoro una torta, me pongo pinches en el pelo, ordeno un mueble o hago algo artístico, no soporto que las cosas sean asimétricas. Si pongo diez frambuesas al lado derecho de una torta de merengue, deben ir las mismas diez al lado izquierdo. Si dibujo un jardín con flores, deben ir la misma cantidad del mismo color. Una maña que tengo es que si llego a ver a alguien con la corbata torcida, con los botones de la chaqueta mal puestos o un pelo fuera del moño, me dan unas ansias atroces por arreglarlo, y lo hago, a menos que tenga nula confianza. Si es así, evito mirarla el resto del día.
Mi obsesión por los olores: Hay olores que amo y olores que odio con toda mi alma. Por ejemplo, hay un perfume (parece que es el Anaís Anaís, pero no estoy segura), que para mí tiene olor a muerte. Por qué a muerte: cuando era chica, siempre íbamos al cementerio de El Manzano a ponerle flores a mis bisabuelos, y en todo el cementerio había unas flores blancas, chicas, con un olor bien especial. Igualito al perfume que jamás podría ponerme. Otros olores que odio son el azufre, el olor a transpiración, a coliflor, brócoli y cualquier verdura cocida y de neumático quemado. Por otro lado, hay olores que amo, como el de la leche con plátano, el olor a frutas frescas (en especial la frutilla), el olor a plástico de los juguetes nuevos, el de las gomas de Hello
Kitty para niñitas y el olor a papel viejo de los libros antiguos. Ahhhh, y el olor a caca de caballo y de tierra mojada después de una lluvia en el campo.
Mira yo, la que no tenía ninguna obsesión….jajaja. Bueno, ahora les paso la pelota a la Cota, a Pancho Birs, a Claudio, a la Bárbara y a la Paula…Adelante!

4 comments:

Xi said...

Comparto el miedo al abismo, que me mata cada vez que estoy en el metro, o en un puente, y el amor por el aroma a caca de caballo.

Besitos.

PD: Me parece perfecto el miércoles.... Besitos.

Anonymous said...

Ja: Yo comparto la polaridad...Suele pasar en los chilenos ese rápido transitar entre lo que carlitos franz llama "el utopismo fundacional" y "el fatalismo violento"

Sergio Toro

XXX said...

Lo primero da un poco de nervios y lo de la simetría es algo que compartimos.

Por otra parte, ni sospechaba que compartíamos amistad real con Ximena.

cota said...

en Amelié me descubrí obsesa... de ahí que analizo cada detalle...buen tema para escapatoria... mi gran obs... besos
hoy nos vemos