Thursday, October 28, 2004

Esa horrible ropa

Esta vez, voy a publicar una columna que me llegó de la Xime, una amiga a la que contagié mi cariño por los blogs y las columnas...Más abjo encontrarán mi réplica

Esa horrible ropa (o quién fuera ellas)
Miro en el metro a una chica de cerca de 18 años que luce feliz su pelo verde, un aro en la nariz y una ropa que parece de los sobrantes del Pequeño Cotolengo. Pienso: no podría ir peor vestida. Y también: se ve preciosísima.

Yo no sé qué tienen las jóvenes de hoy - no me malentiendan, todavía joven, pero precisamente ese "todavía joven" me excluye de la categoría a secas- que en su opinión mientras menos se arreglen, es mejor. Esta suerte de moda de los trapos viejos, que hasta han bautizado como vintage, y con la que imponen sus faldas del año del queso sobre pantalones de la misma fecha puede llegar a ser abrumadora. La más escandaloso de todo, a mi modo de ver, es la habilidad con la que arman tenidas de la nada, y lo originales y lindas que pueden llegar a verse.

Confieso que les envidio abiertamente tanto la capacidad como la facha, y la clase con la que lucen cualquier mamarracho como si fuera la mejor creación de Versace (de Gianni, no de su hermana Donatella, por cierto). El gran punto a favor, por supuesto, es la belleza natural, que no se compra en ningún escaparate Zara, por más que soñemos las que vamos camino de la decadencia. Aunque que nos pongamos los últimos capri de la temporada, ¿cómo competir con esas cinturas bronceadas o ese pelo de sirenas?

Todo esto me ha llevado a pensar que las pendex, con su estética homeless, lo que hacen realmente es proclamar su superioridad a través de su ropa tirillenta. Me explico: se visten con cualquier hilacha colorida que encuentran, y se ven, de todas maneras, insuperables. El efecto inmediato es, además de la admiración masculina, la frustración más absoluta de las que ya no estamos para esos trotes. Díganme que no les apetecería verse así de perfectas con una falda de quinientos pesos y un aro en la ceja. Malditas. O sea que su vestimenta es un signo del aplastamiento generacional que, tempranamente, estamos empezando a intuir.

Recuerdo casi con nostalgia esos tiempos no tan lejanos en los que me paseaba por la calle con una minifalda morada escandalósamente mini y escandalósamente morada, y con polainas del mismo color sobre zapatillas negras. Alguien podría decir que me veía bizarra. Es posible, pero causaba sensaciónm y me sentía lo máximo. Ahora, que me paseo con mis pantalones listados y mis poleritas recatadas, no podría lucir tan originalmente llena de estilo.

Podría rebelarme en contra de esta situación y partir a comprar ropa usada, para ver qué tal lo haría. Pero francamente, creo que, como dice mi abuelita, el horno ya no está para bollos y lo mejor será resignarme a que esos tiempos de rebeldía estética se acabaron. Uno que otro fin de semana me permito ciertas innovaciones para consolarme, y no me ha ido mal. En una de esas hasta doy el Ximenazo, aunque no lo creo.

Esa horrible ropa (tal cual)

Xime, no pude dejar de pensar en lo absolutamente distintas que pueden ser algunas de nuestras impresiones más superfluas.
La verdad es que en mi etapa de rebeldía, ese indefinido entre el ser púber y el ser adolescente de plano (casi tan difícil como pasar de ser adolescente a adulta) también me dio eso de “imponer mi propio estilo”, y aunque no llegué a cosas tan profundas e irreversibles como hacerme un hoyo lejos del lóbulo de la oreja o un tatuaje diabólico en alguna misteriosa parte de mi cuerpo, si llegué al extremo de comprarme unas zapatillas rojas de plástico. Pero rojas furiosas, no burdeos ni cercanas al rosado. Oh Dios, me encantaban esas zapatillas, y encontraba que me veía lo más top que hay con ellas. También innové en mi pelo, pero he de decir que en esa área tuve más fracasos que éxitos (la única manera de mejorar el corte a lo Bam Bam Zamorano que me dejó una dudosa peluquera de mi pueblo fue cortármelo casi al rape, con lo que creo que comenzó mi lento pero inexorable camino de perder mi miedo al ridículo).
Lo que quiero decir es que a esa edad, donde no sabes ni lo que quieres en la vida, ni la gente sabe si te trata como una niña o como una mujer, necesitas buscar tu propia identidad de la forma que sea, y lo más probable es que, o te de por andar de última moda siempre, lo que además de agotador es carísimo, o impones tu propio y único estilo, a veces más o menos radical, y te sientes de lo mejor “siendo diferente y yendo contra el establishment”. Al mismo tiempo, decides que tu vida en el futuro también será diferente, y que no piensas estudiar para matarte trabajando después, le buscas el sentido a la vida hasta por debajo de las piedras, hasta que de un paraguazo creces y decides que tu “estilo” ya no va acorde con tu forma de pensar.
Para ser absolutamente honesta, el otro día encontré mis zapatillas en un armario de mi casa y las encontré francamente feas, e incluso pensé para qué disfraz me servirán en el futuro. Si pudiera, también haría desaparecer todas las fotos donde aparezco con el look Zamorano o con el pelo cortísimo, y por supuesto, no se me pasa por la cabeza echarme laca en el pelo para tener una chasquilla parecida a un sauce llorón. Lamentablemente, existen hasta videos de mis poco afortunados cortes de pelo, así que tendría que hacer una exhaustiva investigación para descubrir dónde están.
Por eso es que cuando veo a estas chiquillas (oh Dios, eso sí que sonó mamá) con las puntas del pelo moradas, o las faldas de 500 pesos sobre unos pantalones con hoyos o amasados, en cierta forma me veo a mí misma con esa edad, en la búsqueda de mi propia identidad. Y las entiendo.
Pero no encuentro que se vean lo que se llama “lindas” con esa facha. De hecho, me ha pasado más de una vez que entre tanto aro por todos lados, colores oscuros e intentos desesperados por borrar la silueta, he dudado si me encuentro frente a un hombre o una mujer. Si en mis manos estuviera, tomaría a cada una de ellas, las llevaría a la peluquería a hacerse un buen desflecado y después de un ala a Zara. Sin embargo, entiendo que el proceso es parte de la vida.
Y también entiendo que cuando uno se hace adulta, ya no es la ropa lo que marca tu identidad, sino otras cosas. Ya no es necesario teñirte fuscias las puntas del pelo para decir lo osada que eres: lo saben los que deben saberlo y punto. Y me encanta. Tendrías que buscar ropa "enfática", jajjaja.

Wednesday, October 27, 2004

Pancha On Line

¿Se han puesto a pensar ustedes cómo nos ha cambiado la comunicación en tan poco tiempo? Y si es así con nosotros, ¿Cómo será para nuestros papás o abuelos, quienes miran maravillados cómo diablos puedo escribir, conversar y hasta ver a mi amiga Vero, que vive nada más ni nada menos que en Francia?
No se preocupen, no me voy a poner a filosofar o recordar la fascinante historia de los medios de comunicación (aunque podría, para darle utilidad a toda la información que aprendí estudiando para el nunca bien ponderado examen de grado), sino que sólo me puse a pensar en las ventajas y desventajas de msn, a mi modo de ver una herramienta computacional de comunicación muy útil, pero también lo menos romántica que se haya inventado jamás.
Ventajas:
Salvar distancias. Creo que una de las indiscutibles ventajas de msn es poder hablar con tu pololo italiano (ya quisiera uno, jajaja), tu amigo coreano o tu mejor amiga mientras está en intercambio estudiantil en Nueva Zelanda. O sea, frente a la alternativa de pagar millonarias cuentas telefónicas, o comprar pasajes simultáneos a todos esos destinos, les aseguro que es una excelente opción. Además, si a eso le suman una cámara web y un micrófono, la cosa ya no puede ser más top. Lo acepto.
La posibilidad de conocer gente nueva. Reconozco que freaky no fue la mejor de las experiencias, pero después de mi segunda cita a ciegas no puedo decir que no se pueden conocer a grandes personas por msn.
Creo que no puedo pensar en otra ventaja. Vamos con las desventajas.
Desventajas:
Impersonalidad: Está bien, existen caritas sonrientes, llorosas, muy llorosas, tristes, enojadas, muy enojadas, furiosas, caras de water, mojoncitos de caca (quien no tenga ese ícono se lo paso con amor), caras de poto con un beso en un cachete (idem), waters con ojos y caritas de perdóname, pero jamás, nunca jamás, podrán encontrar la cara que te identifique cuando te enteres por msn que tu pololo está engañándote con tu mejor amiga o que fuiste el ganador de una tele de pantalla de plasma por un concurso de tu empresa...¿a que no?
El otro día, conversando de esto con un amigo, me dijo que habían hecho un experimento con niños asiáticos que acostumbraban conversar por msn y se descubrió que sus sentimientos y sus gestos no concordaban: es decir podían estar riéndose de un chiste por dentro, pero mantenían la cara rígida, sin ninguna expresión. De verdad, me dieron ganas de llorar ¿Cómo se lloraba? jajajaja.
Mentiras: pónganse una mano en el corazón y cuéntenme cuál de todas las fotos de ustedes tienen puestas en su “imagen para mostrar”. ¿Acaso es esa que te sacó tu mamá de sorpresa mientras ibas con pijama a la ducha, después de haber dormido tres horas? ¿o la que tomaron tus queridas amigas del colegio, cuando tuviste la mala idea de cortarte el pelo a lo Zamorano? Nooo. Tienes la foto más linda, esa que le gustó a todo el mundo y que obviamente a ti también te gusta. Eso está bien, pero también puedes poner cualquier foto, y contarle a algún desconocido que eres tú. Total, entre Pamela Anderson y yo no hay mucha diferencia, sólo nos separan unas cuarenta cirugías plásticas, sacos de tintura de pelo y un par de kilos de silicona...
Malos modales: ¿alguna vez, frente a la cara de tu mejor amigo o de ese amoroso compañero de universidad, lo dejaste hablando solo? Pero solo solo, así que te vuelves de espaldas y no lo pescas nunca jamás. La respuesta es no. Pero en msn ¿Cuántas veces te ha pasado eso, o te han dejado en la mitad de una entretenida conversación? Miles de veces. Otra cosa respecto de esto: en la vida real, de carne y hueso, si alguien te aburre, te cae mal o no quieres verlo más, o se lo dices o simplemente no contestas sus llamadas. Sin embargo, el sacar a alguien de msn es un acto, que implica “hacer” algo para erradicar a alguien de tu vida. Además, el maldito programa te pregunta ¿Está usted seguro de querer eliminar a esta persona? Con lo que de una de puede dar el remordimiento de conciencia y no borrarlo de tu lista. La última cosa de este ítem: ¿han sufrido algo más humillante que ser eliminada, sin compasión alguna? Pasa, y duele.
Amigos virtuales: Tengo amigos normales, a los que veo de vez en cuando, o que me vienen a ver a mi casa, con los que compartimos una pizza o una torta de cumpleaños. Pero también tengo amigos casi virtuales, que si no fuera porque los he visto alguna vez en la vida, pensaría que sólo existen en msn. Lo más divertido es que conversan ene contigo, te cuentan toda la vida, te dan consejos y hasta saben cuánto calzas y la talla de tu ropa interior. Hasta te quieren. Pero por msn.
Sufrimientos amorosos: antes, el mayor sufrimiento amoroso era estar a la espera de una carta o una llamada que nunca llegaba, justificando el atraso de una carta por lo lento del correo, y de la llamada porque justo la mamá, la tía, la hermana y la vecina tenían que ocupar el teléfono por un caso de vida o muerte. En msn sabes que está ahí. Puede estar ausente, no disponible, salió a comer, va y vuelve, pero en el fondo sabes que aún estando a un clic de saludarte, no quiere hacerlo. ¿Alguna justificación? Sí. Pobre, el trabajo lo absorbe, en realidad no está él en el computador, sino su hermana chica o mejor aún su papá o su abuelita, a quien se le abrió el msn y no sabe cerrarlo. Por Dios las mujeres, siempre buscando excusas para lo injustificable.
Ahora, siendo las 23.26 de la mañana, en el computador de mi casa que no tiene internet aún y por lo tanto tampoco msn para quedarme conversando con alguien, me declaro “no disponible”, hasta mañana.

Tuesday, October 26, 2004

El amigo perdido

Díganme si no es bueno tener un buen amigo. Pero un amigo de verdad, ese que está ahí cuando te equivocas (y pese a haberte dicho hasta el cansancio que la estabas cagando, sigue ahí cuando te das cuenta de que sí lo estabas haciendo), y también está ahí para tu graduación del colegio, para tu título de la universidad y para todos tus cumpleaños. La verdad es que con Andrés he compartido los más dolorosos momentos de mi vida, pero también los más alegres. Claro, sin contar la graduación del colegio (donde en primera instancia iba a ir con él, pero luego apareció un desconocido que trastocó mis planes completamente y estaba destinado a ser mi amor platónico de fiesta de graduación. Fiesta, que, entre paréntesis, fue un fiasco que duró hasta las dos de la mañana gracias a los miedos y lamentos de madres que pensaban que en vez de mujeres de cuarto medio estaban frente a una horda de mujeres vírgenes deseosas de dejar de serlo); además, para mi último cumpleaños, que fue una fiesta de disfraces (esta vez ya nadie alardeaba de ser pura e inocente), Andrés llegó disfrazado de un raro híbrido que pretendía ser un comando de guerra o algo así, pero que finalmente sólo unos pocos privilegiados pudieron captar.
Dejándonos de bromas, es verdad que ha sido la persona que siempre ha estado ahí cuando más sola, triste y abandonada me he sentido, y también yo he sido testigo de momentos importantes de su vida. Le presenté a la polola con la que lleva más de 8 años, estuve ahí cuando terminó con ella y durante todo el proceso de arrebato, mujeres y locuras que vivió en su etapa de soltero, antes de darse cuenta de que ella era la mujer con la que debía estar. En honor a la verdad, durante ese tiempo evaluamos la posibilidad de acompañarnos en nuestra mutua soledad, pero finalmente lo descartamos casi antes de pensarlo, más que nada porque estamos destinados a ser amigos y solo amigos.
Pero desde hace más de dos meses, Andrés desapareció estrepitosamente de mi vida, por una mejor oportunidad de trabajo, y se olvidó de mi existencia. Ya antes había ocurrido, porque es lo más volado que hay, así que no me preocupé. Comencé a preocuparme cuando escuché ciertos rumores sobre su vida, entre los que se contaba que había renunciado a su trabajo y que estaba pronto a emprender rumbo a Estados Unidos a probar suerte o a vivir allá por el resto de su vida. En ese punto ya me empezó a doler, porque ¿cómo era posible que este individuo hubiese tomado tan importantes decisiones sin yo haber tenido la más mínima idea? Una semana lo llamé al celular hasta que se me gastó el dedo, hasta que se me ocurrió la genial idea de llamarlo a su casa este fin de semana, a ver si lo encontraba. Él me contestó, sintiéndose mal y culpable por no haberme pescado durante todo este tiempo, pero fue perdonado inmediatamente, por la alegría de escuchar su voz. Se alegró mucho por mi nueva cita, deseándome lo mejor de lo mejor, y también me corroboró que efectivamente renunció a su trabajo y se va por ocho meses a Estados Unidos a aprender inglés y probar suerte en lo que salga.
Yo estoy feliz por él, porque siento que estas cosas sólo se pueden hacer cuando uno es joven, soltero y sin compromiso, así que espero que le vaya super. Obviamente lo voy a extrañar, pero no sé si tanto como su polola (quien ya debe haber empezado a tejer una bufanda tipo Penélope), y esperaré a que vuelva para que me haga reír con sus historias. Por lo pronto, se va el 11 de noviembre en un avión marca chancho (que describió como una “galgo con alas” por lo carretonero). Lo único que le pido a Dios es que no sea un avión suficientemente importante para Al Qaeda, y que lo acompañe en toda su travesía por los United States. ¡¡¡Feliz viaje!!!

Thursday, October 21, 2004

BLIND DATE VERSION 2.0

Si a mí me pagaran por cada vez que me traiciono a mí misma y hago las cosas que prometí no volver a repetir en la vida (con amenazas de penas de calvario, autoflagelación y otras yerbas) ya sería millonaria. ¿Cuántas veces habré dicho, por ejemplo “a este susodicho no lo llamo más”, “nunca me enamoraré”, “a la otra empiezo a estudiar antes”, etc, etc.
Bueno, aquí me tienen nuevamente. ¿Es cierto que, alguna vez, luego de una tenebrosa cita a ciegas, dije que nunca más iba a salir con alguien que no conociera de antemano? Bueno, ya me tuve que comer una a una mis palabras, porque ayer tuve una nueva cita. Eso sí, con otro hombre.
Una compañera de colegio, luego de leer mis lamentaciones respecto de mi vida amorosa, encontró a un amigo que había pasado por situaciones parecidas y decidió presentármelo a través del prodigio comunicacional llamado msn. Ni corta ni perezosa, accedí a conocer al muchacho. Total, no perdía nada.
En un minuto de la conversación, él me dijo que encontraba que msn era top, pero muy impersonal, así que me invitó a salir en la noche del miércoles. La verdad, yo también considero que msn es impersonal, y que finalmente la mejor manera de conocer a alguien es en vivo y en directo, en technicolor y para empezar, un poco de luz artificial. Pero, por otro lado, mi experiencia fatídica con mi última cita a ciegas había sido un perfecto desastre, aparejada con la decisión de no tener más este tipo de experiencias. Sin embargo, la curiosidad pudo más que yo y acepté la invitación.
Yo no sé si los hombres se pasan tantos rollos como uno antes de una cita a ciegas. Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza mientras pensaba cómo sería él, qué ropa me ponía, dónde me iba a llevar, o si sería un psicopatón…bueno, nunca tanto, pero después de “mister freak” cualquier cosa era posible.
En fin, se portó un siete, me fue a buscar a la casa y hasta me abrió la puerta del auto (sé que soy feminista de corazón, pero me encantan ese tipo de detalles), y partimos a un bar desconocido a tomarnos un trago. Para ser totalmente concordante con la verdad, desde que me subí al auto (algo antes de las 10 de la noche) hasta que llegué a mi casa (2 de la mañana) no paramos de conversar. Incluso se nos enfriaron unas brochetas de carne que pedimos. De verdad, hace mucho tiempo que no conversaba tanto, y de los más variados temas. Obviamente, salió a colación alguna gente conocida (entre los que se contaba un ex, compañero de la universidad de toda su vida…horror), la vida en Santiago, y los gustos personales, pero también hablamos de nuestra mutua antipatía por el Opus Dei, y nuestros sentimientos respecto de la familia. Es decir, Open Heart total. O sea, una cita de lo más agradable.
Y si hay nerviosismo antes de una cita así, obviamente también lo hay a posteriori. Oh Dios, ¿qué impresión le he causado? ¿Pensará que tengo una especie de rara enfermedad que no me permite callar? (yo también lo he pensado, la verdad), ¿volveremos a hablar o mañana llegaré a la ofi para descubrir que me borró de su lista de contactos y huirá de mí como alma que se lleva el diablo?
Bueno, nada de eso pasó. Hablamos, le agradecí la hermosa velada (que siútico que sonó eso) y él me dijo que ojalá se volviera a repetir. Bakán.
Muchos me dirán que tenga cuidado, y que sólo me haga una opinión después de la segunda cita (recordamos con cariño a Mister Freaky, quien sólo reveló su oculta naturaleza en el segundo encuentro), pero creo que no me equivoco si digo que tengo una buena corazonada con esto. Veremos.

Monday, October 18, 2004

Y nos vamos poniendo viejas

El fin de semana pasado (largo), me fui con dos amigas a Viña del Mar, bailé hasta el cansancio con Tommy Rey y me pasé casi seis horas arriba de un bus para terminar acampando en un lugar recóndito de este país, en un Parque Nacional.
La experiencia fue muy rica, sobre todo porque cuando chica con suerte alcancé a tener el honorable título de “alita” en la organización scout de mi colegio. Claro que el apodo sólo fue un título honorífico, porque que me acuerde nunca en mi vida me dieron permiso para ir a un campamento y quedarme a dormir, con lo que parece que terminé odiando los scouts y todo lo que tuviera que ver con ellos para el resto de mi vida. La idea de dormir con la espalda en contacto directo con las piedras del suelo, en una carpa donde apenas puedes ponerte de pie, y comiendo sólo que puedas calentar a la luz de una dudosa fogata (la verdad es que me considero incompetente hasta para prender los platos de la cocina: siempre quiebro dos de los tres fósforos que ocupo), no me agradó en mi adolescencia, y ya universitaria lo más parecido fueron las idas a misiones, donde, aunque igual a veces debíamos dormir en el suelo, por lo menos era el suelo plano de una sala de clases, con baño de verdad y cocina a gas para preparar la comida.
En fin, el punto es que ese fue mi rico fin de semana. Obviamente, también hubo algunos accidentes (lo reconozco, me caí en el famoso campamento, dejando mis piernas con las tiernas marcas de un alambre de púas que no quería dejarme ir. Una adquisición más), pero en resumidas cuentas fue bacán. Tuvo su fiesta desenfrenada, algunas subiditas de ego por ahí, y finalmente el encuentro con la tranquilidad del campo. Todo antes de volver a Santiasco, como le dice un amigo.
También fue un serio enfrentamiento con mi carné, porque para empezar, la fiesta era en su mayoría de universitarios, de esos que no te preguntan ni el nombre pero sí lo que estudias, y al finalizar el evento, cuando íbamos a tomar el auto para devolvernos, tres universitarias nos preguntan si las podemos acercar al centro. Sus amigos (bastardos) las habían abandonado, seguramente para irse con minas que habían conocido la misma noche…Lo que hay que ver. En fin, accedimos a ello y las subimos arriba del auto. En el viaje, a la Andrea se le escapó su naturaleza de mamá: ¿y andan solitas? Lo único que faltaba es que las niñas contestaran Sí, mamá…¡¡¡Qué fue precisamente lo que hicieron!!! Más adelante, cuando ya iban a bajar, nos hacen el comentario que sería algo así como la guinda para el pastel: “nosotras, cuando seamos grandes queremos ser como ustedes”. ¿Qué habrán querido decir con eso? ¿Sería verdad, que pese a todos nuestros esfuerzos por parecer unas más de las inocentes universitarias de la fiesta, ya era evidente que no lo éramos?
Un poco depre, pero nunca tanto, me fui al campamento, donde ya estaban mis tíos con algunos de sus amigos, de los que me “habían conocido de chiquitita”, quienes no podían creer que ya hubiese terminado la universidad y ya llevara más de un año trabajando. Sé que eso actúa al revés, y que finalmente, son ellos los que se sientes viejos al ver cómo la “niñita” ya es una mujer, pero es un factor más que me recuerda que antes de lo que yo misma pienso, voy a cumplir lo que se llama un “cuarto de siglo”.
Para empeorar las cosas, conversando con mi mamá y con una prima, descubrí que mi propia madre cree que ya se me fueron bastantes micros para conocer al padre de mis hijos, porque debí hacerlo en los años universitarios. Su teoría (que por desgracia he vivido en carne propia) es que mientras más uno espera, se hace más difícil, porque los que quedan o tienen hijos, o están casados, o están separados, o son gay, o son solterones con más rollos que moño de vieja, con lo que se reduce el número de posibilidades de encontrar a alguien “decente”. (Nótese mi penosa evolución, que de pedir hombres minos, respetuosos, talentosos e inteligentes, pasó a pedir sólo alguien “decente”).
Ya es bastante terrible ser llamada vieja en tu cara por una universitaria de 19 años, pero lo verdaderamente pavoroso es que tu propia madre piense que estás condenada a la soledad amorosa a menos que tengas muuuucha suerte. Frente a eso, hay dos caminos: o lo tomo a lo Bridget Jones, tomando una botella de vodka, mandando a la cresta el gimnasio y dando chipe libre a mis ansias diarias de comer toneladas de chocolate (el mejor de los sustitutos de un hombre), o me lo tomo con humor, aceptando que por lo menos, todos las aventuras de soltera que pase las voy a poder poner por escrito y hacer reír a mis amigos. Creo que voy a optar por la segunda opción, pero para mis días de depre, voy a tener una botellita de algo en el refrigerador.


Thursday, October 14, 2004

Pancha Repelex

Luego de tantos meses sin un perro que me ladre en serio, he comenzado a preguntarme qué diablos pasa conmigo. Porque lo sé, es muy fácil echarles toda la culpa de mi sequía amorosa a los hombres, quienes no ven la tremenda mujer que se están perdiendo. Sin embargo, he reflexionado sobre el tema y he llegado a la conclusión de que simplemente no pueden existir en este planeta tantos hombres ciegos, porque de ser así, la solución más justa es renunciar a mi búsqueda y meterme de monja en algún convento (ya, es verdad, le puse mucho, pero la verdad es que ha he comenzado a pensar en comprarme más de un gato e introducirlo secretamente a mi departamento, comenzando mi ascética vida de solterona).
En vez de apresurarme con eso, pues aunque no llueve gotea, como dice el dicho, me pondré las pilas y analizaré los problemas con los que me he encontrado para encontrar alguien como la gente.
Punto 1.- El lugar.
¿Alguien me puede decir dónde, en esta enorme ciudad, hay algún lugar donde se pueda conocer a gente adulta, tomar y bailar y no pagar un ojo de la cara por ello? O sea, yo gano un modesto sueldo, que me permite pagar las cuentas, el arriendo y algunas otras cosas, pero definitivamente no me entra en la cabeza gastar el 10% de él en ir a lugares top. La alternativa, sin embargo, es ir a fiestas masivas o universitarias, donde tomas, sí, bailas, sí, pero en el minuto en que alguien que no esté curado como zapato (cosa ya muy difícil de encontrar), te saca a bailar, la primera pregunta que te hace es ¿Qué estudias?. Es bien deprimente, pues uno de los requisitos casi básicos para salir con alguien es que ese alguien sea profesional o trabaje, y que ya no viva con sus papás. La verdad es que no me voy a hacer la cucha: efectivamente he salido con hombres menores que yo (incluso mi ex lo era) y tengo cierta debilidad por los que tienen cara de niñitos, con lo que mis amigos me molestan toda la vida, pero ahora, si estamos pensando en algo serio, tiene que estar en otra parada en la vida, y no pensando en si le alcanza la mesada para pagar la micro de vuelta a la casa.
Por otro lado, las veces en las que he ido a otras partes, donde se supone que va la gente como yo, además de pagar mucho por un trago, aburrirme como ostra observando cómo los hombres que me parecen interesantes se toman de la mano o se besan con sus mujeres, he sido lastimosamente acosada por unos viejos pelados, casados la mayoría de las veces, que se las dan de lolos sacando a bailar a mujeres que podrían ser sus hijas y hasta sus nietas. Frente a las alternativas, me quedo con fiestas universitarias.
De todas formas, aún hay una tenue esperanza: esas juntadas en la casa del amigo de tu amigo, donde llegan personas de los más variados lugares. Yo encuentro que es la mejor alternativa, pero si contamos con que mis amigos no van variando mucho con el tiempo, se supone que técnicamente ya conocí todas las alternativas, y ninguna me ha parecido realmente interesante.
Punto 2: La parada en la vida
Ya adelanté un poco de qué se trata. La verdad es que casi todos mis fracasos amorosos de este último tiempo se han debido, más que nada, a que ambos dos estábamos absolutamente en paradas distintas de la vida. Obvio. Mister Miércoles, por ejemplo, aunque tenía mi misma edad, todavía estaba en la universidad, luego de haber pasado por una carrera anterior que no le gustó. Como la mayoría de los universitarios, huyó despavorido en cuanto tuvo algún indicio de estabilidad en la relación, y fue bastante honesto antes de huir, de decirme que él cachaba que yo andaba buscando otra cosa. Por otro lado, hace algunos meses comencé a salir con un compañero del magíster, treintón y con un hijo, quien pensé que por fin se ajustaba a los parámetros de una vida más estable, aunque algo debió de alarmarme el que tuviese un hijo en otra región y él estuviera en Santiago. Me engañé completamente. La verdad es que él buscaba sólo pasarlo bien, al igual que el universitario Mister Miércoles. Parece que la cosa no va por la edad, sino por la madurez. He de confesar que también a veces yo he buscado sólo pasarlo bien, sin pensar más que en disfrutar el momento, e incluso ahora estoy disfrutando a concho mi soltería. Sin embargo, a veces también me dan ganas de enamorarme hasta las patas, de sentir esas mariposas en la guata al acercarse él, de que alguien se la juegue por mí hasta que me gane, de, en fin, sentir que hay alguien que no es mi familia, que me adora por lo que yo soy…¿Seré muy idealista?
Punto 3. Mi propia forma de ser
Ya. Dejaré de quejarme de los hombres que me han tocado y me centraré en mí misma. Creo que he descubierto en parte el problema que me aqueja, y más grave aún es que me niego a cambiar.
La madre del cordero, como diría mi propia madre, es que soy una persona demasiado trasparente. Cuando digo esto, no es para nada que me esté echando flores, porque varios malos ratos me ha traído. Lo que quiero decir con esto es que, por ejemplo, si alguien me gusta, se me nota hasta en la punta del pelo, por lo que es imposible mantener mis sentimientos en secreto. Más allá, me carga todo lo que huela a manipulación, a juegos estúpidos y al eterno asuntito de “hacer como que no te pesco, porque si sabes que te quiero me vas a dejar de tomar en cuenta”.
La verdad es que a mí eso siempre me ha parecido una tontera, pero a lo largo de mi vida he visto como amigos míos caen como moscas, enamorados hasta decir basta de mujeres que sólo han jugado al gato y al ratón con ellos, con la típica “te quiero, pero no te quiero”, “dame tiempo para pensar” y "es que no estoy segura”. Como cuales abejas embrujadas por la miel, todos han caído rendidos a sus pies, mientras yo, con mi sinceridad brutal, pierdo uno a uno a mis galanes por fome.
Y es que para mí las cosas son fáciles. O quieres estar con alguien o no, y punto. Si alguien te gusta de verdad, como para comenzar una relación, no le puedo hallar sentido a esas manipulaciones y juegos estúpidos del tira y afloja, los cuales, sin embargo, parecen dar excelentes resultados.
Tal vez me tenga que convertir en una mujer fría y manipuladora para conseguir un hombre. ¿Estará el mundo preparado para la nueva Pancha?

BAD DAY

Ya hace casi dos años que estoy soltera sin compromiso. Durante este tiempo, ha habido grandes cambios en mi vida: salí de la universidad, hice la práctica justo donde quería y comencé a trabajar.
Sin embargo, lo más importante que me ha pasado es irme a vivir sola. Hasta ese minuto, siempre había tenido amigas “convivientes”, las cuales, aunque a veces no las veía en todo el día, sabía que estaban ahí, lo que ahora no pasa. Sin embargo, me he ido enamorando poco a poco de la tranquilidad que entrega la soledad. Eso de poder llegar a tu casa, apagar el celular y desconectarte con un buen libro en las manos, o si no, poner algo en la tele, en la radio, o simplemente no hacer absolutamente nada, y sentarme en mi sillón a observar el letrero publicitario que hay afuera de mi ventana (no tengo exactamente lo que se llama buena vista). Claro que también uno comienza a hacer cosas raras, como cantarle a las plantas (en todo caso los únicos seres vivientes que aguantarían mis alaridos: una pena, porque me encanta cantar), y no sólo hablar sola, sino que discutir con uno misma y desarrollar unos tremendos argumentos en pro y en contra del tema de discusión. Cualquiera que no viva solo creerá que estoy rallando la papa, y que necesito urgente unas cuantas sesiones de terapia.
Sin pareja y con la familia cercana a más de cien kilómetros de distancia, hay ciertas personas que pasan a ser muy importantes en tu vida, y que son los amigos. La verdad es que yo soy una persona de lo más amistosa, pero amigos, amigos, de esos de verdad, me sobran dedos para contar. Obviamente, que no se me malinterprete, porque siguen habiendo cosas que sólo las parejas pueden hacer…
De hecho, hoy me siento igual que cuando discutía con mi ex, porque anoche tuvimos una pelea con la Jose. No fue una de mechoneo ni mucho menos, sino un encuentro valórico que, por lo menos ahora, veo difícil de solucionar. Lo peor es que en estos minutos, más que nunca, necesito a un verdadero “amigo”, puesto que a la discusión que tuve con la Jose, se suma lo de Andrés (mi amigo del alma, ese del dudoso piropo, que después de meses de no hablar ni media palabra por teléfono, me entero de que renunció a su trabajo y que está a punto de viajar rumbo a Estados Unidos a comenzar una nueva vida. La verdad es que estoy feliz por él, y le deseo lo mejor, pero también estoy dolida de haber sido la última en enterarme, además, por medios indirectos), a eso hay que agregar que Toto, otro amigo que siempre estaba dispuesto a escuchar mis reclamos y cosas a través de MSN, comenzó a salir con una mujer que le absorbe todo el tiempo del mundo, por lo que, creánlo o no, lo hecho de menos.
Es terrible esto de que los amigos desaparezcan o se pongan a pololear. Después de hablar con ellos casi todos los días, o por lo menos, que te llamen para salir a carretear los fines de semana, pasan a ser los pololos o pololas de, con lo que por lo menos el primer tiempo, se vuelven invisibles. Lo peor del asunto es que me conozco tan bien, que sé que en el minuto en que yo conozca alguien que me tome realmente en serio, voy a hacer exactamente lo mismo.
Sé que esta vez, mi columna no ha sido de lo más divertida, pero prometo resarcirme en el futuro. A veces uno anda como el día, y este no es de los mejores. Creo que es uno de esos en los que el trabajo no me motiva, que me compadezco por mí misma por no tener a nadie que me quiera como lo merezco. En fin, el típico feo y pobre gusano. En todo caso, nada que un buen churrasco con papas fritas no pueda solucionar.

Tuesday, October 12, 2004

La fuerza de gravedad y yo

Todos los que leen mis historias ya se habrán dado cuenta de que tengo serios problemas con la fuerza de gravedad. Yo creo que la tierra tiene una especie de fascinación conmigo, pues me quiere lo más cerquita posible.
Mi relación con el suelo se remonta a muchos años atrás, cuando ya contaba con casi tres años y todavía no aprendía a caminar. Según todos, la razón por la cual no podía hacerlo eran las secuelas que había dejado en mí un atarantado nacimiento (nací a los seis meses y medio de gestación), pero en realidad presiento que desde ese minuto la tierra decidió adoptarme.
Mi abuela dice que llegaba a llorar cuando veía que yo caminaba dos pasos, me caía de rodillas, me levantaba, caminaba dos pasos más y volvía a levantarme. Creo que ahí nació mi incomparable tozudez, además de todas las “hermosas” cicatrices que adornan mis rodillas y piernas.
Lo incómodo de la situación es que la fuerza de gravedad decide recordarme que existe cuando las circunstancias no son las adecuadas. De hecho, mis caídas traspasan los límites de la normalidad hasta convertirse en verdaderos mitos urbanos, que después llegan hasta mis propios oídos. Por ejemplo, ese día nefasto de mi adolescencia, cuando el destino quiso que, por primera vez en mi vida pudiese acercarme a él. Él era, obviamente, uno de los amores que tuve en esos años, que no me pescaba ni en bajada y con vuelo y con quien, por fin, había logrado entablar conversación. Coqueta y confiada, iba afirmada en la puerta del baño de un bus intercomunal, hasta que la famosa fuerza de gravedad decidió recordarme cuánto me amaba. Me fui para atrás de un modo absolutamente indigno, y para más mala suerte, era el primer día de calor del año, por lo que andaba de jumper y calcetas. Oh, Dios. Ni siquiera habíamos conversado lo suficiente para tomarnos de la mano y ya el susodicho había tenido una vista panorámica de mi ropa interior. Por supuesto, el romance se frustró, en medio de las risas y carcajadas de todos los pasajeros.
Otra memorable ocasión fue para el matrimonio de una de mis hermanas. Era primera vez que oficiaba como parte de la familia oficial de la novia, por lo que me esmeré en verme preciosa. Me puse un lindo vestido, un peinado top y un par de zapaos que fueron mi perdición. Ya avanzada la noche, mis famosos zapatos resbalaron, haciéndome caer estrepitosamente en medio de la pista de baile. Gracias a Dios, no me pasó nada grave, salvo que todo el mundo pensó que estaba completamente ebria. No todos comprenden la relación entre el suelo y yo.
Y ese es sólo un ejemplo de mis múltiples vergüenzas. De hecho, mis compañeras de colegio aún se preguntan cómo demonios lo hacía para lanzarme en el salto largo y caer como un saco de papas en el banco de arena, aterrizando como si fuera un piquero olímpico (Ahora que lo pienso, tal vez en eso me iría bien).
Lo bueno es que a mí, en propiedades adquiridas, no me la gana nadie. Hasta el momento, tengo acciones en el gimnasio, en la universidad (donde una vez llegue en dos segundos al pie de una enorme escalera de piedra, aterrizando en pleno patio central de Campus Oriente. Obviamente, andaba con mini), en la oficina donde trabajo y hasta en un pub de Valparaíso, donde todos corearon mi caída con grandes AHHH.
Insisto en que la fuerza de gravedad me ama porque pese a todas estas caídas, jamás me he quebrado nada, nunca he tenido un yeso en mi vida, en cuanto a salud física se trata. En cuanto a salud mental, creo que si en algo me han servido las caídas literales, es en aprender a superar las caídas emocionales. Total, más allá del suelo es difícil pasar, y después, no queda más que reírse de uno mismo y seguir adelante.
Eso sí, no me puedo aguantar la risa cuando alguien se cae al lado mío. Siempre me dan esas risas histéricas que no puedo controlar, y lo que menos hacen es ayudar al otro. ¡¡¡No soy buena compañía para alguien que sufra el mismo síndrome que yo!!!

Monday, October 04, 2004

La chica del gym

Aunque muchos no lo crean, me metí al gimnasio. No fue una decisión fácil, sobre todo porque la gente que me conoce sabe que una de las cosas que más odio en la vida es hacer ejercicio. De hecho, me resistí a hacerlo todo el primer semestre del año, aduciendo que no tenía tiempo ni plata disponible para ir. Obviamente, eran excusas insuficientes hasta para mí, así que después de medio año de escuchar los sabios consejos de mi mamá sobre lo bien que me haría hacer un poco de ejercicio y la incredulidad de mis compañeras de oficina en cuanto a cómo podía estar bien conmigo misma sin dietas ni gimnasio incluidas en mi vida, que hasta yo me comencé a preocupar de mi evidente indiferencia por mi físico. Claro que la gota que rebasó el vaso fue el insensible comentario de una despiadada depiladora anónima a la que acudí un día de emergencia, quien me preguntó cuántos meses de embarazo tenía. ¿Quéeee? Le dije yo ¡No estoy embarazada! Lejos de disculparse por tamaña ofensa, la muy vaca me dice: Es que no puede ser que una lolita como tú tenga esa guata, ¡Tienes que hacer algo!
Ni corta ni perezosa, me inscribí nada más ni nada menos que en un plan semestral (la última vez que me metí por un mes simplemente no pude pagar el segundo: se trataba de elegir entre otro mes de tortura o una terapia de ida al shopping a comprarme zapatos. No me resistí a la tentación).
En fin, con que ahí estaba, enfundada en un buzo del año de la pera, una polera que bien podría pasar por túnica y unas zapatillas compradas de emergencia en la tarde anterior, luego de recordar que el único par que tenía lo había regalado hace más de un año. La verdad es que estaba bastante lejos de ser la mujer prototipo de ese gimnasio, cuyas prendas consisten en unos ajustados pantalones elasticados y un mínimo top de lycra que permite ver su apretado cuerpo. Dios libre a cualquiera de verme en esa pinta.
Si alguien ha ido alguna vez a una evaluación en un gimnasio, sabrá lo que se siente; si alguien no ha ido nunca baste con decir que es como si alguien te revelara de un sopetón todas las cosas que no quieres saber, y si te las dijera un amiga o tu pololo lo odiarías por el resto de tu vida; peso exacto, hasta el último gramo, porcentaje de grasa de tus brazos, tus muslos, tu espalda y si tú quieres, hasta de los dedos de los pies. Luego, el comentario de tu famoso profesor evaluador, quien te revela que lejos de lo que tú pensabas (hasta el momento te considerabas una persona perfectamente normal), necesitas urgentemente una rutina de ejercicios por lo menos tres veces a la semana y reducir groseramente tu ingesta de calorías, porque si no, la grasa comenzará a acumularse hasta los temerarios límites de la obesidad.
A esas alturas, lo único que quería era echarme a llorar, o en su defecto, tomar toda esa grasa, acumularla de alguna manera misteriosa en mi mano y pegarle al amable profesor una cachetada de esas de las películas, a ver si se da cuenta del efecto que sus palabras pueden provocar en alguien que, minutos antes, era una muy normal y equilibrada persona.
En vez de eso, le acepté todos sus comentarios, y además, me dejé arrastrar hacia una rutinas de ejercicios donde predominaban mis tan odiados abdominales. Además, el gimnasio tiene unas máquinas que lucían tal cual como yo las imaginé: perfectos, relucientes y cuidados aparatos de tortura. Saqué entusiasmo de la nada, puesto que si ya estaba ahí y había pagado lo equivalente a un mes de arriendo, comida y unas cuantas prendas de ropa, no era precisamente para no hacer nada.
Las primeras semanas me porté como un relojito, y fui al gimnasio independiente de que hicieran dos grados bajo cero, o que lloviera a truenos. Con el tiempo, la cosa ha ido decayendo, y aunque sigo yendo, cada vez me cuesta más dejar de lado otras cosas por ir al gimnasio. Aún estoy lejos de ser una alumna modelo: debo ser la única a la que el profesor ha puesto ¡¡¡ÁNIMO!!! en la rutina de ejercicios, con grandes letras rojas. El otro día se me ocurrió ir a una clase de spinning, con la que comprobaría hasta qué punto dos meses de gimnasio habían aumentado mi resistencia. A los quince minutos, de clase, no sólo odiaba con el corazón al profesor y a mis compañeros de clase, quienes parecieran estar dando un tranquilo paseo en bicicleta por el campo, sino también me odié a mí misma, preguntándome quién me había mandado a estar en ese lugar, a esa hora. Otra vez, una de las máquinas en las que estaba trabajando reveló su profunda naturaleza torturadora: mis piernas quedaron atrapadas, quedando imposibilitada de salir hasta que un amable profesor acudió en mi ayuda y me desatoró. Sin embargo, la mayor vergüenza la pasé la semana pasada, cuando estaba entusiasmadísima en la cinta trotadora, viendo una serie en TV cable. Sólo se me ocurrió anudarme la zapatilla para que la catástrofe ocurriera. Me desequilibré, enredándome en la estera, la cual literalmente me arrastró hasta el suelo. Sólo escuche los OHHHH y AHHHH de los que estaban alrededor, porque el dolor y la vergüenza no me permitieron ni siquiera levantar la cabeza. ¿Estás bien?, me preguntó un profesor. Sí, estupendo, no pasa nada, fue mi respuesta, volviendo a levantarme y, como la mujer digna que soy, volví a subirme a la máquina a terminar mi caminata.
De todas maneras, creo que cuando acaben estos seis meses de gimnasio, buscaré otra alternativa para mejorar mi figura. Recibo propuestas.