Debo confesar que me he vuelto una adicta a “Dr. House”. Me encanta él, ese ser desagradable e irónico, tan superiormente intelectual y tan miserable e inseguro al mismo tiempo. Admiro a los doctores que están a su cargo, porque a un jefe así ya lo habría mandado a la cresta, y sí, por supuesto que pondría mi vida en sus manos. (Para los interesados, lo dan de lunes a viernes a las 20.00 en el Universal Channel)
Es drogadicto, metido, impertinente y solitario, y su mayor máxima es “Everybody lies”. Pensándolo mejor, el hecho de que House mienta muy pocas veces en la vida, el hecho de que siempre diga lo que piensa y que hable con la cruda y triste verdad es lo que más nos descoloca, pues estamos acostumbrados a mentir.
Desde siempre. Hemos sido criados con la certeza de que la verdad está bien y la mentira mal, pero junto a esto, nos enseñan a decir que es muy mal educado decirle a alguien que es feo, que es tonto o que la comida que prepara estaría mejor en el plato del perro. Nos dicen que seamos sinceros, pero también que hay mentiras blancas, piadosas y verdades a medias.
Yo miento. Todo el mundo miente.
¿Por qué mentimos? Hay muchas razones: mentimos para no ser impertinentes, para no hacer sentir mal a alguien, para ocultar nuestra vergüenza de nosotros mismos y para no dejar entrever nuestras debilidades. Decimos “no importa”, cuando de verdad nos importa y mucho, decimos “te perdono” cuando el corazón aún resiente. Decimos “ya estoy mejor” cuando todo es un caos en tu interior.
Sin embargo, en este mundo de mentiras, hay unas más condenables que otras. Decirle a alguien que su comida es buena o decirle a tus papás que te vas de vacaciones con tus amigas cuando de verdad vas con tu pololo es aceptable; decirle a tu esposa que tienes trabajo cuando estás con otra mujer es completamente condenable.
¿Cuánto mienten ustedes y si tuvieran que hacer un ranking...cuál es su peor mentira?
No pido que me contesten...¡yo no lo haré!
Se me ocurrió escribir sobre esto porque la semana pasada me fui de vacaciones a La Serena con Rodrigo (el mismo amigo con el que viví un par de meses). No sé si lo recuerdan, pero Rodrigo tenía un amigo Opus Dei que durante todo el tiempo que vivió conmigo le rogaba que por favor se fuera a otra parte, porque estaba expuesto a la tentación al vivir con una mujer bajo el mismo techo. Al principio, me daba risa saber que alguien me consideraba el demonio personificado, o quizás tan atractiva que ningún hombre podría resistirse a mis encantos; más tarde, ya me empezó a dar lata, porque este individuo jamás me había visto en la vida y ya me estaba etiquetando. De hecho, visitó a Rodrigo a mi casa un día en que yo no estaba, y no quiso entrar a mi conocer mi pieza, pensando tal vez que iba a encontrar alguna especie de culto satánico o la tabla ouija encima de la tele. Por otro lado, Rodrigo le insistía que sólo éramos amigos, porque oh! De verdad existe la amistad entre hombres y mujeres y la mía con Rodrigo es un ejemplo bastante evidente.
El caso es que llegando a La Serena, estábamos instalándonos en el hostal donde nos quedaríamos, cuando este amigo llama por teléfono a Rodrigo. Yo escuché no porque quisiera, sino porque era inevitable, y así supe que Rodrigo le mintió a su amigo, contándole que se iba de vacaciones con un grupo de amigos, y no solo conmigo, para que el tipo este no le hiciera atados. Yo lo encontré absurdo, la verdad. Y le dije a Rodrigo que hubiese entendido que le mintiese a su abuela (a la mía le puede dar un ataque si sabe que salí con un hombre de vacaciones), o a sus papás por atadosos. Pero mentirle a un amigo porque es Opus Dei y cree que íbamos a caer en “pecado” por el solo hecho de salir juntos...¡Por favor! Creo que hasta me sentí un poco mal, como la “amiga negada”...al menos no me negó tres veces, como Pedro.
Me carga la gente que busca imponer sus propias ideas y creencias a los demás, sin respetar las decisiones de vida del resto. Me cargan las personas que se creen dueñas de la verdad en cualquier ámbito y que no entienden que cada persona tiene la libertad de creer y hacer de su existencia lo que le haga feliz. Si un amigo empezara a comportarse como el de Rodrigo, mi respuesta sería: ¿Por qué no te vai un ratito a la cresta, y te quedai allá haciendo berlines?
Es drogadicto, metido, impertinente y solitario, y su mayor máxima es “Everybody lies”. Pensándolo mejor, el hecho de que House mienta muy pocas veces en la vida, el hecho de que siempre diga lo que piensa y que hable con la cruda y triste verdad es lo que más nos descoloca, pues estamos acostumbrados a mentir.
Desde siempre. Hemos sido criados con la certeza de que la verdad está bien y la mentira mal, pero junto a esto, nos enseñan a decir que es muy mal educado decirle a alguien que es feo, que es tonto o que la comida que prepara estaría mejor en el plato del perro. Nos dicen que seamos sinceros, pero también que hay mentiras blancas, piadosas y verdades a medias.
Yo miento. Todo el mundo miente.
¿Por qué mentimos? Hay muchas razones: mentimos para no ser impertinentes, para no hacer sentir mal a alguien, para ocultar nuestra vergüenza de nosotros mismos y para no dejar entrever nuestras debilidades. Decimos “no importa”, cuando de verdad nos importa y mucho, decimos “te perdono” cuando el corazón aún resiente. Decimos “ya estoy mejor” cuando todo es un caos en tu interior.
Sin embargo, en este mundo de mentiras, hay unas más condenables que otras. Decirle a alguien que su comida es buena o decirle a tus papás que te vas de vacaciones con tus amigas cuando de verdad vas con tu pololo es aceptable; decirle a tu esposa que tienes trabajo cuando estás con otra mujer es completamente condenable.
¿Cuánto mienten ustedes y si tuvieran que hacer un ranking...cuál es su peor mentira?
No pido que me contesten...¡yo no lo haré!
Se me ocurrió escribir sobre esto porque la semana pasada me fui de vacaciones a La Serena con Rodrigo (el mismo amigo con el que viví un par de meses). No sé si lo recuerdan, pero Rodrigo tenía un amigo Opus Dei que durante todo el tiempo que vivió conmigo le rogaba que por favor se fuera a otra parte, porque estaba expuesto a la tentación al vivir con una mujer bajo el mismo techo. Al principio, me daba risa saber que alguien me consideraba el demonio personificado, o quizás tan atractiva que ningún hombre podría resistirse a mis encantos; más tarde, ya me empezó a dar lata, porque este individuo jamás me había visto en la vida y ya me estaba etiquetando. De hecho, visitó a Rodrigo a mi casa un día en que yo no estaba, y no quiso entrar a mi conocer mi pieza, pensando tal vez que iba a encontrar alguna especie de culto satánico o la tabla ouija encima de la tele. Por otro lado, Rodrigo le insistía que sólo éramos amigos, porque oh! De verdad existe la amistad entre hombres y mujeres y la mía con Rodrigo es un ejemplo bastante evidente.
El caso es que llegando a La Serena, estábamos instalándonos en el hostal donde nos quedaríamos, cuando este amigo llama por teléfono a Rodrigo. Yo escuché no porque quisiera, sino porque era inevitable, y así supe que Rodrigo le mintió a su amigo, contándole que se iba de vacaciones con un grupo de amigos, y no solo conmigo, para que el tipo este no le hiciera atados. Yo lo encontré absurdo, la verdad. Y le dije a Rodrigo que hubiese entendido que le mintiese a su abuela (a la mía le puede dar un ataque si sabe que salí con un hombre de vacaciones), o a sus papás por atadosos. Pero mentirle a un amigo porque es Opus Dei y cree que íbamos a caer en “pecado” por el solo hecho de salir juntos...¡Por favor! Creo que hasta me sentí un poco mal, como la “amiga negada”...al menos no me negó tres veces, como Pedro.
Me carga la gente que busca imponer sus propias ideas y creencias a los demás, sin respetar las decisiones de vida del resto. Me cargan las personas que se creen dueñas de la verdad en cualquier ámbito y que no entienden que cada persona tiene la libertad de creer y hacer de su existencia lo que le haga feliz. Si un amigo empezara a comportarse como el de Rodrigo, mi respuesta sería: ¿Por qué no te vai un ratito a la cresta, y te quedai allá haciendo berlines?