Monday, January 31, 2005

La bruja

En el amor, tal como en la guerra, no existen términos medios. En la guerra eres el vencedor o el vencido, y en el amor, eres miss perfecta o una bruja con verruga en la nariz y la escoba detrás de la puerta.
Después de yo misma haber demonizado a cuanto hombre se me ha puesto por el camino (los cuales, de ser perfectos y maravillosos príncipes azules han pasado a ser sapos horripilantes, en mi rabia y frustración), esta vez me ha tocado ser a mí la bruja, la pendeja, la rollenta que no sabe lo que quiere.
Y la verdad, después de lo que pasó la verdad es que no espero que se me trate con más cortesía. Me equivoqué, lo sé, medio a medio, también lo sé, así que acepto con absoluta resignación y hasta un sentimiento de comprensión que este individuo me ponga la verruga y el sombrero puntiagudo, y que me eche garabatos cada vez que se acuerde de mí y que me ponga diez mil sobrenombres. Lo que sí confieso que me da un poquito de susto es que se compre un vudú y me transforme en un alfiletero humano, pero pese a lo poco que lo conocí, creo que no va a llegar tan lejos.
Bueno, y después de esto, no sé lo que ustedes esperan de mí, pero yo estoy a un triste de adoptar a cinco gatos, dejarlos bien alimentados e irme a una peregrinación por el desierto, a ver si de una vez por todas me olvido de la existencia de los seres de sexo masculino, y a la vez dejo de sentirme culpable por lo que no fue, pues si sumo la brujedad de él con la que yo me empiezo a creer, la solución más sensata es comprarme una caldera, arrendar una cueva en la cima de un volcán y atraer a inocentes jóvenes para convertirlos en murciélagos.
Heme aquí, soltera de nuevo, con un nuevo dolor en el alma y una lección que jamás olvidaré: ni las brujas ni los demonios existen; los seres humanos sí. Y todavía estoy pensando qué es peor.

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